Evocaciones de Sudcalifornia

Zapatos

Zapatos - Miguel Angel Aviles

Dedicado para mis liebres ,esos Crocs clásicos color gris , que compré hace algunos años a muy buen precio , una semana santa , nomás para salir del paso e ir a bahía de kino y que ,contrario a todos los pronósticos , aún están conmigo e intactos , me han acompañado , fielmente , en toda esta cuarentena, sin rajarse .

Platicaba Chuy Manríquez, inolvidable amigo, que, en un pueblito no tan lejano de La Paz, los habitantes solían andar descalzos porque así era la costumbre o porque andaban más a gusto o porque se les daba la gana. Punto.

Y cuando, inusualmente, alguien rompía con esa tradición y calzaba ese par, casi nuevecitos, que guardaba desde hace tiempo en el ropero, eran tanta la sorpresa de los demás que de inmediato soltaban la pregunta: ¿traes gripa o vas pa’La Paz?

Así de extraño era que alguien portara, ya sea en la calle o en su propia casa, en la escuela, en la plaza, en la iglesia o para subir un cerro, unos zapatos, tan imprescindibles para muchos, pero tan innecesarios para otros, tal como pasaba en este lugar.

Esa primitiva forma de andar, alguna vez prevaleció en todo el mundo, se tuviera o no gripa, se tuviera que ir al Puerto de Ilusión o no o se tuviera que caminar caminos sinuosos y eternos o no. Hoy en día, también, habrá comunidades que prefieran anda con la “pata pelada”, como le tocó ver a mi amigo tantas veces.

Yo quiero pensar que fue por cuestiones de protección y de comodidad por lo cual, algún día de hace un titipuchal de años, a quien sabe quién se le ocurrió allegarse unos pedazos de cuero y ponérselos, como Dios le dio a entender, alrededor de sus piecitos.

Así cuáles espinas ni qué ocho cuartos y ya no anduvo lamentándose de las heridas o los tropezones tan dolorosos donde la tapita del dedo gordo sale volando y no sabemos ni dónde cayó.

Desde luego, habré de pecar de obviedad, que ese inventor o necesitado personaje, ni distinción hizo de sexos como hoy lo vemos, donde, si bien en algunas modelos pudieran parecerse, hay zapatos para hombre y hay para mujeres.

Viene al cuento tanta micro y macrohistoria porque el viernes que pasó, me dirigía a la oficina y, a metros de llegar, me encontré con un par de zapatos viejos, muy viejos que alguien dejó pegadito a una banca de ese rústico andador, donde quizá estuvo sentado y al irse, prefiero deshacerse de ellos, quizá no sin antes, echarles la bendición o agradecerles por el tiempo que soportaron tanto caminar por la gran ciudad de Hermosillo y sus calles o cualquiera otra de donde hubiera venido, no precisamente a realizar, en exclusiva, esa tarea de poner punto final a una relación con esta prenda.

Vaya usted a saber. Lo cierto es que ese par de zapatos, obscuros y maltrechos, llenos de polvo y ladeados de la punta, me provocaron, por un lado, la curiosidad de indagar cuándo y el porqué habrían arribado al universo una prenda como esta y, por otro, resultaron evocativos y provocadores del sano morbo.

Evocaron esa historia que el Chuy nos contaba en la prepa y evocaron pasajes de tu vida luciendo unos zapatos de charol o de cualquier estilo, pero bien boleados o los otros que estrenabas el primer día de escuela llegando con ellos relucientes al plantel para recibir un pisoton como bautizo , pero regresando a casa en condiciones muy parecidas a los que el viernes me encontré.

También recordé, por supuesto, los pies de muchos niños que, aunque quisieran no traen ningún zapato puesto y eso si nos es grato. Duele.
Aparte , traje a mi memoria el mediodía aquel que alguien me cuenta, en la que un hermano, sólo por imitación, se quería ir descalzo a la primaria pero se impuso el rigor materno y no sólo no se fue como quería, sino que terminó llevándose tres, según me afirman sus biografos: dos puestos y uno pintado en la espalda que mi amá le tatuó con una chancla luego de arrimarle un buen chingazo por aferrado .

El morbo me ganó al pensar de quien pudieron ser esos zapatos que estaban abandonados a los pies de esa banca. Por cuánto tiempo y quien traerían cargando: tal vez los dejó ahí un fantasma o cayeron del cielo porque a Dios ya le apretaban o estrenó unos nuevos o se vinieron caminando solos desde ese punto del planeta que les contaba al principio, donde los zapatos casi son non gratos hasta que llega una gripa o un viaje urgente y los salvan del olvido.

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Miguel Ángel Avilés Castro
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