Alvarito fue un muchacho, compañero de trabajo, con quien nos tocaría la suerte de convivir, en la empresa constructora llamada Bufete Peninsular de la Paz donde me tocó combinar estudio y trabajo, alrededor de los dos últimos años de mis estudios profesionales.
Las actividades desarrolladas, en esta empresa, fueron en el departamento de estimaciones, presupuestos y programación de obras. La responsable y líder del área, donde nos desenvolvíamos, era la arquitecta Gloria Guzmán Valadez; gran profesionista y compañera de trabajo.
El líder de esa exitosa empresa de la construcción de aquellos magníficos años, era el ingeniero Manuel Herrera Sánchez, quien se desempeñaba como Gerente General.
Alvarito era un hombre muy trabajador, una de sus múltiples responsabilidades, eran las de chofer. Aparte de ésta, cuando estaba inactivo en las oficinas, se le ocupaba como apoyo para el fotocopiado de los múltiples documentos que se generaban a diario.
Convivíamos muchísimo con él, precisamente porque las máquinas copiadoras se encontraban ubicadas en un cubículo que se había asignado especialmente para estos equipos, justo en el área donde nosotros trabajábamos.
Por aquí andaba el amigo Martín Meza Miranda, compañero en las andanzas escolares; el arquitecto Sergio Agustín Mayoral Torreblanca, gran compañero de trabajo, entre otros que se le evaden a mi memoria, escurriéndose, furtivos, al torrente de recuerdos.
Era una constante en Alvarito que, cuando nos poníamos de acuerdo, para tomarnos un refresco, se realizaba la colecta de la cooperación económica de todos; él la juntaba e iba, a la tiendita de la esquina, por las bebidas, que incluían; galletas, papitas fritas, en fin, todo tipo de chucherías que se les antojaba a los compañeros. Al regreso de la encomienda, con los refrescos abrazados, iniciaba el reparto; al llegar al último compañero, le quedaba siempre, sólo uno entre las manos. Entonces se le quedaba viendo, luego volvía a mirar que solamente le quedaba uno, y faltaba él, también; ¡Nunca se contaba él mismo, cuando los contaba, antes de marchar a la tienda! Y por ende, siempre le faltaba su propia bebida. Claro que se resolvía, teniendo que regresar a la tienda por el suyo, esto generaba, eternamente, las risas y carcajadas de todos los compañeros.
Siempre fue muy atento y participativo; nunca lo escuché quejarse de nada, ni por nada.
Colaboraba también en el equipo de futbol que la empresa patrocinaba; no era muy bueno, pero tenía un entusiasmo envidiable e inspirador. No paraba de estimular durante todo el juego, arengando a todos los integrantes del equipo, siempre a conquistar el triunfo.
El ingeniero Herrera tomó un buen día la decisión de promoverlo, para su motivación personal y mejoría económica. Le solicitó, para ello, el apoyo y la consideración a la arquitecta Gloria, nuestra jefa inmediata. La idea era que nos apoyara en el departamento donde nosotros laborábamos. La arquitecta aceptó de buen agrado y muy pronto, Alvarito estaba integrado, con nosotros, al departamento.
Básicamente el trabajo, en nuestro departamento, consistía en la recepción de los números generadores de las obras, en proceso, entregados por los ingenieros residentes. Con ellos; integrar las estimaciones correspondientes; obtener importes, por partidas y totales, reflejando los porcentajes de avances reales y programados, además del correspondiente porcentaje de obra física, acorde con la fecha de cierre del período estimado; todo asentado bajo formatos previamente establecidos.
Todo funcionaba, en el departamento, a las mil maravillas. Sin embargo, había un problema. Alvarito no entendía el concepto de los “porcentajes”, bueno, no entendía su concepto matemático, y mucho menos, el procedimiento para su cálculo. Además, que, esto de los números, terminaríamos entendiendo que no era ni su fuerte ni su devoción, pero sí eran notables, y esto es innegable, los esfuerzos que realizaba por interpretarlos, porque eran extraordinarios, por salir avante.
Muchas fueron las horas que le dedicamos a su capacitación, misma que entendía y avanzaba en la elaboración de estimaciones. Pero en la siguiente, nos dábamos por enterados que aquel “maldito concepto de los porcentajes” no había logrado echar raíces en su conocimiento. Luego, había que regresar e iniciar de nuevo con las explicaciones; a veces yo, a veces otro compañero; incluso, en ocasiones era la misma arquitecta Gloria, quien le asesoraba, para llegar al final de la jornada, al mismo punto donde iniciábamos. No lográbamos que aquel concepto quedara perfectamente fijo en sus capacidades cognitivas.
Entre manifestaciones notables de desesperación y gracia, transcurrieron muchos días, algunos meses, y Alvarito seguía sufriendo y batallando, a mares, con el concepto.
—¡Ése mugroso porcentaje! — Gritaba Alvarito con desesperación — Sí, sí lo entiendo, pero no se me pega!
¡No se me queda! —Concluía siempre, el pobre hombre. En una ocasión, Alvarito, por enésima ocasión, se mesaba sus cabellos. Se pasaba el dorso de la mano sobre la frente. Juntaba las yemas de los dedos y con ellos frotaba febrilmente, sus sienes. Era señal inequívoca que se encontraba en ese fatídico trance de los malditos porcentajes.
Justo ese día, la persona que se encargaba de apoyarnos con el fotocopiado de documentos, labor que realizaba anteriormente Alvarito, no se encontraba en la oficina, y los documentos, con urgencia, debían ser reproducidos para su trámite posterior. La arquitecta, que veía la angustia que ya había sentado sus reales en la humanidad de Alvarito, misma que se le salía reflejada por su rostro al estar atorado de nuevo con “los mugres porcentajes”.
Fue entonces que, la compañera y jefa del área, le da la instrucción para que la apoye con la reproducción de los documentos. Alvarito que siempre, invariablemente, se comportaba muy atento, se levanta de su escritorio, recoge los paquetes de documentos y se retira al cubículo de fotocopiado.
Como en la mayoría de las oficinas, en ésta, los muros divisorios son bajos, de tal suerte que quien se encuentra de pie, sobresale con su cabeza por encima de ellos; colocándose al alcance de la vista de todos. Así veíamos al compañero Alvarito, quien se encontraba, de pie, ante la máquina fotocopiadora.
Se inclina por un momento y lo perdemos de vista. Se escucha, un poco después, el resoplido que Alvarito propinaba al paquete recién abierto de papeles, con la finalidad de separar las hojas, y evitar así, que se atoren en el proceso del fotocopiado. Escuchamos enseguida el chasquido de las cajas de la máquina al colocarle el papel. Oímos demás, también, el característico ruido que hace la máquina en operación, al manifestarse el recorrido de las hojas deslizándose por su interior.
Al asomarse la primera hoja fotocopiada, Alvarito mostró por encima de los muros bajos una espléndida sonrisa, que reflejaba una infinita satisfacción en su rostro; solvente, satisfecho. En tanto que, llenando sus pulmones con todo el aire que eran capaces de acumular, de súbito escuchamos un grito; con estrépito, su voz llenaba todos los intersticios de los cubículos de la oficina, mientras exclamaba en voz alta;
—¡Ésto es mi especialidad! ¡Sí, si para esto sé que me pinto solo! ¡Yo no entiendo por qué diablos me ponen a calcular, esos malditos porcentajes!
Las cabezas de todos fueron apareciendo a la vista lentamente y con asombro, pero con una sonrisa pincelada, como testigos de aquella infinita felicidad que se manifestaba a gritos, por la alegría que explotaba a borbotones de nuestro amigo, Alvarito; alejado, por fin, de los consabidos problemas de los porcentajes.
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