Evocaciones de Sudcalifornia

Crónica de un sueño muerto

Una joven de 28 años, está en una habitación obscura. Bajo el manto que la cubre en la penumbra.
Vibra un celular. ¿Es el de ella?

Comienza a abrir sus claros ojos color miel y recibir con ellos una más tenue luz lunar que la que veía en la playa de arena fina con la que soñaba antes de despertar.

El teléfono no ha parado de sonar. Gira lentamente la cabeza para tomar dicho aparato con su delgado brazo donde observa que tiene una llamada perdida; ella no puede tener llamadas perdidas, su trabajo es algo que obligatoriamente debe tener en claro las 24 horas del día dando vueltas en su cabeza.

Vuelve marcar el número que no ha contestado antes.

– ¿Marcus?

– ¡Necesitas venir ahora Mel! ¡Ahora!

– ¿Qué ha pasado?

– Un diez cuatro en el parque Wall “Street”.
Su cuerpo se pone tenso y comienza a sudar frío.

– ¡¿Un asesinato?!- Le pregunta exaltada.

– Sí, pero necesito que llegues ya ¡Ahora!

Cuelga la llamada.

Se levanta de la cama, sintiendo el cuerpo pesado, el piso lustroso y frío bajo la planta de sus pies. Poniéndose de pie toma una liga negra que había dejado sobre el escritorio de madera que tiene a un lado de su cama.

Rápidamente corre al uniforme que tiene colgado en el perchero y sin tardarse un segundo más termina el tema en su vestimenta con su placa policíaca.

Media hora más tarde llega a la escena del crimen con su compañero de investigación el detective Marcus Roald.

– ¿Qué ha pasado? ¿Qué tenemos aquí?- Pregunta Melissa.

– Emmm… mujer de 39, asesinada en medio del bosque se desconoce la causa de su muerte.

– Pero si está mojada, ¿No crees que murió ahogada?

– Tal vez- Dice sin siquiera verla a la cara.

Ella voltea hacia él y lo mira con sus ojos claros un poco dudosa.

-«¿Tal vez?»- Se gira para verla.

– Bueno, es más probable.

– Pues yo digo que es lo que parece más obvio- Dice Mel, cruzándose de brazos.

– Nunca sabes qué clase de locos hay en Wall Street.

Se acercan los dos agentes al cuerpo y observan que no hay muchas pistas marcadas. Al parecer a la chica le falta un brazo. “Esta es la cuarta en este mes” piensa Korns.

Es entonces cuando los dos piensan que no saben lo que pasó con ella.

La ignorancia y la inseguridad es una mezcla perfecta para torturar a un policía.

Veinte minutos después los dos deciden que es mucho más lógico retirarse de ahí y mandar el cuerpo para una autopsia.

Para esto, Melissa Korns y Marcus Roald suben nuevamente al carro. Entonces arranca y es así como emprenden su viaje a la morgue.
Al llegar, los dos agentes le piden a la doctora Smiders que realice una autopsia.

Al día siguiente la doctora llama a los agentes para informarles que la causa de la muerte de la chica, ha sido por ahogamiento.

Los agentes quedan sorprendidos al recibir ésta noticia y entonces piensan, aquí cerca de Wall Street sólo tenemos un lago y cerca de ahí vive Thiago, todos lo saben.

Thiago Burns, sexo: masculino, edad: 37 años, tiene antecedentes por robo, allanamiento y tráfico de drogas.

Impactados por la noticia van a visitar a su principal sospechoso.

En el camino por el lado derecho se puede ver el parque donde el cuerpo fue hallado.

Si ésta persona fue encontrada ahogada y horas después en un parque, obviamente escaso en agua; el asesino quería que lo encontráramos, nos tiene un mensaje… piensa Mel.

Sin haber tardado demasiado, llegan por fin a la casa de Thiago Burns, que más bien parece una cabaña un poco vieja.

Llaman a la puerta.

– ¿Si?- Pregunta una voz ronca, como si arrastrara la voz.

– Agentes Roald y Korns.

– ¿Qué quieren?- Vuelve a preguntar.

– ¿Podemos pasar? Sólo necesitamos hacerle unas preguntas.
Y de repente un silencio profundo e inesperado ahoga el lugar. Válgame la ironía.

– Bien- Se vuelve a oír.

Se abre el cerrojo de la puerta y dos segundos después se escucha un vidrio rompiéndose y a lo lejos la silueta de un hombre se muestra escapando.

¡Él debe ser! ¡Maldito enfermo!

La adrenalina comienza a inundar su cuerpo y Mel puede escuchar y percibir sus latidos de tan fuerte que palpita su corazón. Sus pensamientos ahora se vuelven patrones que no puede descifrar; pero de algo está casi convencida, es él.

Lleva ya un rato siguiéndolo y está comenzando a marearse, parece que corre y que no llega a ningún lado, sus piernas se vuelven dos pesados bloques de plomo que poco a poco se van pegando más y más al suelo, ya no puede sentirlas y el sudor lo trae hasta los tobillos.

Entonces su cuerpo la vence no puede creer que se le ha escapado, porque no lo ha hecho. Marcus ahora está encima del hombre y le grita.

– ¡Habla cobarde! ¡Maldito enfermo!

Melissa vuelve a estar de pie frente a Burns.

– Usted está arrestado por asesinato.

– ¡¿Qué?! ¡No, yo no he hecho nada! ¡No!

Llevan al sospechoso a las oficinas, diciendo que lo han arrestado, que él es el culpable.

– Todo coincide Señor, el hombre vive cerca de donde fue la escena del crimen, según sus antecedentes y la nueva información proporcionada conocía a la mujer, Carol White, de 39 años. Quien le debía mucho dinero y anteriormente también le había robado la mercancía. El sospechoso, con antecedentes criminales de allanamiento de morada, robo y tráfico de drogas según la investigación.

Perfectamente todo encajaba.

La detective vuelve a subir a su carro sintiendo cómo el suave y dulce viento sopla en su rostro. Otro caso resuelto, llevando por fin la justicia.

Llega a su casa y una vez adentro se recuesta en el primer sillón donde está su televisión. Su cuerpo comienza a relajarse sintiendo la pesadez en sus ojos hasta quedarse poco a poco profundamente dormida.

Sin saber cuánto tiempo ha dormido, sus ojos claros vuelven a abrirse.¡Oh por Dios!, fue un sueño…

Melissa se levanta en un brinco despidiéndose de su blanca cama, sus limpias y suaves sábanas. Bañada en su propio sudor temblando limpia su rostro, para dirigirse a la hielera que yace entre su cama y su escritorio de madera, entonces la abre y ahí dentro se encuentran a la vista cuatro brazos que ya llevan un tiempo pudriéndose.

Exaltada remueve todo lo de la hielera

– ¡Uff! Está bien, no falta ninguno.

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Hanna Miranda Verdugo
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