Esquina de Serdán y Garmendia, casi mordiendo la rúa, con su cuerpo sobre la banqueta, un hombre duerme la mona poco antes de la 1:00 de la tarde. A su lado, un carrito de supermercado donde transporta una cubeta, tal vez un o dos botes y un perro café y sediento que no hace por saltar su encierro para irse.
Su amo, quien pareciera estar muerto, es un indigente que pudo haber venido en dirección a la plaza Hidalgo para reunirse con sus compas como tantas veces o seguir durmiendo en las banquitas donde se juntan diariamente, ahí, frente al Colegio donde se estudian, con tesón, los conmovedores problemas sociales.
Un transeúnte hace por moverlo o no hace nada porque no decide que hacer. Lo contempla desde su altura y trata de mover cuando menos el carrito para que no se vaya de bajada, hacia la Serdan, con todo y perro. En las esquinas ya hay más de uno que observamos, dispuestos a recostarlo, de perdida, en la pared del banco HSBC para alejarlo del peligro.
Él sigue durmiendo como si fuera para siempre, mientras el mundo avanza con el sol de este mediodía. Después de unos minutos, por la Garmendia, de sur a norte, un pick de la Policía Municipal se asoma por casualidad, o porque alguien hizo algo para esta epifanía. El conductor entiende las señas que le hacemos, apuntando hacia quien duerme ese sueño, acaso hasta envidiable.
El vehículo cruza la calle y se estaciona despacio, como quien camina de puntitas, en sigilo, para no ser descubierto o para no cometer una imprudencia. El agente, un joven tan joven como el que está sobre la banqueta, mueve a este con delicadeza para cerciorarse que hay señales de vida o porque así indica el protocolo.
El hombre reacciona como ese niño a quien mamá lo despierta para que se tome la cucharada, o como quien despierta a quien no le apura el tiempo o como quien regresa a fuerzas de una muerte a rencontrarse con la vida. El agente lo levanta con cuidado, casi en peso, y lo lleva hacia la caja del pick up que porta el número 861. Lo asegura con las esposas para evitar riesgos y el hombre se recuesta para retomar el sueño interrumpido.
El agente va hacia el carrito de supermercado, libera, con cierta ternura al perro, echa la cubeta a su vehículo y luego hace lo mismo con el propio carromato. En hora buena: ha cumplido con su deber y el que diga otra cosa estaría faltando a la verdad.
La patrulla retoma la marcha, quizá rumbo a una celda, o no sé, pero ha de ser a donde duerma este hombre todo lo que quiera y se le baje la embriaguez ya sin ningún peligro. Fue hoy sábado en la esquina de Serdán y Garmendia, donde minutos después un perro café movió la cola como agradeciendo y se echó a caminar sin rumbo, tal vez con la esperanza de un reencuentro.
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