Evocaciones de Sudcalifornia

Mis amores cercanos, mis hermanos amigos, mis amigos hermanos.

Florentino Ortega2

Dicen que la práctica de comer uvas acompañadas de sidra en los últimos segundos del año viejo, es quizá la proletarización de la vieja costumbre de la nobleza francesa decimonónica de degustar uvas de las mejores cosechas decembrinas y tomar del mejor champagne en las lujosas fiestas con que se esperaba el año nuevo en los vetustos castillos medievales.

Obvio que a la nobleza de aquellos tiempos siempre les iba bien, de manera que para imitar esa bonanza, en algún punto en el tiempo, cambiamos el sonido de las campanas en los poblados provincianos en lugar de la de los ruidosos brindis y los valses famosos de la época bella, y, como vivíamos en la pobreza casi absoluta, a diferencia de hacer recuentos materiales, casi siempre nos dedicamos a hacer propósitos, a pensar en deseos, en elucubrar aspiraciones de tener lo que no tenemos, de ser lo que no somos, de poder lo que no podemos.

Sin embargo, es tan rápido el tiempo en que transcurren las doce campanadas en los escasos relojes de pared, o en la voz aguardentosa del locutor de radio, que casi nunca cumplimos el cometido de comernos a tiempo las doce uvas, por más aprisa que lo hagamos, y mucho menos acabar con la sidra espumosa que compramos en algunos de los oxxos que lo tenían en oferta desde la víspera.

Y a veces se nos olvida de a cada uva que vamos engullendo, muertos de risa, a mitad de la noche, asignarle un propósito o un deseo y en su lugar, le asignamos, de manera casi siempre involuntaria, un recuento.

Y así, en lugar de aspirar a ser, pensamos en lo que fuimos, y al contrario de desear tener, recordamos lo que tuvimos, de tal manera que sin darnos cuenta, se nos van atragantando y enredando los recuerdos y los recuentos, hasta que la algarabía de los abrazos y las risotadas nos hacen ver que el tiempo se nos fue sin haber deseado nada y sin haber pedido casi nada.

Por eso, hoy, desde el silencio y la soledad de la Loma mojada por la brisa, viendo a lo lejos una ciudad que titila y seguramente bulle de risas y abrazos por el año que viene, dejaré las uvas y el sidra en su vasos de plástico y permitiré que los recuerdos fluyan en su tiempo, libres, a su modo, y después de los recuerdos los recuentos, y después del recuento los propósitos…

Y en los tres casos, están mis amores cercanos, mis hermanos amigos, mis amigos hermanos.

Que todos tengamos un buen año.

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Florentino Ortega
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