La otra vez, hace un chingo, venía el Moncho, el hermano del Quequi, muy tempranito del hermano ex-pueblo mágico de Toojantos, cuando en Todosantos (donde no se admiten dentistas), gobernaba «El Poca Lucha».
No pués ahí venía el pinchi Moncho en chinga, porque a las purititas seis entraba a peserear en la ruta Guelatao – La Vaquilla – Guacholandia – Centro – 16 de Cectiembre. Venía con aviada porque se había desvelado pistiando anca el «Lomo e’ cochi», y no quería ser el primero en irse porque lo iban a hacer tiritas si era el primero que se iba de con la palomilla, Porque neta, allí en chimuelolandia si no eres carrilludo desde chiquito (ay boñito) y bueno pa’ poner sobrenombres, luego luego te capan sin derecho a fianza. Sí venía recio pues, a esa hora cero de la mañana que la luz no es agua ni pescado, cuando a la altura del semáforo de la Ocho, por ahí donde recargan de agua a las pipas, no va viendo el pinchi Moncho una pinchi polvadera en un sólo lugarcito, un chingazo de luces en un aparato como ovni cuadrado, con un putero como de escobas dando vueltas en lugar de las llantas y un pinchi extraterrestre con sombrero de palma, un paliacate rojo como mascarilla tapándole la boca, uniformado de caqui, como polecilla del Triunfo.
El Moncho, con los ojos pelones, como que se quiso pegar una cagada, y es que no sabía que era el Maistro Sandoval, de Servicios Públicos, estrenando una máquina barredora, totalmente desconocida por el Moncho, quien medio sobrepuesto del susto, ya casi pasaba frente a la máquina, y pa’ no irse liso nomás agarró aigre y le gritó al alien de caki: ¡Mé, verás en lo que va!
Puchi, qué simple, ¿no?
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