«Lo triste o lo alegre de una historia no depende de los hechos ocurridos, sino de la actitud que tenga el que los está registrando». (Jorge Ibargüengoitia)
Primer acto.
Cuando supe por primera vez de Jorge Ibargüengoitia, él ya estaba muerto.
Pero cómo me hiere esa fecha.
Escuché su nombre esa tarde en el consultorio del doctor Camacho a dónde había acompañado a mamá.
La recepcionista, una señora muy atenta, ya mayorcita, era la propia mamá del doctor y, mientras le tocaba el turno a la mía, se pusieron a platicar de cosas que sólo hablan las mamás.
No sé cómo vino al cuento, pero, de pronto, ya estaban hablando de un tal Ibargüengoitia y del avionazo en donde veinticuatro horas antes, en Mejorada del Campo, Madrid, se había dado en toditita la maceta, junto con otros escritores y, para envidia de cualquiera, al lado, también, de la bellísima actriz mexicana, Fanny Cano.
Mi mamá se llamaba Rufina, la mamá del doctor no sé, pero se apellidaba Cumming y era pariente de Alejandro Ibargüengoitia Cumming, papá del autor de La Ley de Herodes y de cáusticos libros más.
Segundo acto.
“Jorge Ibargüengoitia salió de su casa en París, abrió la puerta del taxi y miró hacia el balcón para despedirse de su esposa. El escritor mexicano iba a tomar un vuelo a Bogotá, con escalas en Madrid y Caracas. Era 26 de noviembre de 1983. A esa misma hora también partían hacia el aeropuerto Charles de Gaulle otros literatos latinoamericanos: el peruano Manuel Scorza, la argentina Marta Traba y su marido, el uruguayo Ángel Rama. A ellos se les sumaba la pianista catalana Rosa Sabater. Un mismo motivo los subía a ese avión rumbo a Colombia: el I Encuentro de la Cultura Hispanoamericana. Nunca llegarían. Tras hora y media de vuelo, en el descenso hacia Barajas, el vuelo 011 de Avianca, un Jumbo bautizado como Olafo, se precipitó sobre las lomas de Mejorada del Campo. Murieron 181 personas. Sólo 11 sobrevivieron.
A la 1 06 del día 27 se escuchó un estruendo monstruoso en Mejorada. “Vinimos todos hacia aquí. Aquello fue una romería”, cuenta hoy el vecino Pedro Ochoa de Alda sobre la misma vaguada donde se produjo el siniestro. En Madrid, David Aguilar, fotógrafo de prensa, se enteraba por la radio en un taxi y salía disparado con su cámara hacia Mejorada. Allí se encontraría un infierno: “Una mezcla horrible de olor a gasolina y carne quemada, sin más luz que los faros de los Land Rover de la Guardia Civil, que sólo tenía para identificar los cuerpos unos banderines de Coca-Cola con el eslogan La chispa de la vida”, señalan aún los registros hemerográficos que en El País se leen.
Tercer acto.
Ahora caigo que esa consulta-noticia-duelo-conmoción tanatológica, fue el 28 de noviembre de 1983 (al día siguiente de lo sucedido que fue en domingo) y la platicada se puso morbosa o conmovedoramente interesante, tanto, que mi madre, entre empática con la tristeza de la señora y entre que quería saber más del mitote, le hizo una seña al paciente que le seguía en el turno para que pasara él y con los ojos bien pelones, siguió escuchando, muy atenta o muy argüendera, los detalles del avionazo.
Yo, que también había parado oreja para enterarme del asunto, no sabía bien a bien de quién estaban hablando, pero entendí que estaba emparentado con esa familia y en particular con la familia Cumming, segundo apellido del doctor Camacho quien, como tantas veces atendería a mi madre un buen rato después cuando el tema sobre un tal Ibargüengoitia ya se había agotado (según pensé)
Salimos de ahí casi al obscurecer y toda la noche estuve pensando en lo que le había pasado a ese pobre hombre del que se habían expresado tan bonito.
Pese a ello, me dormí tranquilo porque el doctor Camacho Cumming había dicho que, de su salud, mi madre andaba al centavo.
Dios guarde la hora hubieran sido malas noticias: un soplo en el corazón, una maldita depresión o cáncer de páncreas. Uf: hubiera tenido que aprender a vivir con ese dolor, para siempre y aparte, yo ni hubiera dormido.
Porque una noticia así, es peor que morir, de un de repente, ya sea porque se desploman unas ruinas sobre tu cabeza, te come un león, te cae un rayo seguido de un relámpago en agosto o, simplemente, te lleva pifas, por culpa de un avionazo.
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