Evocaciones de Sudcalifornia

Bitácora de cuarentena día cuatro, o cinco, o sepa la chingada

Bitácora de cuarentena - Emilio Arce

A causa de mi enfado, después de intentar inútilmente de aprender a tocar la quinta de Beethoven en ukelele, la Sonata 10 en la Kalimba, tratar de sacar el corrido de la Canelera en el piano, y Tico Tico versión Paco de Lucía en la guitarra, oí que tocaron a la puerta y para ahora sí que mi grata sorpresa eran los Testigos de Jehová, a quienes cordialmente invité a pasar a platicar y a tomar un cafecito.

Mientras ellos parlaban con los ojos inyectados de una ciega fe similar a la chaira en tiempos del Covid-19, yo intenté traducir las sacrosantas escrituras (motivo de la visita) a mi imaginaria versión, tal como lo hizo Vicente Leñero cuando yo estaba chamaco, que escribió “El Evangelio de Lucas Gavilán”. Aparte, como parte de mi reciente formación testicular (del verbo testigo), los profes de tan sabihonda y multienfadosa secta me pusieron esta lectura de tarea, y yo empecé a leer, casi sin ver las letras en voz alta;:

“…en aquel tiempo, una vez aprehendido Jesús Cristóbal (Jesucristo) los judíos (ministeriales) gritaban diciendo: Si sueltas a ése no eres amigo del César (PG), pues todo el que se hace rey va contra el César.

Pilato, al oír estas palabras, sacó fuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Litóstrotos, en hebreo Gabbatá. Era la Parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta, y dijo a los judíos: He ahí a vuestro Rey.

Tomaron, pues, a Jesús; y él, con la cruz a cuestas (pinchi cruda cuata), salió hacia el lugar llamado de la Calavera (en hebreo Gólgota) rumbo al carretera a Pichilingue, donde le crucificaron con dos ballenas del Killiky bien heladas, y con él a otros dos. Iban uno a cada lado, y en el centro Jesús.

Después de esto, José de Arimatea (Cochinón Adame), que era discípulo de Jesús, aunque ocultamente por temor a los judíos, rogó a Pilato (Fifield) que le dejara retirar el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo permitió. De los dos que acompañaban a Jesús, uno llamado Gestas y otro de nombre Dimas, también conocido como La Pitarra, invitaron a Jesús una chingaderita herbácea color verde seco muy apestosa, que fue lo que finalmente elevó a Cristóbal al reino de los Dioses.

Jesús Cristóbal empezó a elevarse y el Judas Iscariote en putiza agarró raite y se le prendió de los pies, mientras se elevaban como droncito de los buenos derechito para arriba en vuelo vertical, empezando a observarse La Concha, el Caimancito, y el muellecito del Cortez Club cada vez más chiquitos (Ay, boñito). El pinchi judas, que padecía acrofobia y no lo sabía, empezó a fruncir el higo silvestre. – ¿Pa´ dónde vas, Señor? – le preguntó viendo pa´abajo. – Al reino de los cielos – le contestó Jesucristo Amador, y siguieron elevándose con los ojos cada vez más rojos, debido al humo ácido de la termoeléctrica (sí pues, vieras cómo). Unos cuantos metros más arriba, el Judas, ya sintiendo sellado el puño de elásticos volvió a preguntar – ¿Pa´ dónde vas señor?- – “Al reino de los cielos” – le volvió a responder el Jesucristo, a quien se le notaba la boca reseca reseca.

Bueno, pues ya casi se alcanzaba a ver la playa del Tecolote desde allá arriba, y el pinchi Judas, poco más que cagado, le pregunta de nuevo – ¿A dónde vas señor? – -¡Cómo enfadas, ya te dije que al reino de los cielos! – le contestó el Jesucristo Amador. – ¿Y yo hacia dónde voy? – preguntó el judas again, y Jesucristo, volteando hacia abajo y notando hasta entonces la presencia de Judas Romero, le contestó: -Tú a chingar a tu madre- le dijo, y empezó a patalear las patas, sacudiéndolas fuertemente, arriesgando a perder un Converse.

-Con permiso- sorpresivamente me dijeron los cuatro predicadores que me acorralaron, y, sin azotar la puerta, se fueron dejándome las tasas de café a medio tomar y un par de revistas de la Atalaya.

-Puchi, qué delicados- pensé yo.

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Emilio Arce Castro
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