En los años 60 del siglo XX, los sacramentos del bautizo, la confirmación y la primera comunión –el cuerpo de Cristo en el simbolismo de la hostia- se realizaban en edades tempranas; hoy sabemos que andan confirmando a unos perfectos grandulones, pero tiene sus ventajas, pues saben o creen saber en lo que se están metiendo.
Una de las motivaciones que derribaban nuestras resistencias para asistir al somnífero catecismo, del que poco entendíamos de lo que había sucedido hace más de 2000 años, era el chiroteo con los chamacos del barrio y, por otro lado, las funciones de cine, ya fuese en el galerón de dos aguas, ubicado en Allende y Félix Ortega o en el otro galerón de dos aguas, ubicado en Independencia y Aquiles Serdán, correspondientes a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y a la Catedral de Nuestra Señora de La Paz, respectivamente.
El “gancho” para soportar la numeralia de las caídas de Jesús, de los azotes que le recetaron, de los mililitros de la sangre que corría por su espalda y por la frente, de la cantidad de agua que no alcanzó a tomarse, de los metros recorridos por la vía dolorosa, desde Nazaret hasta el Monte del Calvario (40 Km) y los rezos que aprendimos de memoria sin entender lo que repetíamos como las tablas de multiplicar, era el boleto que nos daban para asistir a la ansiada función de cine.
Invariablemente, eran películas campiranas, de muchos chingadazos y de muchos balazos; no sé cómo no nos convertimos en buscapleitos, boxeadores, psicópatas o sicarios, viendo tanta violencia en haciendas y ranchos mexicanos. Muchas canciones con música de fondo, y nunca alcanzamos a ver al mariachi o al conjunto norteño. Las pistolas, eran una maravilla; disparaban “ochorrocientos” tiros, sin recarga.
Y el “Hermano” que operaba el cinematógrafo, muy pudoroso, colocaba un cartoncito frente a la lente de la que salía la magia hecha imagen, cuando los protagonistas se daban un beso y mejores tentadas. Y todo esto, lo soportábamos con un calor de la chingada; una peste a león de circo, y un hambre de los mil demonios.
La primera vez, casi salimos corriendo frente a una estampida de caballos; lo mismo les pasó a los espectadores de la primera función de cine de los hermanos Louis y Auguste Lumiére, en el Gran Café del Boulevard de los Capuchinos, en París.
Corría el año de 1895.
Luego vendrían nuestras aventuras en la galería del Cine Juárez, pero esa, esa es otra historia…
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