Evocaciones de Sudcalifornia

San José de Aura

Arturo Meza

SAN JOSÉ DE AURA

Y que me toca San José de Aura, nos habíamos desvelado con la celebración de la aprobación del examen profesional, tanto que llegamos tarde a la repartición de plazas del Servicio Social. Todo iniciaba a las 8 en la vieja Escuela de Medicina de la UNAM, frente a Santo Domingo, al lado del Colegio de San Ildefonso, a las 10 ya quedaban pocas plazas. Un rápido tin marín, cayó en Coahuila, había un pueblo con un nombre bellísimo: San José de Aura, algo poético, luminoso por lo de aura, misterioso, profundo. Por el nombre –me dije- parece ser un pueblo verde, arbolado, oloroso a tierra mojada, jardines coloridos, quizás con un lago surtido por riachuelos que bajan desde lejanas montañas azules que cubrenel horizonte, de riscos profundos, amplios pastizales, ovejas, ranchos, corrales, caballos.

Primero firma y luego averiguas, fue la sentencia. Enseguida a buscar un mapa. La búsqueda fue exhaustiva pero San José de Aura no apareció en el mapa, sin embargo, ya estaba en el folder la orden –sellada, firmada y despachada- de la Facultad de Medicina de la UNAM para presentarse el día tal en Nueva Rosita, donde recibiría instrucciones- El Estado de Coahuila es enorme, tiene ciudades grandes como Saltillo, Monclova, Torreón, Sabina, Piedras Negras, Acuña, etc. Al menos tenía rumbo, Nueva Rosita, que si estaba en el mapa.

Pues hasta Nueva Rosita, era enero, el frío calaba duro en la capital del carbón, centro de lo que se llama la Región Carbonífera. Hasta ahí supe cómo llegar a San José de Aura, por autobús o en el tren. Era un tren de carga en los que a veces llevaba pasajeros para los que se habilitaba un vagón con asientos. No se cobraba, te subías donde querías y te bajabas donde podías. Su paso era tan lento que podías trampearlo, bajarte y subirte al vuelo.

El pueblo era todo lo contrario que había imaginado. Seco, pedregoso, polvoriento y feo. Me recibió un pasante que rentaba un magnífico caserón que nadie ocupaba porque estaba embrujado -decían en el pueblo- con cinco habitaciones y un excusado tipo letrina con dos agujeros –para cagar y platicar en pareja -decía mi camarada-. El primer día acudí de blanco completo, con ese impecable e impoluto blanco me atravesé la calle que me llevaba de la casa embrujada hacia la clínica, en eso venía un dompe cargado de mineral de carbón, solo pasó delante de mí y en ese instante, el bello y blanco atuendo se convirtió en gris. El carbón suelta un polvillo fino –muy fino, como talco- que todo lo pinta de negro, que se mete en el resquicio más pequeño, entre las uñas, en las arrugas, pinta el cráneo, se mete en las pestañas, los mineros salen de las minas con rímel. Craso error. Jamás volví a vestir de blanco.

Conocería el funcionamiento de las minas de carbón, las peores, las de los “poquiteros”, mineros que quedan fuera del funcionamiento del sistema de grandes minas de compañías poderosas, de las minas con normas de seguridad industrial, con sistemas de ventilación, alarmas de grisú –gas explosivo- elevadores, herramienta moderna, ni así los mineros están a salvo de derrumbes, gases tóxicos o inundaciones. “Los poquiteros” arriesgan la vida constantemente, usan mulas, un mulero y un tanque 200 litros con noria para bajar y subir a la mina, un pajarito, una jaula y un “pajarero” como alarma del grisú, cuando el pájaro muere hay que salir –en chinga- de la mina. Son pozos verticales con galerías horizontales negras, profundas. El peor trabajo del mundo.

Había que lidiar todos los días con los accidentes de trabajo, heridas que no sanan, heridas hechas para no trabajar, para descansar un tiempo. Luego están los accidentes reales, luego no se sabe cuál es cual. San José de Aura es pueblo de vaqueros, de rancheros, la vocación de la gente es el rancho, el ganado, los caballos, las carreras, los jaripeos pero es muy seco, todo es temporal. La cultura, las canciones, la vestimenta hacen referencia al rancho, pero en el carbón está el trabajo. Lo único estable es el carbón, baste rascarle a una loma para encontrar el mineral.

Hay una carretera, la de Sabinas a Monclova, por donde se sale a la civilización de esa gran región que es la Cuenca Carbonífera, un circuito que forman Cloete, Múzquiz, Palau, La Escondida, Barroterán, La Esperanza, La Florida, San José de Aura, La Luz, Agujita y Sabinas- en esa carretera, en el  kilómetro 78 hay un monumento, un busto que se puede ver desde la carretera, todos le llaman “el mono” -¿Dónde fue el accidente? -Adelante del Mono- la mayoría supone que es Benito Juárez -¿quién más?- El que tiene la curiosidad de estacionarse y asomarse, se encontrará con una sorpresa, es un homenaje a Sir. Alexander Fleming, descubridor de la penicilina. El busto está situado a la entrada del rancho Los Pirineos, propiedad de un español que, maravillado por la eficacia del antibiótico, lo mandó construir el año de 1962.

Un año en San José de Aura, un año que me conocieron con el nombre de Romeo. El administrador de la clínica me empezó a llamar Romeo, y Julieta a una muy guapa pasante de enfermería con quien compartía guardias, comida, vacunas, censo, consulta, informes, todo el trabajo, siempre andábamos juntos –ahí vienen Romeo y Julieta- decía el administrador –ahí te van los expedientes, Romeo- – A Romeo le toca la guardia- – ¿no ha llegado Romeo?- –  ¿Dónde está Romeo?- La gente escuchaba y al rato ¿vengo a ver al Dr. Romeo- ¿está el doctor Romeo?- Nunca corregí, era inútil.

El Servicio Social que instauró el Dr. Gustavo Baz en 1936 es la única posibilidad que pueblos pequeños, como San José de Aura, dejados de la mano de dios y del gobierno, tengan médico, al mismo tiempo, sirve para que el médico por primera vez actúe sin las tutelas que tiene en la escuela, que tome sus propias decisiones y que pruebe su vocación. Por mi parte fue un honor.

[ssba-buttons]
Arturo Meza
Últimas entradas de Arturo Meza (ver todo)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *