El espectacular atardecer en la bahía de La Paz, el de todos los días, un degüello de colores por el poniente, era el marco adecuado para la precipitada despedida de mi novia, por la también precipitada salida del esbelto y refinado crucero, EL CANTAMAR, para veinticinco pasajeros cómodamente atendidos, esta vez vacío. Después de las maniobras de salida del puerto, y de las de amarrar la lancha que llevaríamos remolcando de forma innecesaria considero, y que requirió coordinar con la velocidad del barco mientras se hacía un amarre con un haz de guía, nudo que no se aprieta y se corre rápidamente. Ya bajo la toldilla de popa, se distinguía la figura de la muchacha envuelta en los colores de la tarde diciendo adiós, desde el ya lejano muelle.
Arrumbando, hacia el canal de la isla Espíritu Santo, y después al sur, con la noche encima, al entregar la guardia que sería de seis horas, por la escasa tripulación, el capitán, su hijo sin experiencia y yo en el puente, un marinero, un ayudante en la máquina y una recamarera que atendería la cocina en éste viaje prácticamente sin tripulación, con prisa por dejar el puerto después de las inquietantes comunicaciones de la compañía aseguradora.
En la litera del camarote de la tripulación, intentando dormir, pensando en la cercanía de la isla de Cerralvo, asaltan los recuerdos de aquella aciaga tarde de verano; después de la jornada de pesca, las lanchas recalaban al barco nodriza el JORHAY anclado en la rivera de la isla, para entregar la marea del día y dedicarse a comer, descansar y preparar lo necesario para la salida del día siguiente, en esa quietud de la caída de la tarde, el golpe, fuerte y seco, el flamazo y la explosión, que abrió el casco del barco por la proa, en medio del incendio posterior, aturdido y sin saber que pasaba, la reacción fue lanzarse por la borda para escapar del fuego que lo llenaba todo, pero no caí al agua sino a una de las lanchas amarradas al costado del barco, sin importar el golpe, de nuevo al agua, pareció una inmersión eterna, buscando con desesperación la superficie que parecía no poder alcanzar a pesar de esfuerzo por lograrlo, por fin, al salir, el espectáculo era dantesco, una enorme columna de humo negro y espeso se batía sobre si misma mientras se elevaba al cielo, todo el barco envuelto en llamas, se escuchaban explosiones, los cilindros de gas salían convertidos en proyectiles, había que alejarse, nadar hacía la playa de la isla no muy lejana, hasta entonces no sentía nada, pero noté que tenía la piel de Los brazos desprendida y parecía tener alas al nadar. Al llegar a la orilla rocosa y salir del agua, al contacto de el aire, en la carne viva, empezó el verdadero suplicio, una terrible sensación de dolor, difícil de describir, y mas de soportar, un estado de alerta que sin embargo permitía percibir con increíble claridad el entorno, pequeños detalles en la arena y las rocas, los colores, los sonidos, en esa desesperación extrema. El siniestro del barco que podía verse a gran distancia atrajo la atención de pescadores que volvían de sus mareas, quiénes se apresuraron a hacer el traslado en busca de ayuda, en éste viaje a toda velocidad, todos estábamos en la misma situación de apremio, quienes sufrían el tormento de las heridas, como quienes nos veían sufrirlas, era un sentir compartido, qué se replicó en las terapias quirúrgicas en el hospital, donde los médicos internos, organizaban tiempos alternos, uno para aplicarla y otro para gritar y quejarse, así una y otra vez, a todos nos dolía. En esa situación, postrado y aislado, creí estar en el cielo cuando vi un rostro, que me hablaba de dios, que tendría una oportunidad si me arrepentía; entonces caí en cuenta que se trataba de un cura que buscaba salvar mi alma y apuntarse una en su cuenta, cosa que no logró, después de algunos desacuerdos, se fue con las manos vacías, así como la viejita que llevaba revistas religiosas los domingos, quería salvarme, se le hacía feo que me condenara por incrédulo, siendo un buen hombre. Mientras conciliaba el sueño volvió la imagen del muelle lejano y la muchacha diciendo adiós y de las noches de verano cuando hacíamos el amor en las playas negras y lanzábamos ofrendas a los dioses del mar. De pronto, gritos asustados de la chaparrita recamarera ahora cocinera, diciendo que por las paredes de la cocina escurría gasolina, entre todos, el marinero, el ayudante de máquinas, la chaparrita y yo, hicimos rápidamente un zafarrancho de incendio, ponerse chalecos salvavidas, temiendo sentir el golpe de la explosión, acercamos un tanque extinguidor de incendios, con las mangueras de presión y detergente lavamanos las paredes de la cocina y la cubierta principal, hasta que no quedara rastro alguno de combustible, los pilotos apagados y la válvula del gas cerrada, el peligro había pasado, que coincidencia dos emergencias en el mismo lugar, frente a isla Cerralvo. Faltaba saber porque había gasolina derramada sobre el barco, venía de la cubierta superior en donde se encuentran las cabinas de los huéspedes, buscando en ellas, encuentro con sorpresa, un bidón destapado y volcado, goteando gasolina aún, en ese momento aparece el capitán que no puede explicar ésa situación, y en una actitud inusual nos indica que podemos usar las suites de los huéspedes por el resto del viaje, viaje que se supone es para mantenimiento exigido por la aseguradora para mantener vigente su póliza, las finanzas del capitán no están bien.
El amanecer en el elegante puente del CANTAMAR, adaptado como sala de visitas, deja ver el finisterra y su arco, en el cabo de SAN LUCAS, en dónde se unen dos mares, primer lugar al que se le llamó California, aquí estaremos varios días, en los que el capitán hace constantes gestiones en el puerto, y regresa a bordo contrariado. Una noche a pesar del mal tiempo, decide zarpar y navegar al norte cerca de la costa, después de algunas horas de tener oleaje fuerte y viento de costado, se hace necesario buscar refugio al pairo de una punta en isla Margarita, en donde algunos barcos pesqueros buscaron abrigo, la oscura noche mas el fuerte viento y marejada complican la maniobra, al bajar del puente a la cubierta de proa el marinero ya esta activando el cabrestante para bajar el ancla pero el equivocado, el que tiene poca cadena, dice que esa orden recibió del capitán, efectivamente la cadena no es suficiente, cae al mar y el ancla se pierde, hay que bajar la segunda ancla con rapidez y logra sostener el barco, con la luz de la mañana vemos lo cerca que estuvimos de las rocas de la rompiente. En el tiempo de espera a que amaine el viento, visitamos los barcos ahí surtos, llevando botellas de vino que se enfriaron y no se consumieron durante los viajes con huéspedes y se desechan cambiandolas por productos marinos con éstas tripulaciones. Estos intercambios que también vi darse entre pescadores de la isla de Cedros y los remolcadores de la sal, intercambiaban, piezas de carne congelada, cajas de huevos, costales de naranjas, por costales de langostas vivas, había fiesta a bordo. Al cruzar de isla de Cedros a la Laguna Ojo De Liebre, noventa millas náuticas al Este franco, remolcando las barcazas de la sal, pasan frente a la playa Malarrimo, paraje en dónde Varan los mas increíbles objetos que han caído al mar, en el norte del océano Pacífico, puede ser que ahí estén los restos del naufragio de Francisco De Ulloa, capitán enviado por Cortés a reconocer las costas del Pacífico al norte, la isla de Cedros es el último lugar documentado en dónde estuvo, no se tiene certeza si volvió o naufragó, por lo que los restos del Trinidad, pueden estar ahí, entre tantas cosas que la corriente de Kuroshio al norte, frente a Japón y después la de California, al sur, han arrastrado y depositado este lugar. Los barcos remolcadores y sus barcazas pasan frente a este Varadero insólito, buscando la boca de entrada de la Laguna, en donde cargarán las barcazas con hasta siete mil toneladas de sal proveniente de la salina de Guerrero Negro , la mas grande del mundo, llamada así por el naufragio de un barco ballenero, el Black Warrior, que encalló en la barra de arena cuándo buscaba entrar al complejo lagunar para cazar en éste santuario de reproducción de ballenas grises, y que por mucho tiempo fueron visibles sus restos sobre la barra, adoptando ese nombre el lugar.
EL CANTAMAR navegó paralelo a la costa interior de la isla de Cedros en su rumbo al norte, atacando el basto océano a veinticinco nudos, termino heredado de los antiguos marinos que median la velocidad del barco con una cuerda con nudos, un nudo equivale a una milla náutica por hora, en dónde una milla náutica es el arco sobre la superficie del mar que corta un ángulo de un segundo de apertura con vértice en el centro de la tierra, y mide, mil ochocientos cincuenta y dos metros.
Por éstos dilatados mares navegaron, Ulloa, Cabrillo, vizcaíno, y tantos otros, enfrentando poderosas tormentas en sus endebles embarcaciones; pensando en ellos, voy a recibir la guardia de media noche, y encuentro con sorpresa al ayudante de máquinas, intentando gobernar el barco, sin lograrlo, pues no tenía ni idea de cómo se hacía; dos horas antes el hijo del capitán a cargo de la guardia, le pidió le sostuviera la caña por un momento y no regresó abandonado su puesto, y dejando el barco a la deriva irresponsablemente, después de esto se negó a salir de su camarote declarándose en rebeldía o amotinado; cómo en el motín más legendario, a bordo del Bounty, barco de la marina Inglesa que tenía un cometido siniestro, llevar árboles del pan, de Tahití isla Polinesia, a las posesiones Inglesas en las Indias Occidentales, para cultivarlas y alimentar esclavos. Después de meses de conducta relajada en las islas, al regresar con el cargamento de árboles, la disciplina férrea del capitán, motivó la rebelión de la tripulación, el capitán y algunos de sus leales fueron dejados en una pequeña lancha en medio del océano, logrando éste, regresar a Inglaterra, los amotinados se dispersaron en las islas en donde dejaron descendencia, algunos fueron aprendidos y tres de ellos después de un juicio fueron ahorcados, colgados de una verga, de un barco, palo perpendicular a los mástiles y que sostiene las velas, ésta era la pena por amotinarse. Otro motín mas cercano y que tuvo consecuencias en la región, fue el protagonizado por el piloto Fortun Jiménez, a bordo de la nao La Concepción, en una expedición enviada por Cortés a explorar la mar del sur, asesinaron al Capitán Diego de Becerra y en su huida toparon con la península, ahora de California, que creyeron era una isla, para ser los primeros europeos en estar en ella, Jiménez y veinte de los suyos murieron a manos de los naturales Guaycuros por abusar de sus mujeres, los demás regresaron para informar del descubrimiento.
El viaje del CANTAMAR continúo después de la intervención del capitán, cubriendo el mismo las guardias abandonadas por su hijo, no hizo cómo el capitán de un barco pirata que después de asaltar un galeón de la China en las costas de California, capturó además de los tesoros que transportaba a una hermosa mujer, para pedir rescate por ella, pero esto provocó la indisciplina a bordo pues todos la reclamaban para si, el capitán les dio un ultimátum; el que la quiera puede tomarla y saltar por la borda, el hijo del capitán le tomó la palabra y con solo una daga, regalo de su padre, nadaron hacia la costa, se dice que es el origen de las bellas mujeres que hay en la región de Los Cabos. Sólo quedaba terminar el viaje en Ensenada de Todos Santos, como la llamara Sebastián Vizcaíno sesenta años después que Rodríguez Cabrillo la hollara.
Al arribar a Ensenada y pasar por el canal entre punta Banda y la isla de Todos Santos, isla que sirvió de inspiración a Robert Stevenson para escribir la novela La Isla Del Tesoro, y Punta Banda a Fernando Jordan para nombrar a su libro El Otro México, quedas frente a Ensenada, la Bella, Cenicienta del pacifico, ciudad que nació de una duna y heredó el espíritu marino que la distingue, y en combinación con sus valles de clima Mediterráneo productores de los mejores vinos Mexicanos, la convierten en la Meca del buen comer y beber. Vuelve la imagen de la muchacha, pero esta vez en Ensenada, lugar donde la conocí en mi época de estudiante, los paseos por la playa, hasta entrada la noche, cuando un policía interrumpió tocando la puerta del carro y por cinco dólares podíamos continuar tranquilamente que el vigilaría. Las playas del mar Bermejo fueron nuestro hogar por mucho tiempo, pudimos entender a los naturales que no soportaban vivir bajo un techo. Las islas del Golfo de California lugares paradisíacos de aguas prístinas con fondos tachonados de estrellas como un pedazo de cielo en el mar, en donde nos juramos amor eterno, coronados con tiaras de algas marinas y deseando que nuestras cenizas sean arrojadas en éste lugar para eventualmente ser parte de el.
El CANTAMAR fue amarrado al muelle, el capitán inmediatamente me llamó a la oficina, me pago mis emolumentos y algo mas, me estrecho la mano a fuerza y con eso terminaba nuestra relación, cosa que agradecí. Al bajar del hermoso barco recordé la primera vez que lo vi y me llamo la atención, nunca pensé que lo tripularía.
Poco tiempo después, la noticia; EL CANTAMAR encalló en la costa de Tembabiche, sin víctimas, pero pérdidas totales para la embarcación, así se consumó el naufragio anunciado.
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