03. Del rey de los deportes
En el andar y andar por las brechas, caminos y carreteras de la vida. Por allá, por el año de 1990, conocí al ingeniero Roberto Benjamín Ibarra Hernández
En el andar y andar por las brechas, caminos y carreteras de la vida. Por allá, por el año de 1990, conocí al ingeniero Roberto Benjamín Ibarra Hernández
Cuando los veía salir hacia la tienda, con ese morral donde tintineaban dos envases de ballenas, sabíamos que ella había llegado.
Eran sus nietos y se trasladaban hacia el abarrotes El Perico para adquirir el elixir que le permitió vivir el día a día, como ella quiso y morir, tal vez cuando ella quiso.
A causa de mi enfado, después de intentar inútilmente de aprender a tocar la quinta de Beethoven en ukelele, la Sonata 10 en la Kalimba, tratar de sacar el corrido de la Canelera en el piano, y Tico Tico versión Paco de Lucía en la guitarra, oí que tocaron a la puerta y para ahora sí que mi grata sorpresa eran los Testigos de Jehová, a quienes cordialmente invité a pasar a platicar y a tomar un cafecito.
Cuando los campos del Valle de Santo Domingo, lucían sus inmensos trigales y sus algodonales, aquellos días que han quedado atrás, aquellos días de prosperidad de sus agricultores, aquellos días en que los relojes movían menos aprisa sus manecillas, y en los que no existía la obesidad ni la diabetes infantil, aquellos días en que las mujeres eran madres de tiempo completo y no tenían que dejar a sus vástagos en alguna guardería;
Hace un “titipuchal de años que un grupo de jóvenes, disfrutaban echándose clavados en las cristalinas y refrescantes aguas en la presa del pueblo, en un caluroso y sofocante verano, se vieron sorprendidos por un fuerte “retumbido”, como un derrumbe de piedras.
Que al voltear, vieron un monstruo de grandes ojos, dirigiéndose a ellos, precedido por una cuadrilla de nativos que con machetes, hachas y picos, le abrían paso entre tupidos Huitataves, huitzaches y “huatamotes”.
Platicaba Chuy Manríquez, inolvidable amigo, que, en un pueblito no tan lejano de La Paz, los habitantes solían andar descalzos porque así era la costumbre o porque andaban más a gusto o porque se les daba la gana. Punto.
Y cuando, inusualmente, alguien rompía con esa tradición y calzaba ese par, casi nuevecitos, que guardaba desde hace tiempo en el ropero, eran tanta la sorpresa de los demás que de inmediato soltaban la pregunta: ¿traes gripa o vas pa’La Paz?
A ti ángel de luz que visitas al caído,
A ti enviada de un ser supremo que cual
digna obrera, le ayudas al dador de la salud;
A ti ser especial que no le temes a la sangre,
y que lo mismo asistes a un bebé,
Entre tantas, de las muchas maromeras circunstancias de mi vida, y otras tantas y cuantas peripecias del destino, iba yo adquiriendo experiencia en la noble actividad, como docente. Y por supuesto que me tocó vivir nutridas situaciones; unas con toda la seriedad que requiere la cátedra, otras verdaderamente chuscas.
en aquel tiempo, una vez terminada la cena, dijo Jesús a sus discípulos: -¿Y el pinchi postre, canijos?- No alcanzó, Señor – contestó el que se hizo de mulas, – pero si usted gusta mandamos a uno de los Judas por unos gansitos o unas mantecadas
En mis años mozos, me resulta una caries, que me hace perder dos de mis dientes, Y mis padres, sin recursos para llevarme a la Paz al dentista.
Esa situación, me ocasionó una profunda depresión con una severa baja autoestima que se veía reflejada en la manifiesta impotencia de mis padres al no poder costear tan urgente y apremiante prótesis.