Evocaciones de Sudcalifornia

Delirium tremens o ángeles y demonios

Ángel con alas azules, óleo sobre lienzo, de Emilio Arce
«Ángel con alas azules», óleo sobre lienzo, de Emilio Arce

Se pinta a los Diablos con alas de murciélago y a los Ángeles con alas de pájaro, no porque nadie sostenga que la degradación moral tienda a convertir las plumas en membranas, sino porque a la mayoría de los hombres les gustan más las aves que los murciélagos, y creo que de aquí en adelante, lo contrario de las aves, a los murciélagos ni en la sopa. Parafraseando a C. S Lewis en Las Cartas de Escrutopo, el cuestionamiento que se está poniendo de moda es sobre la creencia o no en el Diablo. Uy! Nuestro Presidente sí cree en él, y le teme. Qué tan cabrón no podrá ser este ente, que hasta este jefe del ejecutivo mexicano porta sendos escapularios, estampas de santitos y medallas milagrosas para conjurar el consabido “Vade retro, Satán”, independientemente de las misas y oraciones públicas para exorcizar tan infernal aparición.

Suscribiendo la teoría de C. S. Lewis, y omitiendo el intro, tenemos que Diablo es lo contrario de un Ángel, tan solo como un Hombre Malo es lo contrario de un Hombre Bueno. En el imaginario del que habita en el Palacio Nacional, un Hombre Malo es un Diablo, y un Hombre Bueno es un ángel; así, sin medias tintas, según el autor de unas tablas que dejan pochis a las tablas de Moisés en tan sólo diez pedradas, Satán, el cabecilla o dictador de los diablos, es lo contrario no de Dios, sino del Arcángel Miguel. Luego entonces, el creyente de Palacio Nacional ¿en qué estará pensando o quién se estará creyendo cuando, encaramado en el ladrillo de su púlpito se dirige a una nación de mortales, los divide en “Pueblo bueno” y Pueblo Malo” y les lee un Decálogo Moral? Es para una tarea. Decía Lewis en The Screwtape Letters, publicado por Geoffrey Bless en 1942: “Me gustan más los murciélagos que los burócratas. Vivo en la era del Dirigismo, en un mundo dominado por la Administración.

El mayor mal no se hace ahora en aquellas sórdidas <<Guaridas de criminales>> que a Dickens le gustaba pintar. Ni siquiera se hace, de hecho, en los campos de concentración o de trabajos forzados. En los campos vemos su resultado final, pero es concebido y ordenado (instigado, secundado, ejecutado y controlado) en oficinas limpias, alfombradas, con calefacción y bien iluminadas, por hombres tranquilos de cuello de camisa blanco, con las uñas cortadas y las mejillas bien afeitadas, que ni siquiera necesitan alzar la voz. En consecuencia, y bastante lógicamente, mi símbolo del infierno es algo así como la burocracia de un estado- policía, o las oficinas de una empresa dedicada a negocios verdaderamente sucios” En fin, cada quién que crea lo que le de su libre albedrío, mientras con eso no me chingue tanto.

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Emilio Arce Castro
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