La cebú
Era una vaca Barrosa cuernilarga “encartada” de cebú, un regalo de mi abuelo Reyes Murillo Ozuna, andaba suelta en el llano de san julio, Mi tío Román me llevó , en una mula retinta A campearla.
Era una vaca Barrosa cuernilarga “encartada” de cebú, un regalo de mi abuelo Reyes Murillo Ozuna, andaba suelta en el llano de san julio, Mi tío Román me llevó , en una mula retinta A campearla.
Definitivamente, esa temporada de cachorones resultó ser buena. Los meses de julio y agosto que estuvimos de vacaciones, fueron pródigos en la cacería y observación de los mencionados reptiles, con lo que pudimos acrecentar nuestro ya de por sí elevado conocimiento acerca de tal especie
Yo no sé, bien a bien, qué sea un preinfarto ni mucho menos un infarto. Tampoco una Encefalopatía hepática ni mucho menos un blefaroespasmo.
Muchos otros más tampoco lo saben, pero las pronuncian como si lo supieran.
Dicen que llegó del oriente,
otros, de occidente,
y algunos más,
que fue creado por la perversidad
en algún lugar desconocido;
Y así,
Una tarde de verano de 1990, me dice mi gran amigo y hermano David de La Paz ¿ puedes acompañarme a Comondu ahorita. Regresamos mañana? Si.
Y ahí vamos pasadas de las cinco. Entre charlas y recuerdos, llegamos al Valle
Aquel fatídico día, a Chemo se le vio subir la cuesta pedregosa y enpinada, machete y chicote al cinto, a traer leña de palo fierro, quien había de pensar que ese día le resultaría tan fatal, que ya de regreso con su preciada carga al hombro, al sentarse de espaldas a una enorme biznaga, quedó enganchado a sus espinas curvas y resistentes, inmovilizado, sin poderse levantar.
En el andar y andar por las brechas, caminos y carreteras de la vida. Por allá, por el año de 1990, conocí al ingeniero Roberto Benjamín Ibarra Hernández
Cuando los veía salir hacia la tienda, con ese morral donde tintineaban dos envases de ballenas, sabíamos que ella había llegado.
Eran sus nietos y se trasladaban hacia el abarrotes El Perico para adquirir el elixir que le permitió vivir el día a día, como ella quiso y morir, tal vez cuando ella quiso.
A causa de mi enfado, después de intentar inútilmente de aprender a tocar la quinta de Beethoven en ukelele, la Sonata 10 en la Kalimba, tratar de sacar el corrido de la Canelera en el piano, y Tico Tico versión Paco de Lucía en la guitarra, oí que tocaron a la puerta y para ahora sí que mi grata sorpresa eran los Testigos de Jehová, a quienes cordialmente invité a pasar a platicar y a tomar un cafecito.
Cuando los campos del Valle de Santo Domingo, lucían sus inmensos trigales y sus algodonales, aquellos días que han quedado atrás, aquellos días de prosperidad de sus agricultores, aquellos días en que los relojes movían menos aprisa sus manecillas, y en los que no existía la obesidad ni la diabetes infantil, aquellos días en que las mujeres eran madres de tiempo completo y no tenían que dejar a sus vástagos en alguna guardería;