Hace diez o doce años padecí mucho de vértigos, todavía no había encontrado la “cura” que en lo personal me ha funcionado bien, seguido tenía crisis, cada vez que me daban preferiría morirme –la verdad que no se lo deseo ni a mi peor enemigo–, me tiraba en el suelo, vomitaba e incluso llegue hacerme del dos; un día me recomendó el “Pilarillo” Almaraz que masticará hojas y flor de palo de arco y me las tragara bien masticada, también la flor de palo adán, me dijo, a partir de entonces comencé a masticar hojas y flor de palo de arco –muy amargas por cierto, como el “guereque”– no solo para prevenir el vértigo sino para atemperar las crisis, la flor de palo adán la masticó solo cuando ando en el monte, palos de arco donde quiera hay.
Gracias al palo blanco las crisis se fueron espaciando aunque debes en cuenta me “retientan”, sobre todo cuando me agacho o volteo bruscamente; justo en esos días armé una salida de dos días pal rancho San Isidro con el fin de pegar una caminada, recuerdo que era un mes de noviembre, tiempo de pitahayas agrías, antes de dormirme le pedí al ranchero que me ensillará una bestia, que quería montar, llevaba unos cuartos de pollo marinados con chile colorado para asar al día siguiente, en la mañana cuando tomé café cocí tres huevos para llevármelos de lonche, ese día no bajaron las bestias al agua así que tuve que entrarle a la caminada a pata, en la noche había caído mucho sereno y ora sí como dice el ”Vidorria”, había que ”quebrar el sereno” de en la mañana, agarré la “pochita” una vieja carabina 30/30, Winchester, eché en una bolsa de plástico los tres huevos cocidos y en una servilleta sal, y a darle a la caminada.
Las primeras dos horas de caminata resultaron muy reconfortables, el agradable olor a romerillos y brotes de torotes oxigenaron mis contaminados pulmones, como conozco bien la zona me dio por caminar una vieja brecha de carro que desde hace tiempo quedo intransitable por las lluvias que va a los “mesquitos”, conocido “paraje” donde he acampado infinidad de veces, llevaba 5 cartuchos útiles (tiros), tres montados en la recámara de la 30/30 y dos en la bolsa del pantalón, más que suficientes para “tumbar” un “hijuelachingada”, caminaba como los policías chinos atento a cualquier movimiento, en ocasiones me apartaba de la brecha para cortar alguna cirguela del monte “octubreña”, ese año había llovido bien y había mucho pasto que pese a la hora que era aún conservaban el rocío de en la mañana, de pitahayas agrarias nada, cuando de pronto escuché una quebradera de palizales entre el monte, voltee bruscamente para ver qué era, llevaba la 30/30 colgada en el hombro con un cintillo, la cerrajee y ¡palos! que me pega el desgraciado vértigo, no me da tiempo de nada más que tirarme en el suelo, ni chance de buscar flores de palo adán para contener el mal, mucho menos hojas y flor de palo de arco porque estás solo se dan en algunas cañadas donde se conserva más la humedad, tiré la 30/30 en el suelo, me acosté boca abajo y a enfrentar el desgraciado vértigo, vomité, patalee y pegue brazasos y patadas en la tierra pensando que me iba a caer estando acostando boca abajo, media hora de crisis hasta que me pasó, quedé un rato grody, débil, tullido y desorientado, no sabía dónde diablos estaba, me senté para recostarme en el tronco de un torote cuando veo los caballos del rancho –3– que me miraban a corta distancia, ellos habían sido lo del ruido de la quebradera de palos, permanecí más de una hora sentado con la cabeza dándome vueltas como si de nuevo me quisiera pegar el vértigo hasta que me estabilicé, eso sí sin saber dónde diablos estaba y para donde caminar de regreso al rancho, los huevos que llevaba de lonche se quebraron, y no hubo más que tirarlos sacándolos de la bolsa de plástico para que no se la comieran algún animal.
La bronca fue cuando me levanté, no sabía para dónde caminar, me levante todo tembloroso, veía borroso, con ganas de lavarme la boca y tomar agua, y agua de dónde, no llevaba, más que tres huevos cocidos que se quebraron cuando me tire en el suelo, comencé a caminar un poco más estable pero totalmente desorientado, no sé si caminaría dos o tres horas así hasta que divise desde una loma el rancho de Fisher, y ahora sí a darle con la brújula fija en un pequeño punto perdido en un zona plana cuyas láminas de los techos reflejaban los rayos del sol, tardé en llegar al rancho, serían más o menos las cuatro de la tarde cuando por fin llegue, el ranchero y su hermano ni siquiera habían prendido la leña para que se “jueran” haciendo brasas, yo no llevaba hambre, llegando me lave la cara y los dientes y tome agua y café, no me sentía bien, y como esa tarde me regresaría a La Paz arrime leña y la prendí, asé los cuartos de pollo, comí muy poco, le pedí al ranchero que me colara café para traérmelo en el termo ya de regreso a mi casa, nunca se me olvida que fue una de las salidas que menos disfruté, en el camino venía con el pendiente que de nuevo me “retentara” el vértigo pero no, tuturusco, tembloroso y con la mente ida llegué a casa sin ningún contratiempo. ¡Qué tal!.
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