Evocaciones de Sudcalifornia

Sangre Negra; hombres de ley

Dr Armando Salgado - Jesus Chavez

Era el año 1948. Y estamos en San Luis Potosí.

Juan Samuel Montelucas Charpas era un hombre de sangre negra. Cruel, sarracino. Y si le añadimos cobarde y cínico, no pasa nada. También lo fue. Hijo de Juan Montelucas, soldado desertor de San Luis Potosí y de Jassimine Charpa,prostituta húngara.

Juan, fue escalando desde su niñez la profesión del crimen. La última atrocidad que cometió fue violar a la joven esposa de su capataz Rosendo Aguillon. A Rosalba Jimenez. La ultrajó. Y de remate la hirió en ambos pies. Y asesinó a sangre fría a su hijo. Y después sale como las bestias aullando de satisfacción,por sus endemoniadas acciones.

No fue muy lejos. Al salir de la casa, se encuentra al capataz que después de ver la escena del crimen, lo enfrenta a balazos. Pero parece que los criminales tienen suerte; logró escapar.

Se remontó a la sierra madre Oriental, en Cerritos, un buen tiempo.  Y fue su padre que lo disfrazó de mecánico y lo subió a un camión que transportaba una perforadora rumbo a las Californias. El trayecto a la tierra prometida duró una semana. El destino final fue la naciente colonia California. Se abría el histórico Valle de Santo Domingo.

El entorno agreste, árido, donde las gigantescas víboras de cascabel bufaban y defendían su territorio que era ocupado por perforadores, agrimensores, topógrafos, ingenieros y un puñado de hombres y mujeres que eran los colonizadores. 

Hábil como era Juan empezó a generar riqueza. El dueño de la perforadora le pagaba bien. Y astuto como era su perfil hacia tranzas con ese armatoste de acero. Es decir cobraba por debajo del agua y no lo reportaba.

Al iniciar 1950 ya era un hombre rico. Tuvo uno de los primeros ranchos y cosechaba algodón, trigo. Y cártamo.

Con dinero le brota la soberbia y lo criminal. El día 6 de Enero día de Reyes salió muy temprano de su rancho al que bautizó como el Potosí. Llega a desayunar a un pequeño restaurante que estuvo ubicado a un costado de la tienda de don Jesús Garza Menchaca. Se sienta y ordena enchiladas potosinos, jocoque, machaca. Y café. Engulle como cerdo la comida. Y al término pide otra taza de café. 

Llega Micaela, una guapa mesera a rellenar la taza. Pero para su mala suerte tropieza y cae encima de Juan. El líquido caliente, casi hirviendo le cae en el pecho. De inmediato saca su pistola y mata a la muchacha. Le dispara a un comensal cercano que tuvo la desgracia de reírse cuando pasó el incidente. Y antes de salir asesina a la dueña del restaurante. Y se va carcajeándose de sus crímenes. No se esfuerza en huir, nadie lo sigue. Piensa que en esta tierra inhóspita es valedero matar. Y además a su favor no hay ley. La única autoridad es su pistola. Eso cree.

No pasan 24 horas cuando el gobernador del territorio se entera. Un grupo de agricultores hacen viaje a La Paz para darle santo y seña. Y le piden: queremos justicia general. No queremos hechos de sangre en ese Valle que es su obra. Nosotros somos sus hijos. Y debe defendernos de ese asesino.

Cipriano Martínez, un general triunfante de la Revolución. Con bastante poder. Osco, violento. Famoso en todo el país,les respondió con acento paternal » No los dejaré solos. Ese Carpas o Charpas, es hombre juzgado. Váyanse en paz. Y déjenme a mí lo demás. Y cuando vengan otra vez tráiganme sandías.

Al quedar solo, llama a su mejor Matón: Alfredo Zamarripa Guzmán. Un Venadero, era el mejor tirador  de California. » Fredo, te encargo un asuntito. Mira:agarra un matón que cree que aquí no hay gobernador. Trátalo bien. Respeta sus derechos, claro si los tiene ese hijo de la chingada. No te olvides que somos hombres de leyes. No somos matones, como dice la gente.

Alfredo era un hombre inteligente y leal. No tenía aspecto de asesino. Más que eso parecía sacerdote de Pueblo pobre. Su voz apacible, serena, suave, levantaba confianza en los delincuentes que ajusticiaba. Les hablaba suavecito. Y los mataba rapidito.

Ya en Santo Domingo busco por todos lados al maldito criminal. No lo encontraba, porque la bestia oteaba el peligro. Y se había remontado a la sierra. Entre cantiles y relices, escondido entre jojobas y palo adanes, se sentía seguro. En la región del Huatamote, nadie llegaba. Y ahí estaba El potosino maldito de Juan Montelucas Cherpa. Cerca de su caballo que bebía agua de un manantial. Pero

Se equivocó: el diez de Enero  como a las Diez de la mañana,Alfredo, dio con el. Le llegó por la retaguardia. Juan se asustó al verlo. Le sorprendió su facha. El policía del gobernador vestía el traje típico del ranchero peninsular, la famosa cuera. Toda de piel. Arriba de un alazán imponente. Su sonrisa a flor de labios, su mirada suave. Su elegante expresión dibujaba a un misionero. – ¿ buen hombre, que hace por estos rumbos tan solitarios?

– pienso construir una hacienda. Señor, ando viendo los terrenos, le contesta Montelucas.

Ha caramba. Pensé que andaba huyendo de sus muertitos. Los que mató hace cuatro días en el crucero.

¿ Cuáles muertos, hijo de la chingada. No sé quién eres, pero no te tengo miedo. Y ya tenía en la mano su pistola asesina.

Alfredo no se intranquiliza. Ve al sujeto con atención. Y le responde. Mira Charpas, no te preocupes. Uno

dos o tres muertitos se les perdona a matones como tú. Yo nada más cumplo órdenes de mi general. Y sus órdenes son, que se cuide esa colonización. Los agricultores que están ahí, son sus hijos. Y a los hijos se les cuida. Apréndete eso de memoria. Este es el mensaje de mi general.

– Guarda tu pistola y vete. Ya no mates. Adiós.

–  Juan confiado monta su caballo y sigue lentamente una vereda, que conduce al Valle.

Por su lado Alfredo baja de su hermoso corcel. Busca una sombra y se tira a descansar. Duerme un rato, se baña en la olla de agua que abastece el manantial. Y después de comer una rica cecina y un troncho de queso oreado reforzado con galletas roncadoras, levanta el tendido y se le escucha mascullar – Pobre Juan. Tan pendejo. No mató al mensajero. Me dejó VIVO. Y los vivos matan. Ahora voy a cumplir las órdenes, de mi general. Ya basta de huevonadas. A trabajar.

Sube a su caballo y sigue esa vereda, cas, cas, cas, su caballo agarra el ritmo. Avanza y avanza. A la hora y media,en la subida del Palmar lo ve, Juan, el Criminal,tranquilo se prepara para dejar la sierra. No lo logra- Alfredo saca su viejo Mauser. Y le suelta el primer pajuelazo. Le pega en el Cuello. Y cae todavía con vida y voltea buscando a su ejecutor. No lo encuentra. Lo que si siente es otro disparo, en el pecho mortal,por necesidad. Viene después un largo silencio. Entre piedras ensangrentadas está el criminal. No pudo ni sacar su pistola.

Y en la montaña está Alfredo. El disparador. 

Y dice para sí. Cumplida la sentencia, mi general. Este cabron, salió culpable. Sin derecho a fianza. Y con castigo; la muerte.

El Quince de Enero, llega Alfredo al despacho del general. Antes de rendirle cuentas le entrega un misterioso paquete. El general lo abre y encuentra una pistola. Y un dedo en descomposición. Y reacciona ¿ Y esto? ¿ que chingados es?

– Las armas del ajusticiado. Ya no podrá matar. Se hizo justicia mi general.

El gobernador arisco que era le responde. No me ofendas, Alfredito. Que justicia ni que la chingada. Lo mataste y ya.

Y continuó con una pregunta. ¿ sabes porque te quiero un chingo? No mi general, dígalo usted.

– Por dos cosas. La primera, porque dicen mis comadres y compadres,que eres mi hijo. Y a lo mejor si. Y la segunda, te gusta el placer de matar, como a mi. Eso Alfredito no se le da a muchos. Somos, los matones de la ley.

 

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Jesús Chavez Jimenez
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