Si yo me voy, quizá tenga oportunidad de, por última vez, mirar tus ojos, inundados de llanto, y tu mano estirada a la distancia, en un imposible de promesas y de nos vemos pronto, amor; y te quedarás varada, pequeña, como un velero deslavado a mitad de la plaza de urgencias.
Y yo, apenas vislumbraré tu silueta, desteñida que poco a poco, se irá diluyendo ante mis ojos, empañados por la fiebre y la tos que empedernidas, me atosigarán como perros rabiosos.
Sé que querré retener tus manos en mis manos, así como querré retener el aire en mis pulmones, pero ambas cosas se harán escasas en ese tiempo de canícula que me quemará por fuera y por dentro, como una braza ardiente.
Pelearé mi primera guerra sin que estés a mi lado, sin la posibilidad de que me avitualles con tu serenidad y tu sonrisa. Y eso será malo, muy malo, pues será un mal augurio de batallas perdidas y derrotas a muerte.
Lloraré boca abajo, y mis quejidos serán como troncos oscuros en un bosque siniestro, repleto de ayes y gritos. Abriré mi boca como un pez fuera del agua, para jalar aire y también para llamarte, pero ni una ni otra cosa se cumplirá, y tan sólo el inútil siseo de los monitores y los respiradores estarán conmigo atormentándome, en el último momento, débil y adolorido, en que te respire por última vez en esta vida.
Si te vas, quizá tenga oportunidad de, por última vez, mirar tus ojos, inundados de llanto, y tu mano estirada a la distancia, en un imposible de promesas y de nos vemos pronto, amor; y me quedaré varado, quieto, como un velero deslavado a mitad de la plaza de urgencias.
Sé que querré tener tus manos en mis manos, ambas entrelazadas, y andar por ese patio de la casa, esculcándole las pulgas a las palmeras y las ixoras, y crecerán las sombras como una mala plaga, y en ellas, yo, perdido, imaginándote pelear tu primera guerra sin que yo esté a tu lado, sin la posibilidad de avituallarte en esa batalla, con mis manos, mis brazos, mi sonrisa. Y eso será malo, muy malo, pues será un mal augurio de batallas perdidas y derrotas a muerte.
Lloraré con el rostro entre las manos, y mis lamentos serán como troncos oscuros en mi patio siniestro, donde tal vez reciba la llamada de que perdiste la batalla, llamándome, como llamar el aire, ente los inútiles siseos de los monitores y los respiradores.
Si nos vamos los dos, quizá tengamos oportunidad de, por última vez, mirarnos a los ojos inundados de llanto y nuestras manos estiradas en el enorme vacío de la distancia, en un imposible de promesas y de nos vemos pronto amor, alejándonos, como veleros deslavados, yendo a pelear su propia guerra, cada quien sin el otro.
Y eso será malo, muy malo, pues será un mal augurio de batallas perdidas y derrotas a muerte.
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