Así reza un letrero, a la entrada de una oficina, donde se tramita la visa para ir al país vecino.
De eso me di cuenta esta semana cuando pasaba por ahí, no sin antes suponer, primero, que era una campaña negra contra esos pobres animales.
Pero no, más bien se trataba de una advertencia que lleva a cabo la instancia respectiva, con respecto al “coyotaje”, sólo que uno no deja de sorprenderse cómo es que del lenguaje con propiedad o lenguaje formal, el Estado ha decidido pasar al lenguaje coloquial tratando de que, el destinatario de su aviso, se ponga las pilas y no se deje madrugar por esta gente, nomás que, al mismo tiempo, incorpora como normal o irremediable una práctica que debería de desterrar más que el tratar de ahuyentarlos con estos llamados.
De esa forma legitima su existencia y, sin combatir los males, reconoce que existe pero hasta ahí.
La primera idea que me viene a la mente es que ciertas formas de la lengua oral están ocupando lugares en la lengua escrita que, además de ser conservadora, es portadora de la lengua culta y, por tanto, de la corrección lingüística.
Quizá también responda a una estrategia comunicativa directa con la ciudadanía, usar su propio vocabulario porque otras no han funcionado, esto es, el cambio de registro formal a informal como estrategia de comunicación eficaz, desde su punto de vista. Puede ser, pero se corre el riesgo de que se perciba como una aceptación de la inmundicia.
El usuario entonces se enfrenta a una contraexpectativa al leer estos avisos rotulados y serios ya que, si nos fijamos bien, aquellos ámbitos en los cuales se usa —o se usaba— un registro formal, se ha ido cambiando poco a poco al uso de registros informales, con variedades coloquiales y regionales, dándose, a sí mismos, licencias lingüísticas que antes la propia Secretaría de Gobernación censuraba o sancionaba por ofensivas, por ser apologistas, o por incentivar o promover conductas que son castigadas por la ley al detectar transgresiones en materia de corrupción del lenguaje.
Es cierto que la oralidad suele irrumpir en ámbitos propios de la escritura, y mi asesor de cabecera en temas lingüísticos, es decir, el profe Luis Soto, de la Uni, nos recuerda, a modo de ejemplo, aquel anuncio escrito en un fólder pegado con cinta scotch sobre la taquilla de boletos de la estación de tren local:
«El tren de primera sale como a las 11, el de segunda como a las 3».
Algo parecido leían los habitantes de esta ciudad en los años sesenta y setenta al ver pasar ese carromato enrejado y un tanto viejo pero muy veloz que conducía ese singular comerciante, diariamente, en busca de algún parroquiano interesado en su negocio:
«Vendo o compro gallinas, según convenga».
Pudieron ser estos modelos transgresores de la escritura los cuales inspiraron a los asesores de nuestras instituciones para llevar esos tan contundentes anuncios que han terminado por privilegiar el fondo más que la forma, si con ello se alcanzan los propósitos que tiene ese aviso leído recientemente.
Insisto: puede que el objetivo que tienen esos llamados, se esté logrando. La dependencia que recurra a este lenguaje más llano y sin rodeos, no habrá de perder el tiempo diciendo que “La persona que sea sorprendida realizando alguna conducta sancionada por la ley, será remitida ante la autoridad competente” o citando una frase aleccionadora de un héroe patrio. No. Estas, ahora, no andan con rodeos ni con formalidades tampoco.
Al que ganó la licitación o le encargaron rotular esa nueva oficina de Relaciones Exteriores, vamos a decir, a ese le pide que, ya entrados, que le incluya una consigna que haga entrar pánico a esos grupos delincuenciales que rondan estas dependencias o a esos enganchadores de los que quieren ir para el otro lado y que de paso sea mucho más efectiva que cualquier campaña preventiva.
Supongo entonces que, con mucha originalidad, y luego de quebrarse la cabeza toda la noche, el también publicista, escribió: “Di no a los coyotes”. A la mañana siguiente, las letras aún frescas se veían espectaculares y así la dejaron, sin importar su ambigüedad semántica, ni reparando en la posibilidad de que, de esta forma, el Estado muestra su rendición con respecto a lo que le corresponde perseguir a él y sólo a él y deja en manos del ciudadano el combate de estas malas prácticas.
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Vivimos, sin embargo, en la nube de la simulación, en la que todo parece estar bien, aunque poco funcione en la realidad. Con esa ordenanza no inhibirán a nadie con ese modus vivendi y seguirán ahí haciendo de las suyas porque al final del día son meros placebos que aparentan atacar el problema, pero este luego regresa por más que parezca que la cosa ahora si viene en serio, como para muchos parecía. Por mencionar un último ejemplo de estas tácitas confesiones de las apariencias institucionales que se guardan, aquella instancia puesta en marcha por la Secretaría del Trabajo en el sexenio pasado y que, en la entrada del inmueble donde operaba, podía leerse algo así:
“Oficina para abatir el rezago”.
Este nunca se abatió y dicho rezago, como de seguro pasará con los coyotes, gozan de cabal salud, hasta a la fecha.
De cualquier manera, creo que como país ya dimos un paso. Aunque no sé si para atrás o para adelante.
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