La anécdota que hoy les comparto, es uno de mis secretos mejor guardados; años conservándolo en el baúl de mis recuerdos por una sencilla y elemental razón; me resistía a exhibir sin recato mis miedos, mi cobardía, y eso para un cazador es una ofensa imperdonable; a finales de 1980, seguido salía a “liebrar” con dos entrañables y muy queridos amigos, ambos mucho mayores que yo; Miguel Ángel Sepúlveda Cota y Jesús Castro Villalba, en una ocasión decidimos “liebrar” sobre los ancones que rodean la cuesta de “Los Bueyes”, sobre la brecha del 35 en dirección al pacifico (Los Inocentes-El Rosario); “peinábamos” o mejor dicho “liebrábamos” desde el “Conejo” en el km 80 al norte de La Paz hasta la zona del Carrizal y los Bledales aquí en La Paz, donde vivía la suegra de Miguel Sepúlveda, así como arponear langostas en mareas bajas en el pacifico en los meses de junio a septiembre, así que en esa época comía muchas liebres, conejos y langostas, pobremente.
Temprano llegamos a los ancones de la cuesta de “Los Bueyes”, preparamos el “atizadero” para recalentar unos burritos y café antes de irnos a la “liebrada”, los tres portábamos rifles .22, ya que “taqueamos” ¡Fierros! pa’ la liebres, el “Chuy” Castro, que durante muchos años trabajó en las salinas de la Isla San José y de San Evaristo, era quien nos guiaba; alto, fornido, blanco de más de setenta años de edad, muy bueno para tirar y caminar, pese a su edad se veía fuerte, rara vez decía que se cansaba, así que dio instrucciones; Miguel Sepúlveda “liebraría” en dirección a “Los Laureles”, rancho abandonado, el “Chuy” Castro rodearía los ancones y yo, por la orilla del arroyo del “Cenizo”, la mañana transcurrió sin novedad, poca caza pero teníamos la esperanza de dar otra “liebrada” en la tarde, no queríamos venirnos con las manos vacías; esa mañana Miguel y el “Chuy” mataron cuatro liebres, yo ninguna, con la misma Miguel les tumbaba el cuero, las destazaba y las echaba en una hielera con poca agua, sal y unas gotas de vinagre.
“Sestiamos” al mediodía en las sombras de unos enormes cardones esperando a que diera la hora para salir, a eso de las cuatro de la tarde a “desentumirnos” y a darle, ahora en las inmediaciones de otro rancho abandonado, “La Mora”, que había pertenecido a un Coronel del Ejército, zona de más limpios y menos enmontada, allí corrimos con mejor suerte, entre los tres completamos dos docenas de liebres y varios conejos; allí en la zona de los “laureles” fue donde el caso sucedió como dicen en los corridos, tomé una vereda de ganado para caminar, muy arenosa por cierto, esquivando varas de palo de arco, vinoramas y huatamotes, a lo lejos se divisaba una pequeña loma que pensaba subir para “peinar” mejor la zona, estaba aún retirada, así que seguí caminando con el .22 en la mano listo para disparar, antes de llegar a la loma o más bien donde moría la loma, de pronto me topé con una manada de “cochis”, la “cochi” hembra y seis crías que caminaban sobre la vereda en fila india, como los vi desde lejos no me asuste, cuando los tuve a menos de dos metros me hice a un lado de la vereda para que pasaran, al pasar ni se inmutaron, me llamó mucho la atención de ver “cochis” en esa zona donde no hay ranchos cerca, el rancho más cerca es El Rosario del Mundo Carballo, y desde allí hasta al rancho hay no menos de diez kilómetros, seguí caminando pensando en los “cochis” cuando de pronto, al curvear la vereda dándole vuelta a la loma me topó con un coyote que venía echo madre siguiendo los “cochis”, el avistamiento fue tan sorpresivo que el coyote derrapó como tres metros frenando con las uñas en medio de una espesa polvareda, sin saber qué era, me asusté, pegué un grito despavorido y tire el rifle pal monte, el coyote me llego cerca de los pies y yo con una “tembladera” y “tullido” por el miedo sin saber qué hacer, fue cosa de unos segundos hasta que me di cuenta que era un pinche coyote, de allí me regrese donde habíamos dejado el carro y donde habíamos quedarnos de vernos, llegué, tomé agua y café con un par de burritos de fríjol con queso pero no le dije a Miguel ni al Chuy lo que me había pasado, nunca les dije por vergüenza, a la única que le platique fue a mi señora que se muere de risa cada vez que se acuerda del “valiente cazador”. ¡Qué tal!.
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