“El desfile”
Siempre me impresionó cuando por fin el agua era absorbida por la tierra, porque al secarse el lodo, este se agrietaba, dando la impresión de que la tierra se desgajaría como una naranja, y el croar de los ranas y de los sapos y los niños tratando de atraparlos con un palito u observarlos, aunque en un día de lluvia, por la noche esos animalitos con su croar nos daban verdadera serenata, y a coro los grillos los secundaban con su canto, nunca supe cuales hacían primera, segunda o demás entonaciones, sólo recuerdo que se escuchaba muy bonito, como una verdadera sinfonía a la natural, con puras notas emitidas de sus cuerpos, que no necesitaban ser combinadas con instrumento musical alguno, aunque se tratara de sonidos aparentemente repetitivos y monótonos, o sería quizá la magia del olor a tierra mojada, el sereno de la noche o la coincidencia con la luna llena, que nos miraba a todos por igual, como una madre ve a sus hijos antes de dormir, pensando en sus sueños, en sus anhelos, y especialmente en el futuro que les deparaba a todos aquellos chiquitines que yacían dormidos bajo su maternal regazo, integrantes de un pueblo, de una misma casa flotante en el universo, que se cimentó sobre la benignidad y la fecundidad de la tierra agrícola del prodigioso Valle de Santo Domingo.” (Del libro “Entre choyas y cardones”).
El desfile del 50 aniversario de nuestra secundaria en ciudad Insurgentes, del pasado catorce de febrero, me trajo hondos recuerdos de niñez y adolescencia, pues esas mujeres y hombres con marcas de vida, me evocaron a aquellos chiquitines inocentes a los que les deparaba un futuro incierto y desconocido y los recuerdos de mi pueblo escritos en el párrafo aquí transcrito. Hubo casos en los que tuvimos que mencionar nuestro árbol genealógico para poder identificarnos, pues las canas, las complexiones, la parsimonia de algunos al andar, las gesticulaciones y la piel ya habían mutado. Pero había un común denominador, el espíritu libre y la alegría de vernos después de mil batallas en media centuria de transitar por la vida, convirtieron en un festejo el rencuentro.
Entonces que importaba no llevar la formación perfecta de un desfile de antaño, en el que era impensable que nuestros maestros lo permitieran, si este era un andar de jolgorio y abrazos de campeones, que la vida les permitía encontrarse de nuevo.
A nuestras colegialas que nos hicieron suspirar y sentir las primeras mariposas y a nuestras compañeras de grupo y generación, las encontramos bellas porque hoy su mirada está impregnada de ternura, sensibilidad y experiencia, que aderezadas de su imagen vívida que pervive en nuestras mentes, siguen siendo así.
En nuestro breve caminar libre y desgarbado por una Toba distinta, solo distinguí la Tienda Nueva de entonces ahora con una oficina, La Violeta y la Gasolinera casi intactas por el tiempo, pero sin nuestro Cine Estrella sus pichones y su canela, sin la Cancha Deportiva y sin Don Ernesto Orozco, pero eso sí, con un monumento en honor a los pioneros y las plaquitas alusivas a los fundadores acaecidos.
Arribamos al templete de los actos, como el que se les armaba a las Reinas del Algodón del siglo XX para su coronación. Y la magia comenzó, con un descendiente de la familia Trujillo, nieto de Doña Victoria, la enfermera de nuestro Centro de Salud. Se trata del locutor Joel Trujillo González, quien presentó a las autoridades escolares y al Delegado de Insurgentes, a las Reinas presentes Yolanda Ramírez 1969-1972, Teresa López Banda 1970-1973, Rebeca Reyes 1973-1976, Hilda Sánchez González 1974-1977, Silvia Peña Solís 1981-1984, Martha Alicia 990-1993, Berenice Castro Brito 1992-1995, Yeredi Arce Meza 1993-1996, Hortencia Sánchez 1994-1997, Silvia Yuriana Orozco Sánchez 1995-1998 y Nahomi Velica Romero 2016-2019. Luego habló Jesús Chávez Jiménez, aquel joven entusiasta que en 1976 recibió a un candidato presidencial con un enjundioso discurso, y aunque hoy sin poder caminar, habló de igual manera con gran entusiasmo y alegría; lo mismo hizo Enoc Leaño, nieto del pionero Romeo Leaño Schiaffino, descendiente de quien mi pueblo siente orgullo por sus logros de actor, quien resaltó lo útil que le han sido en la vida las enseñanzas de la E.T.A. 184. También habló la oradora de nuestros años mozos, la Profa. Rosa María Chávez Jiménez, con un excelente mensaje ad hoc con el evento, “Añoranzas”, y al escucharla, por un instante sentí que por su voz hablaba toda esa generación de declamadores en extinción, aquellos pregoneros que haciendo uso de la palabra memorizada y los ademanes sincronizados con la poesía dicha, realzaban los festejos a la madre, los eventos cívicos y patrios de nuestro pueblito agrícola.
Luego vinieron los cantores, mi compañero de primaria José Guadalupe Figueroa con sus composiciones, el cantor del pueblo Marco Antonio Arzola Godínez, que con su interpretación de “Como te extraño” de la Revolución de Emiliano Zapata y “Pajarillo” de José María Napoleón, nos transportó a los amores y a la época romántica de los años setentas, ochentas y noventas, prometiéndonos al concluir su presentación, a cantar de nuevo en el aniversario de la primera centuria. Y si se lo creímos los oyentes, porque estábamos embriagados de la nostalgia desbordada en la alegría de vernos, en un sueño hecho realidad.
Fue entonces cuando el frio también se sumó al festejo, para recordarnos que fue el equilibrio del sol abrazador del verano de mi tierra, que permitía la hermosura de las motas blancas de algodón, y que no nos olvidáramos del viento, que lo traía con el aroma de las caracolas marinas y con el canto de las ballenas que desde su santuario del Pacífico se sumaban al festejo del cincuenta aniversario.
Para cerrar con broche de oro, con aquel genio que cuando ensayaba a su Ballet “Caaman Cadeu”, se oía en toda la secundaria a lo lejos, como si “Fred Astaire” con su “Tap Dance” estuviera en nuestra secundaria mostrándoles a sus alumnas los pasos a seguir. Pero nuestro Fred era nuestro querido Pablo Landin, de cariño “Poli”, y su zapateado con botines lustrosamente boleados, no era tap dance, eran sones veracruzanos y bailes regionales de diferentes Estados de La República Mexicana. Pero esa noche de aniversario, se la llevó un Pablo cada vez más sofisticado en pasos, vestuario y en bailarines de todas las edades, dejando exhibición de su ya maduro y consolidado arte.
Y fue así como el frio y el manto oscuro de la noche sin plenilunio que nos iluminara, sin grillos y croar de sapos y ranas, uno a uno de aquellos chiquitines, hoy hombres y mujeres de bien que conservan su alma de niños, fueron yéndose del lugar del festejo, que según me contaron después, no se fueron a dormir, pues ¿porque habrían de desaprovechar tan magno y singular rencuentro?, por eso festejaron por grupos en diferentes lugares privados del pueblo, donde charlaron, rieron a carcajada abierta, cenaron, bebieron, bailaron, se reconocieron fácil o con referencias, brotaron las anécdotas, nombres interminables, los maestros, el campo agrícola, el primer beso, los amores frustrados y los logrados, los compañeros partidos, y en fin, la noche fue corta, pero mágica e inolvidable.
Ricardo Hernández Gómez.
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