Un día como hoy, hace 40 años, perdí a un amigo; él me enseñó sobre la responsabilidad en el trabajo y a vivir la vida en la justa medianía, habida cuenta las limitaciones económicas de la época, y que eran muchas.
Era implacable en sus juicios en torno a los gobernantes en turno, guiado solo por el sentido común, a pesar de su escasa escolaridad. Más bien, su formación venía de la escuela de la vida y del arduo trabajo, tanto en el mar como en la tierra.
Fumador empedernido, era un conversador de consumado histrionismo, manteniendo la atención de los contertulios a base de innumerables anécdotas ciertas y no tan ciertas pero igualmente divertidas.
Tenía pocos amigos porque decía que en la vida, los amigos se contaban con los dedos de una mano y sobraban dedos…
Con este amigo, aprendí a manejar, y a hurtadillas, a fumar de las colillas que iba dejando tras de sí.
Nunca me agredió y era tan despistado, que siempre preguntaba, «Bueno, ¿Y tú en que año vas?»
Nunca me ensalsó pero yo sabía que se enorgullecía de mí y de los otros amigos, siempre a nuestras espaldas, quizá con el deseo de que no nos convirtiésemos en seres petulantes y engreídos.
Malhecho, pero sabía de albañilería, mecánica, electricidad, marinería, pero más le ganaba el olor a fierros, sistemas y máquinas complejas.
Creo que lo más valioso de su enseñanza, fue la honestidad y el trabajo. Porque vaya que trabajó, poniéndose de pie, desde las cinco de la mañana, lloviera, tronara o relampagueara.
Quedaría incompleto este recuerdo, si no aludo a su florido y refinado lenguaje de carretonero o trasnochado de arrabal, aún cuando estos ojos nunca lo vieron tomado.
Daba gusto oirlo hablar a punta de madrazos que salían disparados como flechas de un ataque apache.
Me llevaba 36 años de diferencia pero nunca fue razón ni motivo para que, juntos, nos riéramos como duendes.
Sí. También era de mecha corta. Sin embargo, siempre hubo una fuerza superior y muy cercana que, con una mirada de oxiacetileno, las aguas volvieran a su nivel y aquella fuerza huracanada se apagara y contentos como siempre.
Que tuvo errores, sí. Pero fue más grande su entrega y entrañable amistad, que todavía hace falta por acá y se le extraña.
Cuando peló gallo al inframundo con escasos 61 años, yo apenas tenía 25 y muy poco que contarle.
Así era mi padre…
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