Hoy nos sorprendió la lluvia; las equipatas decía mi apá, refiriéndose al chipi chipi invernal.
Y también nos trajo el silencio; bajó la temperatura y la gente se encerró.
Mi colonia, que de fraccionamiento no tiene nada, concentra el mayor número de centros sociales por número de habitantes, y antes de la pandemia, era el pandemónium, jueves, viernes, sábado y domingo.
Se escuchaban géneros musicales para todos los gustos y karaokeros que berreaban hasta quedar desgañitados por la madrugada.
Hoy estamos en paz; los mariachis callaron…
Eventualmente y a lo lejos, se escucha el freno de motor de un tráiler o la sirena de una ambulancia que apremia su viaje por la carretera al sur.
Aquí no hay niños; los niños se hicieron viejos, y nosotros, menos jóvenes.
Pero como dicen que la juventud es también un estado mental, ya arriba de la mula le damos pa’ delante.
Y claro, es la hora del café, de la reflexión soledosa, de la lectura y re-lectura de libros, y si se puede, de una buena conversación.
La cafetera ya hizo su trabajo y estoy re-leyendo La República de Platón, quien interpretando la filosofía socrática, hace discutir a éste con Glaucón, Polemarco, Trasímaco, Adimanto, Céfalo y Critofón, acerca de la Justicia y el Estado.
Ahora suenan las campanas de la iglesia del barrio; si saben contar… Más cerca, ladra un perro remojado y le responde otro de más lejos; ellos se entienden.
Huele a tierra mojada; reminiscencias de cuando no había pavimento y los olores después de la lluvia eran más vívidos. Mi colonia se parece a los barrios viejos de La Paz con tan solo cuatro calles pavimentadas… Por eso, después de la lluvia, huele al pasado, a las lluvias de antes…
Sigo leyendo una discusión escrita hace más de 300 años a.C., y todavía le quedamos debiendo a la tan anhelada Justicia…
PD. Ahora llueve fuerte…
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