Editorial

Miguel Ángel Avilés Castro

Dos ballenas

Cuando los veía salir hacia la tienda, con ese morral donde tintineaban dos envases de ballenas, sabíamos que ella había llegado.
Eran sus nietos y se trasladaban hacia el abarrotes El Perico para adquirir el elixir que le permitió vivir el día a día, como ella quiso y morir, tal vez cuando ella quiso.

Bitácora de cuarentena - Emilio Arce

Bitácora de cuarentena día cuatro, o cinco, o sepa la chingada

A causa de mi enfado, después de intentar inútilmente de aprender a tocar la quinta de Beethoven en ukelele, la Sonata 10 en la Kalimba, tratar de sacar el corrido de la Canelera en el piano, y Tico Tico versión Paco de Lucía en la guitarra, oí que tocaron a la puerta y para ahora sí que mi grata sorpresa eran los Testigos de Jehová, a quienes cordialmente invité a pasar a platicar y a tomar un cafecito.

El cuaderno azul - Ricardo Hernandez

La niña del cuaderno azul

Cuando los campos del Valle de Santo Domingo, lucían sus inmensos trigales y sus algodonales, aquellos días que han quedado atrás, aquellos días de prosperidad de sus agricultores, aquellos días en que los relojes movían menos aprisa sus manecillas, y en los que no existía la obesidad ni la diabetes infantil, aquellos días en que las mujeres eran madres de tiempo completo y no tenían que dejar a sus vástagos en alguna guardería;

El primer automovil - Virgilio Murillo

El primer automóvil

Hace un “titipuchal de años que un grupo de jóvenes, disfrutaban echándose clavados en las cristalinas y refrescantes aguas en la presa del pueblo, en un caluroso y sofocante verano, se vieron sorprendidos por un fuerte “retumbido”, como un derrumbe de piedras.
Que al voltear, vieron un monstruo de grandes ojos, dirigiéndose a ellos, precedido por una cuadrilla de nativos que con machetes, hachas y picos, le abrían paso entre tupidos Huitataves, huitzaches y “huatamotes”.

Zapatos - Miguel Angel Aviles

Zapatos

Platicaba Chuy Manríquez, inolvidable amigo, que, en un pueblito no tan lejano de La Paz, los habitantes solían andar descalzos porque así era la costumbre o porque andaban más a gusto o porque se les daba la gana. Punto.
Y cuando, inusualmente, alguien rompía con esa tradición y calzaba ese par, casi nuevecitos, que guardaba desde hace tiempo en el ropero, eran tanta la sorpresa de los demás que de inmediato soltaban la pregunta: ¿traes gripa o vas pa’La Paz?