Fotografía tomada de Facebook del perfil : «Rincón Boleriano»
Cuando el amanecer terminó de imponerse con su luz en el Mar de Cortés parecía que el agua se había congelado.
Los dioses habían confabulado para que el clima en el pueblo de madera fuera de ensueño para el día tan esperado.
Esa mañana, en el puerto minero se respiraba un aire distinto que generaba un ambiente de optimismo, como si hubieran renacido los mejores tiempos de “El Boleo”.
En las conversaciones cotidianas era el día esperado, en el mercado municipal a temprana hora los señores tomando café en el negocio de Doña Lupe decían que ahora sí al pueblo le había hecho justicia la Revolución- ¡Pues qué caray!, dijo el Toño Peralta, ya era hora que algo bueno llegara a tierras bolerianas.
Eran los años 70 del sexenio de Luis Echeverría Álvarez, Gobierno que marcó un parteaguas en la historia de Baja California Sur.
En Sudcalifornia se vivían nuevos aires, el Territorio se transformó en Estado y se había inaugurado la Carretera Transpeninsular.
Desde la fundación de Santa Rosalía en 1885 no se recuerda que la población haya esperado un suceso con tanta emoción como fue la llegada por vez primera del Ferry Díaz Ordaz al puerto.
Desde Mesa México, en su changarro, María Sánchez dijo a sus clientes que llevaran de una vez lo necesario para la cena porque el abarrotes se iba cerrar temprano ya que ella no quería perderse la llegada del barco.
¡Miren nomás qué chulada de mar, hoy luce como nunca, para recibir al Ferry!
La novedad no era el barco en sí, el pueblo tenía la experiencia de los grandes veleros, de los navíos de la compañía “El Boleo”, como el Korrigan y San Luciano que navegaron los mares del mundo.
El arribo del Ferry Díaz Ordaz representó algo más que un medio de comunicación, significó un espacio lúdico para ir a ver quienes llegaban de la entrañable Guaymas, hábito que perduró en una generación.
En Cachanía nadie quería perderse esa tarde.
El muelle sur y norte, el codito, el balneario, la galleta, la playita del birache y los cerros de las barracas y Mesa México estaban llenos de personas .
El “Guilo” con su inseparable silla de rueda no dejaba de presumir su amor platónico por la Rosarito Cuesta y dijo que sería el Ferry quien los llevaría a la Luna de Miel; el maneado del “Guilo” expresaron el “Kalay“ y su fiel acompañante el “Pito Loco”, quienes estaban recargados en el barandal del muelle.
En el horizonte apareció un punto blanco al lado de la isla de la tortuga, era el Ferry; el punto blanco crecía como si desde las profundidades del mar lo inflaran, y a medida que se acercaba al puerto, se dejaba ver con más nitidez ese inmenso navío que la población había esperado con mucha ilusión.
Llegó el momento de mayor emoción, cuando vieron salir del muelle a la panga que trasladaba al Capitán Rafael Elizondo, quien parado llevaba una postura de gran triunfador.
En ese momento, a su mente vinieron los recuerdos de aquellos tiempos de niñez, cuando soñaba ser marinero para navegar los océanos del universo.
El Capitán Elizondo sentía un gran orgullo de la magnitud de la Isla de San Marcos, porque él sabía que lo que iba entrar al puerto era algo más que un barco, él sentía una satisfacción y agradecía a Dios haberle dado la oportunidad de estacionar en el muelle el progreso y la alegría de un pueblo.
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