Evocaciones de Sudcalifornia

10. Tenemos casa

Tenemos casa - Carlos Padilla

El tiempo no hace alto ninguno y continua, irremediablemente, transcurriendo. Nunca se detiene para esperarnos. Se tiene que pensar de manera pronta y certera, porque no te va a dar concesión ninguna, jamás. Y así, continuamos yendo y viniendo. Pasan los segundos, minutos y horas y se aglutinan transformándose en días, semanas y meses.

La prepa, por fortuna, marcha muy bien y el trabajo continúa proporcionándonos satisfacciones nuevas. Ya existen relaciones sumamente fuertes, de amistad, con varios compañeros estudiantes, lo mismo que con los profes. Hemos logrado integrarnos en algunos equipos con los que coincidimos, en edad, pensamiento e intereses. De la familia, ni que decir, estábamos viviendo la algidez que proporciona la conquista de cada peldaño de la vida, satisfechos, y felices.

La clase es muy nutrida y variada; los hay muy jóvenes. Otros no tanto, y yo entre estos últimos, que hasta me reclamaba un poco cuando pensaba; “con mis veintidós años y apenas en prepa”.

La verdad era que ya debía andar terminando los estudios profesionales, acariciando el final de una carrera profesional. Pero en fin; fue este el caminito que me tocó andar, y lo hacía a marcha plena y lleno de satisfacciones.

Unos tantos más trabajando y otros dependiendo de sus padres, pero todos buscando progresar para la vida. Algunos más, requiriendo del certificado de la prepa, para alcanzar un mejor escalafón en sus oficios.

El sindicato de mineros se encontraba promoviendo la asignación de viviendas, precisamente, para los trabajadores sindicalizados. Por supuesto que me interesa, y de sobremanera, el asunto aquel y solicito de inmediato, toda la información que corresponde. Integro un juego de la documentación que era requerida en la convocatoria, y la hago llegar.

—¡Falta mucho, muchacho! —Me comenta el señor Infante; es el encargado, sindical, de esos trámites— Se me pueden llegar a extraviar los documentos. Es un gran riesgo, eso, muchacho.

—¡No importa, señor Infante! Si se extravían, son sólo fotocopias. Se las vuelvo a entregar, de nuevo.

En eso quedamos. Recuerdo que se presentaron un sinnúmero de altibajos con ésta promoción de viviendas. Algunos de los que originalmente iniciaron trámite, ya no trabajaban para la empresa y las “ignorantes” opiniones, de muchos, respecto de la ausencia de calidad, aunado a lo pequeño en los espacios de las edificaciones, llegaron a poner, muy en serio, en riesgo la consecución de las viviendas. Es decir ¡No las querían! Pleitos futuros se sucedieron, con esas gentes, cuando aterrizó el proyecto.

Se fueron unos dirigentes sindicales y llegaron otros. Se aceleraba la toma de decisiones y se inyectaba un dinamismo nuevo al seno de la vida sindical. Luego, un buen día, se notifica:

“Se cita a todos los compañeros a una reunión, que se llevará a cabo, en la Unidad Habitacional fulana. En la dirección mengana. En la ciudad de La Paz. Además, se notifica cordialmente, que se contará con la distinguida y grata presencia, de nuestro líder nacional. El Señor; Napoleón Gómez Sada”

Asistimos, con gran júbilo, a la fiesta de entrega de las viviendas, que provenían asignadas bajo el concepto de créditos hipotecarios, a través del infonavit. Todo era una algarabía en la verbena sindical aquella. Las autoridades lucían sus mejores galas y a nosotros no nos cabía el corazón en el pecho. Había transcurrido poco más de un año de estar en Sudcalifornia y ya podíamos decir, que teníamos casa.

Mis fines de semana transcurren tranquilos. Nos vamos en familia a pescar, con un carretito y anzuelo, al muelle de San Juan. Nos permitían hacerlo, sólo cuando no había barcos cargando el pentóxido de fósforo, que es el producto final del beneficio de los minerales que la empresa procesaba. Al final del día, nos bañamos en la playa. El recorrido era a pie, pero definitivamente placentero. Recorríamos la distancia que hay, desde el poblado, hasta el muelle.

Inclusive, se me viene ahora a la memoria; el gran recuerdo de que tuve la suerte de tener en mi casa, del campamento, como huéspedes “aventureros”, a un par de entrañables amigos; Edmundo “el Mundo” Ocaña Ramírez y a Luis “la Laina” Dueñas Barraza. Este dúo de imberbes camaradas, con el correr del tiempo, se convertiría en un par de exitosos profesores. En su efímera estancia sudcaliforniana les tocó trabajar, también, algún período corto, en la empresa minera. Fueron conmigo y mi familia, excepcionales camaradas.

Un fin de semana recibí la grata visita, en mi casa de San Juan de la Costa, de Andrés Meza Rivera. Era un gran amigo de la prepa y lo apodábamos “el Cochi Loco”, apodo que le habían asignado, desde antes de que nosotros lo conociéramos, por tan travieso que era, y por su robusta complexión física. Definitivamente que se trataba de un gran compañero. Andrés, con el devenir de los años, ha logrado ser, un experto y eficientísimo abogado, y además, un excelente padre de familia y esposo.

Recuerdo que lo acompañaban, en esta visita, un par de camaradas más, también estudiantes de la preparatoria.
Se trataba de Antonio Ortega, y Martín Armenta Cuellar. Los tres; grandes amigos y compañeros de aula.

Al calor que prodiga el suave consumo de unas cervezas, bien frías, se hallaban paseando por las playas de la Bahía de La Paz, cuando de pronto, en una ocurrencia juvenil, muy propia de chamacos, tomaron la abrupta decisión de visitarnos y recorrieron los cuarenta kilómetros que separan a San Juan de la Costa, de La ciudad de La Paz. Se transportaban en un pick-up que era propiedad de Martín Armenta.

Platicamos, de lo lindo, por un buen y largo rato. Nos tomamos algunas otras cervezas más, que por cierto, en San Juan de la Costa se podían hallar las más heladas de la Baja California Sur, entera. Les enteramos, al calor de la felicidad con que nos prodigaba el consumo de ambarinas, que ya nos habían asignado vivienda en la ciudad de la Paz, y que nos encontrábamos, por ello, plenos de júbilo, por tan importante y trascendental evento en nuestras vidas.

Un rato después, ya en la cúspide alcanzada por la alegoría de las ambarinas y la calidez de la visita (creo eran como las nueve o diez de la noche), cuando Andrés, volteando a ver a mi esposa, le dice;

—Bueno, bueno. A ver, a ver. ¿Y si ya tienen casa en La Paz? Por qué no aprovechamos el pick-up en que venimos y les damos un raite.

Mi esposa, volteó a verme. Sólo cruzamos las miradas, pues no hubo necesidad de palabras. Iniciamos, con vehemencia el desmontaje del cilindro de gas y la estufa. Empacamos, en unas pequeñas cajas de cartón, ya que no había aún para maletas, lo poquito y magro de nuestras pertenencias.

Nos despertó la abundancia de luz en la sala. No había cortinas, por supuesto. Amanecíamos en nuestra nueva vivienda. ¡Teníamos por fin, casa propia!


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Jesús Chavez Jimenez
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