La principal ventaja que tiene el virus del Covid sobre nosotros, es que, en la soberbia y la indolencia que nos caracteriza, le perdimos el miedo. Aún no termina de debilitarse la tercera ola en muchos países del mundo cuando ya nos amenaza una cuarta avenida, y no más nociva y perniciosa por la velocidad de los contagios, las variantes más agresivas y el descuido de los sistemas e infraestructuras de salud, sino por la desinformación y valemadrismo de una colectividad en la que estamos incluidos sociedad y gobierno. Le perdimos el miedo al covid 19 y arrojamos al cesto de la basura los cubrebocas, los guantes, el alcohol y los menjurges sanitizantes, las medidas de seguridad y las restricciones grupales, envalentonados por la vacunación ya avanzada en ciertos sectores y la permisividad de las autoridades para la concentración de personas en bares, restaurantes, mítines, salones, fiestas, vuelos de avión y transporte público.
Mi hija me comenta que en vuelo de Tijuana a La Paz, la aeronave venía repleta de turistas extranjeros sin cubrebocas y sin restricción alguna, y hace unas semanas, se autorizaron la operación de dos vuelos internacionales más al municipio de Los Cabos y otro a La Paz. En las áreas turísticas del Estado, los empresarios no exigen a los extranjeros y en general al público el uso de cubrebocas y otras medidas de higiene, por el temor de que se marchen del lugar.
Inmersos entre el miedo a una explosión incontrolada de la enfermedad y el miedo a volver a cerrar todas las actividades productivas, el virus se burla de nosotros, adaptándose a las pocas limitaciones que le imponemos, y en nuestro caso, aprovechándose de una autoridad local que ya está más preocupada por estar acomodando las maletas. Así, el esfuerzo descomunal de las autoridades de Bienestar, de los cientos que integran las brigadas de vacunación, de la búsqueda de nuevas vacunas en el extranjero, todo, se diluye ante una sociedad que como al principio de la pandemia, imaginamos la enfermedad lejana, imposible, y en un sintentido de negación, olvidamos los muertos que nos costaron las primeras olas, negamos la posibilidad de volver a recluirnos, desoímos las voces ya deslavadas de las advertencias y nos dedicamos a vivir la vida hermosa, como si no pudiéramos perderla en cualquier contacto, en cualquier carcajada, en cualquier abrazo, en cualquier beso, en cualquier esquina de algún día cualquiera…
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