Evocaciones de Sudcalifornia

De santeños y lachingá

Juan Melgar

“Y que van llegando los gringuitos al pueblo. Eran chavalones algo fachadientos y bastante greñudos que fumaban mota y oían rock todo el santo día. Eran varios, no va a crer. Andaban a salto de mata porque no querían ir a la guerra de Vietnam –por aquello del pisenlov y lachingá ¿no?—, y los agentes del FBI y los de Gobernación y nadie sabe qué otras policías los venían a buscar aquí pa llevarlos a la frontera  por San Ysidro y enrolarlos en la Marina, la Armada o sepa Dios dónde. Pero aquella racita ya había hecho amistades con la palomilla de por acá y pues los santeños –blanditos de corazón que somos— a nadie daban razón de dónde andaban (“No, pues no, por aquí no los hemos visto… andarán por Los Cabos, si acaso. ¿Y qué hicieron los plebes, eh? No me diga que son de peligro. Ahhhh. Si los vemos les avisamos, cómo de que no”). El caso es que se fueron quedando por acá muchos dellos y después fueron llegando sus papás, sus tíos o conocidos, porque les gustó el rumbo y el calorcito y el verdor y lo baratos que estaban los terrenos frente a la playa o las casonas viejas aquí en el mero centro del pueblo, o las huertas con lagua en lo bajito y lachingá. Así es de que la gringada empezó a crecer. Algunos pusieron sus negocitos así, a la sorda, rentando cabañas y cuartos a sus paisanos turistas y lachingá. Cero impuestos. Otros venían huyéndole a los fríos y pasaban aquí en sus casas remozadas con fachadas de ladrillo pelón unos inviernos templaditos, vistiendo chores y pisteando cervecita, aspirando las brisas encañonadas que soplan del Pacífico o camelando pa la sierra e la Laguna y lachingá.

 Pero no crea usté que nomás gringos aterrizaron por el rumbo. También llegaron franceses, canadienses, y hasta italianos que luego luego abrieron ristorantes y pizzerías con hornos de leña, mantelitos a cuadros chiquitos, vinitos espumosos y lachingá. Nos volvimos muy acá, muy internacionales y muy sacalepunta… Con decirle que los extranjeros que aquí viven la mueven regular en la comunidá, porque algunos ya tienen chamacos en la escuela, acá nacidos y lachingá. En un descuidito vamos a tener que elegir como autoridá a uno de ellos. A poco no. Y dicen que lo mismo está pasando en Los Barriles. No lo dudo ni tantito. Ya ve usté como somos los californios del sur: nos pasamos de hospitalarios. El profe Néstor decía que así habíamos perdido la Alta California, primero dejándonos seducir a lo pendejo por los dólares, luego casando a nuestras hijas con los aventureros advenedizos (así decía él) que llegaban del Este cruzando la sierra y, ya asentaditos en las haciendas y con el paso de los años, desembarcando marines pa proteger sus intereses, dizque amenazados. Acá por estos rumbos del sur no van a necesitar desembarco alguno. ¿Pa qué?

 Oiga amigo, y aquí entre nos (dijo la Chuy Rolán), ¿no hay paga por la entrevista? O a poco no le pasé regularzones mitotes y lachingá… Órale”.

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Juan Melgar
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