Evocaciones de Sudcalifornia

La muerte de mi tío

Aníbal Angulo2

(cuento escrito ya hace tiempo, que ahora parecería actual)

Mi tío Javier murió finalmente ayer. Tanto fue y vino del hospital a la casa y de la casa al hospital que nos costó trabajo creerlo. Días atrás nos habían dicho por teléfono “mejor vengan, lo más pronto que puedan, a lo mejor lo alcanzan vivo”
La verdad, hacía ya tiempo que nos habíamos alejado de la familia, de sus chismes, pleitos y mitotes, pero temiendo que esta vez sí fuera en serio compramos los boletos para Guaymas. El vuelo, en uno de esos avioncitos de pocos pasajeros y sin aeromoza fue aterrador. Todavía con el Jesús en la boca, nos recogió en el aeropuerto un tipo desconocido con aire de familia.“Hola tíos, me dijeron que los llevara directo al hospital”_ dijo al mismo tiempo que se echaba al hombro las maletas. En la puerta de hospital estaba un grupo despidiéndose con besos y abrazos, de entre todos reconocí a mi tía Mercedes, esposa de mi tío y hermana de Porfiria, Julia y Ambrosia, tres solteronas que habían pasado su juventud en colegios de monjas y sacristías. Mi tío no las podía ver, ni ellas a él. “Son unas brujas avaras” les decía en sus caras cada vez que podía.

Gracias a Dios que vinieron, ha preguntado por ustedes y con la buena nueva que ha mejorado mucho y dicen los médicos que estará mejor en casa, vamos todos a esperarlo allá. Una ambulancia lo llevará. Decidimos caminar atravesando el centro del pueblo y hacer tiempo para que llegara la ambulancia. El calor era sofocante y caminamos despacio buscando la sombra de las paredes y donde poder tomarnos una cerveza. La casona estaba tal y como yo la recordaba. Muros anchos, con macetones en los corredores y una fuente sin agua en el centro del patio. Mi tío siempre quiso quitarla para sembrar un tamarindo, su árbol preferido, pero mi tía y sus hermanas, aliadas con un cura, intimo amigo de ellas, le armaban un escándalo cada vez que lo mencionaba y amenazaban con hacerle público algún pasaje oscuro de su pasado político. La fuente sobrevivió. La ambulancia llegó con su sonido característico, además de una sinfonía de ladridos y todos salieron a ver como bajaban al tío. El grupo rodeó a los camilleros y no pudimos verle el rostro, solo vimos una mano sosteniendo una botella de suero o algo parecido cuando lo llevaron directo a la recámara principal. La casa es fresca y a pesar que es un clima seco huele a humedad. Mi tía, con un ademán enérgico, alejó al grupo que se arremolinaba en la puerta de la habitación, para que dejaran pasar el aire. _Pasen a saludarlo de uno en uno, dijo. Las solteronas rezaban en un rincón de la sala con los rostros hacia el techo y de vez en cuando repetían en voz alta “gracias te damos Jesús mío” Los chamacos, hijos de no sé quienes, entraban y salían ajenos a todo y felices por no haber ido a la escuela. _Hace mucho que no te veía, hijo ¿sigues trabajando en la carnicería de Juan? me preguntó una anciana encorvada. Soy fotógrafo en La Paz_ dije sin querer ser grosero pero sin el menor ánimo de continuar la plática.
_El carnicero es el hijo de Tomasa, abuela, él es el hijo de Francisco, el que vivió mucho tiempo en México ¿te acuerdas? Y ella es su esposa.

No sé quien era, pero me sentí aliviado al ser ubicado y no tener que dar más explicaciones. El desfile a la recámara era interminable, entraban parejas y ancianos ayudados por sus nietos jóvenes y al salir comentaban en voz baja para no ser escuchados “está muy jodido” “no importa lo que digan los médicos, de esta no sale Javier” “es puro hueso”
Cuando me tocó el turno tomé de la mano a mi esposa, ella me vio y apenas me sonrió; respiró fuerte y me empujó por delante. La recámara estaba casi en penumbra, a pesar de que afuera el sol pegaba con fuerza. El anciano que estaba en la cama no era ni remotamente la imagen que recordaba de mi tío. Este era un esqueleto untado con pellejos, sin dientes, los pómulos hundidos y los ojos desorbitados.

¿Tú quien eres? balbuceó al vernos.

_Es el hijo de tu hermano Francisco, háblenle fuerte porque casi no oye, -dijo mi tía sentada a un lado de la cama y sosteniéndole la mano con el suero.

Fue una plática sin sentido: no escuchaba nada ni reconocía a nadie. Mi tía como médium intentaba, con cada pariente, establecer un puente sin lograrlo y cuando ella consideraba que la conversación era suficiente se acercaba a su oído y le gritaba” ya se van, despídete” y mi tío sacaba la lengua en señal de adiós. Salimos de la recamara y atravesamos la sala conteniendo la respiración y sin voltear a ver a nadie hasta el corredor iluminado. Realmente no tenía sentido haber venido, pero la vista del jardín me recordó las comidas de fin de año, los regalos de navidad, los cumpleaños de mis primas y los juegos con los vecinos. Me sentí mejor. De pronto escuché gritos y alaridos en la recámara “el médico, llamen al médico” suplicaban. En la recámara y la sala todo era un caos, unos lloraban y otros trataban de comunicarse con el hospital, “sóbenle los pies con alcohol “insistía una anciana, las solteronas habían sacado de no sé dónde la imagen de un santo que besaban con desesperación. “Aire, échenle aire” “Ya viene una ambulancia, no es la misma, pero ya viene” “El cura, que alguien busque al señor cura”

Después de unos minutos de espera escuchamos el sonido de una ambulancia acercarse con rapidez “ya viene, ya viene “gritaban. Pero el sonido se alejo hasta perderse. Minutos después de nueva cuenta escuchamos el sonido acercarse para luego hacerse más débil “están perdidos, que alguien salga a encontrarlos” No quise decir nada para no parecer pesimista, pero para entonces podría jurar que vi el alma de mi tío revolotear cerca de la fuente.

En el intento por alcanzar la ambulancia, los enviados chocaron con ella y estuvieron a punto de provocar una tragedia mayor. Parientes y enfermeros se hicieron de palabras y tuvo que ir otra comitiva a calmarlos. Finalmente llegaron y entre los enfermeros y los parientes hombres sacaron a las mujeres de la recámara y envolvieron a mi tío en unas sábanas grandes, y al salir al patio, en un giro descontrolado de la camilla chocaron con una maceta y mi tío cayó al suelo encima de unos helechos “cuidado con las macetas, son muy antiguas” dijo una de las solteronas. Antes de que cerraran las puertas de la ambulancia vi entre los dedos de los pies de mi tío unas hojas de no me olvides y epazote. Una hora más tarde, uno de los parientes, llamó del hospital para decir que “ahora sí”

De regreso en el avión mi esposa me tomaba de la mano y cariñosamente me decía al oído “tranquilo, ya descansó” Y lo curioso-pensé-es que nunca lo vi trabajar o servir para algo ¿de que iba a descansar? No lo dije, claro, estaba muy fresca aun la memoria de mi tío.

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Virgilio Murillo Perpuli
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