Fotografía tomada de Facebook del perfil : «Rincón Boleriano»
Hermano: Te escribo la presente después de 50 años de que partiste con tu juventud a otro sendero donde sólo hay paz, gozo y vida eterna, como es en la casa del Padre Celestial.
Mi madre decía que no hay dolor más fuerte que perder un hijo. Tu partida fue un golpe que cimbró el alma de la familia que con el tiempo aprendimos a vivir sin tu presencia física.
Hoy te recuerdo porque dos amigos de tu infancia y juventud evocaron tu imagen de aquellos años mozos en el puerto de madera con anécdotas que hablan de que fuiste un niño feliz y un joven de bondadoso corazón.
De seguro has de ubicar a esos dos amigos que te recordaron con un sentimiento que sólo los grandes amigos pueden expresar: Rogelio el “Quelo” Castro y el profesor Tomás Vergara Verdugo, el “Zule”.
El señor Quelo me contó que juntos disfrutaron algunas diabluras en las playas negras y el profe Zule reconoce que fuiste su adversario en el juego del balero que ejercías con maestría.
Hermano, también en meses pasado recibí una llamada para preguntarme si yo era hermano de Fernando Peralta Montoya, “ El Güero”, hijo del Birin. La persona del teléfono se llama Juan Jesús Murillo Gómez, originario de Cachanía, profesor normalista y me comentó que trabajaron juntos en el magisterio de los Mochis, Sinaloa, y naturalmente la charla versó sobre ti, conversación que me dejó un mensaje de que tuve un gran hermano con el cual conviví poco tiempo.
En verdad, la interacción contigo fue poca y aislada, ya que te fuiste a estudiar a temprana edad a la Escuela Normal de La Paz para profesor; yo apenas tenía 2 años de edad.
Para la familia fue un orgullo que te hayas recibido de profesor, profesión que ejerciste en Sinaloa. Tu distancia de la familia fue por razones de estudios y después por compromisos laborales, esa fue la causa de que conviviera poco tiempo contigo.
Cuando regresaste a Santa Rosalía sin ser periodo vacacional, fue por tu enfermedad, hecho que a mi corta edad no entendí la magnitud de la situación.
Una mañana de abril del 70 tus ojos se cerraron para siempre llevándote un girón del alma de mi madre y dejando un dolor y pesar en mi padre.
El día de tu partida me mandaron a casa de mi hermano Toño, porque siendo yo un niño de nueve años consideraron pertinente que no estuviera en el velorio.
Al caer la noche regreso a casa y encuentro un silencio que duele, un olor a cirio y a flores que nunca he olvidado en ese abril del 70 que significó un parteaguas para la familia.
Fue un año difícil, días de mucho dolor y tristeza que se sentía en cada rincón del hogar y con la fe transitamos tan doloroso momento.
Ese primer diciembre de 1970 sin ti, tu ausencia se hizo aún más grande, la sala de la casa sin tus amigos que iban a tocar la guitarra y a escuchar música de los Beatles y del grupo Animals.
Fue una Navidad triste, el alma de los Peralta estaba muy dolida y no comprendíamos por qué te habías marchado tan temprano.
No hubo el ánimo para poner arbolito de Navidad y llenar de luces las ventanas y el porche de la casa.
Después de tanto tiempo, mi nana Ramona no preguntó a mi madre cuándo llegaría su “ Güerito”, como solía hacerlo en tiempos decembrinos, la abuela nunca dejó de llorarte.
Diciembre del 70, la guitarra no sonó en la casa de madera de calle 10 porque contigo se fue la música y dejaste recuerdos de que fuiste un gran hijo, hermano y amigo, legado que nos ayudó a proseguir el camino.
Legado que después de 50 años de tu partida se refleja en las conversaciones con tus amigos que evocan que tuve un gran hermano que aún vive en los recuerdos de su generación.
Siempre estás con nosotros, “Güero” del Birin.
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