Desde que escuche pronunciar la palabra Umi relacionada con un antiguo asentamiento guaycura, al norte de La Paz, hice el firme propósito de conocer ese lugar mítico tal como he conocido otros asentamientos indígenas como la “Tinaja de la Vieja”, el antiguo humedal de “La Palma” y el camino real que bordea la costa del golfo de California desde el “cajón de los Reyes” hasta San Javier; a diferencia de la Tinaja de la Vieja”, de los humedales de “La Palma” y del camino real, el viejo “paraje” de Umi no tiene nada excepcional, excepto referencias de antiguos historiadores y escribanos reales.
Se trata de un rancho ganadero-chivero semi abandonado que seguramente en otros tiempos fue una zona cinegética de mucha actividad (cacería), ubicado en la parte plana de Umi; un baldío con un par de matas de dátil fuera de producción, varias matas de dátil y palma secas o a punto de secarse alrededor de un limpio utilizado en tiempos remotos fue utilizado para siembra y una modesta o rústica casa construida con madera de la región –postes de palo fierro, techo con parches de palma y otros con lamina galvanizada, madera de cardón y lamina–, rodeada por un enorme y viejo guamúchil a punto de secarse, y en una ladera una centenaria pila de agua de mampostería –ladrillo y cemento– abastecida por medio de mangueras que recorren varios kilómetros desde las estribaciones de la sierra de Umi hasta el pie del rancho; lo que observé y me llamó la atención, sobre todo en las partes planas y ancones de limo sobre la brecha que conduce a Los Burros donde existen dos ranchos; Umi y Las Tinajitas, enormes palos fierros, mezquites, uñas de gato y flecha del indio que han sobrevivido a la dura inclemencia de las prolongadas sequías que han azotado la región.
Me baje del carro un par de minutos, tiempo suficiente para recorrer –mentalmente– pasajes históricos que he leído del lugar, e imaginarme la dura vida de nuestros antepasados en aquel medio tan hostil para la subsistencia, y a la vez congratularme por la grandeza de aquellos hombres y mujeres que conformaron nuestra ancestral comunidad de sangre, al salvar los obstáculos impuestos por el medio y darle vialidad a sus proyectos de sobrevivencia justo donde la naturaleza se tornó ingrata; busque pitahayales, ancones donde se da la yuca y otras raíces comestibles, así como lomas o laderas de barriales donde nace la saya, la cebolla de indio, cirguelos (ciruelos) del monte, biznagas, bolas de cardón, talayotes, etc., con lo que complementaban su alimentación, observación que quedo a medias por la resequedad del monte de palos de fierro renegridos por el sol alimentados únicamente por la brisa que corre del golfo hacia la parte plana de Umi dándole vida, muy precaria, a la endémica vegetación del lugar.
Umi es toda la zona conformada por dos enormes cerros en cuya cima plana se conoce como la “mesa de Umi”, separados por portezuelos que a su vez sirven para escalar la mesa, en la cima o mesa de Umi, según me dicen, existe mucha actividad cinegética (caceria), y en las estribaciones pequeños ojos de agua dulce; me gustó la zona para vivir por su aislamiento y soledad; levantar un “juncalito” de chiname con vara trabada de palo de arco, horcones de palo zorrillo y techo de palma como en mi tierra (Caduaño) para dedicarme a escribir y leer, tiene lo más elemental que es el agua, por lo demás no hay mucho de qué preocuparse, muy bien se puede vivir con doscientos pesos a la quincena comiendo frijol y arroz cocinados con leña de palo fierro, y como dijo Mac Arthur, volveré. ¡Qué tal!.
Para cualquier comentario, duda a aclaración, diríjase a victoroctaviobcs@hotmail.com
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