Evocaciones de Sudcalifornia

Un pueblo en el desierto

Malena Sorhouet

Había una vez un pueblo en el desierto que reaccionaba muy distinto de otros pueblos cada vez que llovía. Algunos vueltos locos por el milagro salían a corretearla es decir subían a sus carros y tiraban pal monte a meter los pies en los arroyos que bajaban de la sierra, otros salían a comprar pan y se metían a sus casas a tomar café y desde dentro disfrutaban el sonido tan esperado. Las clases se paraban y las madres aventaban a sus hijos en casa de la abuela, de la tía, o de la vecina para ir a trabajar, aunque aún en el trabajo y durante todo el tiempo que llovía la gente no pararía de hablar de el mojado acontecer, hasta se hablaban por teléfono de barrio a barrio para hablar del fenómeno, en cada oficina, comercio, consultorio solo se hablara de la lluvia como algo fuera de serie.

Cómo si no estuvieran todos bajo la misma nube. Los panaderos felices, los que venden hot dogs miserables, los del campo agradeciendo, los urbanos repelando. Había ciertamente un sentimiento muy especial de las personas de esa ciudad cada vez que al cielo le daba por llorar un poco.

Era famoso que si la lluvia paraba temprano el atardecer sería grandioso. También era famoso que si duraba más de 3 días las personas desérticas empezaban a ponerse de mal humor y a pedir que ya se fuera, que era mucho el lodo en los zapatos, en las llantas de los coches y que si los baches de la ciudad serían más grandes cada día. Eso pasaba en ese lugar donde casi siempre había sol y el tiempo de llover estaba marcado en el calendario con tres huracanes y ya.

En los lugares donde siempre hay sol la gente pasa mucho tiempo afuera de sus casas, aunque sea en el jardín, por eso cada casa hay sillas afuera. Cuando llueve las sillas vacías reclaman las conversaciones, las plantas y los perros extrañan a los niños y a las abuelas, los jóvenes dan vueltas como changos encerrados mientras las cafeteras trabajan horas extras. Yo vivo en esa ciudad.

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Malena Sorhouet
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