Me acuerdo cuando el «RamónRobles» vio que yo me defendía como gato bocarriba, de no sé quién del salón que me tenía en el suelo en esa nueva batalla, y con un último putazo le quería poner punto final.
Pero lo sorprendí con no sé qué llave que le había visto al Santo en la tele y mi rival cayó de espaldas, pegando su cabeza contra el piso, gracias a la cruceta que le apliqué sobre su cuello y hasta ahí llegaron las acciones porque de pronto llegó la maestra Norma y cada quien volvió a su sitio.
El Ramón Robles no me perdió de vista esa mañana y a la salida de disparó una pepsi chiquita y una concha recién salida del horno de esas que nos vendía Don Guillermo.
Él era ¿Cómo decirles? Ahorita no podría definirlo, pero uno de los primeros equipos en los cuales forme parte como un mediocre futbolista que nunca destacó, fue en uno que dirigía su papá, un hombre bajo de estatura y pelón, quien nos pedía el uniforme después de cada juego, porque, según él, le habían llegado desde Italia y habría que lavarlo, semana a semana, no en casa, sino en una tontería.
La playera era azul con vivos rojos y el chor era blanco ,efectivamente , pero nosotros bien sabíamos que no los había traído desde tan lejos ,sino que nos había patrocinado la Cámara Jr y todo el jersey se había adquirido en La Sirena , una tienda que en esos tiempos era la que rifaba a la hora de vender falluca de dudosa calidad, lo cual quedó de manifiesto el siguiente fin de semana ,cuando el traje regresó desteñido y nos quedó pegadito al cuerpo , tal como si nos hubieran bajado dos tallas o más.
Por supuesto que Ramón Robles no se percataba de eso porque además de su inocencia, colindando con la pendejez, mantenía una devoción a su padre, que hacía imposible todo cuestionamiento a la autoridad paterna, y a cualquier tipo de autoridad, incluyendo esa de la escuela, como el profe Murrieta que un día ..mejor eso lo cuento después o como la maestra Norma que llegó de repetente y cada quien volvió a su sitio.
Eso lo entiendo ahora pero no esa vez que el Ramón Robles fue retado a golpes por el que ustedes quieran y él, sintiéndose peor que como yo me sentía cuando no sé quién del salón que me tenía en el suelo en esa nueva batalla y con un último putazo le quería poner punto final, me buscó a mí , para que saliera en su defensa o fuera su padrino en ese duelo a chingazos donde él ,de seguro, recibiría la peor parte y aquella escena se volvería un monumento a la humillación.
Yo soy un hombre de paz, le respondí, mientras pensaba en algo menos evidente para que él no se percatara que, en mí, había un temblor que en ni en mis peores convulsiones de esa épocas o en el terremoto del 85 se pudieron haber sentido.
¿De Paz? ( perdón, aquí me vino un déjà vu literario , donde un tipo está caído sobre unos libros y….no, mejor lean ese maravilloso libro de El Miedo a los Animales ,del maestro Enrique Serna y sabrán).
Mejor sigo con RamónRobles y ese momento donde me pudieron haber metido una chinga por su culpa o por su distracción.
Porque esa llave que le había visto al Santo en la tele , a mí me había salido de pura chiripada y por más intentos que hice , nunca me volvió a salir igual .
Pero, engallada mi autoestima, no estaba dispuesto a confesarlo y le salí con que yo prefería arreglar toda reyerta con palabras, antes que exhibirnos como unos salvajes que no tienen otra forma de resolver las cosas que no sea la violencia.
Él creyó que le hablaba desde el fondo de mi sinceridad y se me quedó viendo con un tanto de admiración, como quien está frente a Martin Luther King o Mahatma Gandhi y sin decir nada, ese viernes, se levantó del suelo donde estuvimos en flor de loto, por un ratito y nos fuimos juntos, hacia la salida ,con todos los demás, porque ya habían tocado la campana.
Yo llegué a casa, tembloroso, y miama, por si las dudas, me dio una cuchara de epamin.
El RamónRobles regresó hasta el miércoles, con los ojos morados y, desde entonces, no me habla.
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