Hoy fuimos al centro -que no es el centro- o pa’ bajo, como decíamos antes. Y ahí sí hay una razón; la meseta donde se desarrolló la ciudad, tiene una pendiente pronunciada para llegar a la zona costera, es decir, vamos pa’ bajo.
Muchos comercios abiertos; otros clausurados; restaurantes de banqueta; y paceños y turistas por todos lados, yendo y viniendo, en sus compras de domingo.
Y todos, sin excepción, enmascarados; enmascarados en la nueva normalidad, con medición de temperatura, gel, y los tapetes con cloro, que por cierto, no sirven para nada, al ingresar a los establecimientos.
Si antes nos conocíamos poco, ahora menos; parecemos cocodrilos emergiendo de un río, apenas pelando los ojos, detrás del incómodo y cuestionable cubrebocaynariz, respirando nuestro propio bióxido de carbono.
Y lo peor, cubrebocaynariz, «chorriado» pues algunos lo traen desde que inició la pandemia, cargando trillones de bacterias como cultivo de laboratorio.
Los hay de «cabeza de indio», de medio pelo y terciopelo; es decir, de gasa, con válvulas, de tela estampada y de marca. Algunos de suave elástico y otros que casi te arrancan las orejas o te las dejan «churidas» como chimangos malhechos.
También está la especie exagerada; traen doble cubrebocaynariz y máscara de plástico, al punto de sufrir hipoxia y quedar «turulecos» o de azotar como la res.
Si en otro tiempo, las mesas abatibles de los asientos de los aviones, eran los objetos más contaminados, ahora son los cubrebocaynariz, porque en ese quita y pon, los traemos en cualquier lugar. Conclusión: sale más caro el caldo que las albóndigas.
Pero lo que parece más absurdo, es lo que hacemos al entrar a un restaurante o expendio de comida: caminamos enmascarados de la puerta a la mesa y ¡Zas! fuera máscaras, y a comer dijo Arriola. Todo mundo con el rostro descubierto y no pasa nada, así haya 100 comensales amontonados.
Igual en los medios de transporte; en las filas de las tiendas u oficinas, te obligan a guardar 1.5 metros de distancia, mientras que, en los autobuses y en los aviones, la gente viaja como sardinas enlatadas, y nadie dice ¡Pío!
Ni hablar de las pachangas y tertulias; ahí tal parece que el virus nos da una tregua, con la creencia de que el alcohol lo mata todo, como decían las abuelitas de antes.
Lo anterior, da la impresión que el uso de cubrebocaynariz, aplica como una obligación y no como una consciente medida emergente de protección personal y de los otros, no importa que esté mugroso, contaminado y hediondo. Hay que cumplir…
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