Miguel Front Rosell (Ilustración: Teatro Juárez mural Milo Arce)
(dedicada para los aspirantes a presidente municipal)
“Leer la ciudad es leer su historia, el dinamismo de sus ciudadanos, de su sociedad».
Generalmente las ciudades tienen su origen en un hito determinado, en un buen emplazamiento o en una circunstancia que les ha favorecido, bien de forma natural o por el estudio de sus posibilidades y la gestión de sus gobernantes.
La explotación creciente de sus principales poderes de desarrollo, o la búsqueda de nuevos hitos de crecimiento, constituyen la base del dinamismo de las ciudades. Un dinamismo basado en la inversión productiva en la ciudad, como instrumento de generación de riqueza. La ciudad establece alianzas, gestiona e invierte en si misma a la búsqueda de objetivos de competitividad que la potencien, constituyan una referencia y lleven a sus ciudadanos a mayores cotas de progreso.
Por el contrario, las ciudades estáticas, que pueden haber sido dinámicas con anterioridad, son aquellas que se limitan a mantenerse, que no abren nuevos caminos ni potencian sus posibilidades, gastando y no invirtiendo, en una conservación de ciclo económico cerrado, que no genera retornos ni resulta competitiva, agota su poder referencial y acaba por no ser productiva ni generar cota de progreso alguna.
El preciso gobierno de cada modelo resulta absolutamente antagónico. Mientras el primero requiere de iniciativas competitivas, de gestión en equipo, de fructíferas relaciones de vecindad, de generosidad, de sacrificio en aras del progreso de un área de influencia, de proyectos factibles, de colaboración ciudadana y de aunar la administración con el saber, la investigación, la empresa, el capital y la inversión, el gobierno de las ciudades estáticas requiere simplemente de la búsqueda de subvenciones, de gastos de conservación y adecentamiento, del mantenimiento de situaciones y poco más.
Del talante de sus habitantes dependerá que triunfe la alternativa que más se ajuste a sus exigencias.
Es claro ejemplo de la ciudad estática por excelencia, una ciudad en la que sus habitantes no parecen aspirar a otra cosa que al mantenimiento de sus servicios y poca cosa más. Satisfechos con que les adecenten las aceras, les pongan adornos por navidad, les llenen de promesas incumplidas y les alimenten el victimismo, no parece que sean otras sus exigencias, cuestiones todas ellas para las que tanto el gobierno anterior reciente como el que pudiera ejercer el actual, están perfectamente dotados, sin que exista, de momento, posibilidad alguna de que asome nadie con planteamientos dinámicos para la ciudad.
Cuestiones turísticas aparte, otra opción detonadora al parecer no le interesa a los habitantes, que están más preocupados en sus pequeñas cosas, en estar enfrentados hasta con su sombra y en seguir llorando su abandono.”
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