Hay quienes de esta pandemia se han reído y hay quienes, debido a ella, han llorado porque alguien se ha ido o porque no pueden vivir esto que viven a solas.
“Esto” no es la pandemia en sí ni la cuarentena, le diré sino lo que ambas cosas pueden estar provocando, por más esfuerzos que hagas, sin saber a quién recurrir (como otras veces que no has podido ponerle nombre a eso que te pasa) pero que no sabes qué es.
Si: es como un dolor viejo e incesante que está ahí haciéndote daño y no te permite estar en paz ni hacer lo que antes hacías con gozo. Es como el miedo de un niño o de una niña, que se agobia ante cualquier regaño o le teme a la oscuridad o a eso que se agolpa en el estómago como un presentimiento invisible que no estás seguro que llegará pero le temes.
Es como ese llanto que no deseabas pero ya volvió como un visitante incómodo y doloroso que ahuyenta todo lo que puedes ser pero te es imposible desterrarlo.
Ese eres tú, y no has podido descifrarte.
Lo sé, te entiendo. Y nada preguntaré aunque quisieras decirme todo. No preguntaré porque hasta las respuestas duelen.
Quizá por esa razón, te encuentres en esa resequedad que a veces eres o en esa carcajada, en esa ironía, en esa gracia que antepones como una defensa frente a lo que quieres extirpar como se extirpan un lipoma pestilente, pero sin saber cómo.
Eso se llama ansiedad o depresión, quizá, más que importa, si en estos meses ha crecido en llanto, en miedo, en inseguridad o en una incertidumbre como crece una enredadera indeseable o una flor maligna que desearías marchitarla a punta de coraje, para toda la vida.
Calma, si es que puedes, y si no puedes, no te culpes: esto no lo quieres ni lo llamas, llega a ti como unas olas grandes, grandes que te agarra descuidad@ y te revuelca.
Calma si te pinté de cuerpo entero o hice el retrato hablado de lo que en este ratito o ayer eras (de nuevo). Calma. Tú, encierro, soy yo.
Calma: tu encierro es el mío y estoy escribiendo aquí porque te entiendo y lo que nunca ofrecería son regaños o reprimenda.
Sí, también lo sé: de eso ya estás harto y te resulta ofensivo que vuelvan a lo mismo como si quisieran poner a prueba tu sufrimiento que a lo mejor inventas.
Calma, mi amigo, calma, mi amiga. Calma, hijo, hija, papá, mamá, tío o tía, sobrino o sobrina, cualquier parentesco filial o consanguíneo no interesa y menos en temporadas tan aciagas que vive el mundo, este país, la ciudad y tu familia pero en ocasiones, hasta en estas, incluso, se nos olvida o no sabemos ser empáticos.
No es que no le importes, es que no saben la magnitud de lo que le hablas hasta en tanto no la vivan, no la tengan encima estrangulándoles la voluntad, invisiblemente para el resto de la gente, pero tan permanente día a día en ti y sin embargo, aun cuando te puedan llamar débil, estás de pie y luchando en casa, en el trabajo, en la esquina, en ese sueño que da tanto, en el pasado, en el presente y en lo que ha de venir, porque si bien, en algunos casos esa temporal, en otros ahí está asaltándote y, sin embargo, el umbral de tu dolor anímico, resiste y buscas cómo palear cada momento.
No. Calma. No saldré con el consabido “échale ganas”, “ánimo”, “la vida es un carnaval” porque sé que no está en ti, nomás respirar hondo o desprenderte de tu interior lo que te quema, como si fuera una costra o que te sintieras de ese modo, nomás de puro gusto o para llamar la atención.
No, en ese caso nos desnudamos y salimos a la calle para que todos nos vean, incluyendo familiares, vecinos, mirones, diarios locales, o cazadores de talentos, según esté nuestra figura.
No, en ese caso apedreo una oficina de gobierno o me paro de manos adentro de una iglesia en plena misa a la hora de la homilía o hago como que le disparo a un servidor público, con una pistola de agua, cuando esté rindiendo su informe o ande por ahí cerquita de uno.
Con esto bastaría para llamar la atención, si ese fuera el gran propósito de quienes se sienten así y en quienes, por obvias razones, en estos meses de encierro, de tensión, de apremios, y de duelo, estos padeceres se detonan.
Por ellos opté por escribir al respecto. Porque pueden ser los olvidados, los no vistos, los que no siempre tienen escuchas ni empatías en quiénes confiar y a quiénes confiarle que hay un sobresalto en el pecho y una tristeza que va y viene sin dejarte en paz y que se acrecienta por factores como pudiera ser el confinamiento y la intranquilidad.
Porque tienes que saber que, en cualquier momento y a cualquier hora, hay alguien que puede escucharte sin interrupciones y sin inyectarte la culpa como el único antídoto de quién no sabe de qué le hablas y te receta un placebo para aliviar lo que no entiende.
Calma. Ellos o ellas no son culpables, insisto. De nada son culpables, lo subrayo. No lo son, porque así como hoy se desconoce tanto del coronavirus como un factor más de lo que sientes ,así también no se sabe tanto de lo que siendo tan antiguo, que hasta melancolía me da, tampoco se han encontrado todas las respuestas.
Pero calma, insisto: tú, usted, ese hijo, la hija, el que más quieres, desde hoy podrán saber que en lapsos, en ratitos, o en décadas así pueden contar con alguien como, probablemente, no lo supo mi amigo Armando o aquella joven de la playa, o Claudio o mi sobrino Miguelito.
Aquí estamos. Búscanos: tu voz te alivia y puede sanarte por ratitos, por cuarenta días, por una noche, por un fin de semana, por ese minuto crucial o por el resto o la suma de tus días, en tanto sepas y estés enterado que alguien te entiende a la perfección y está presente para ti cuando ese aguijón llegue y te hiera, sin compasión, el alma.
[ssba-buttons]- Del recien nacido que duerme - 03/03/2023
- Pensaba y pensaba - 23/02/2023
- «RamónRobles» - 05/12/2022