En el año de 1992, el Dr. Miguel Mondragón González fue distinguido por el Vaticano con el título de Comendador de la Orden Civil de San Gregorio Magno, aparte del reconocimiento en documentos, se otorga un medallón en forma de cruz con los colores del Vaticano. Además del mérito que a continuación relataré, el asunto tiene gran relevancia porque apenas se había reanudado las relaciones entre el gobierno mexicano y la Santa Sede después de 123 años.
En 1987, el Dr. Mondragón González, especialista en ortopedia, originario de Santiago BCS. atendió a una religiosa de la Orden de Santa Brígida, llamada Martin Kochuvelikakathe -en adelante MK- . Tenía la madre MK inflamadas las rodillas, además de dolor y dificultades para moverlas. No respondió favorablemente a los medicamentos antiinflamatorios ni a las medidas de fisioterapia, las radiografías mostraban una serie de daños en las rodillas parecidos a los de una infección. Después de probar otros medicamentos el asunto empeoraba de tal manera que, sin los recursos de la actualidad, decidió Mondragón hacer una exploración armada de las rodillas, es decir, una intervención quirúrgica. Encontró que el cartílago estaba muy dañado, las membranas sinoviales engrosadas y el tejido circundante inflamado, rojizo, especialmente en los huesos que forman la articulación. Se tomaron biopsias y cultivos que no demostraron ningún tipo de infección; Aun así, con la colaboración de un infectólogo, se consideró que se trataba de una infección tuberculosa. Se realizó limpieza de ambas articulaciones, se le dieron medicamentos antituberculosos y una serie de medidas de higiene articular. Nada funcionó, la madre MK tenía que caminar con muletas y el dolor era insoportable.
Obedeciendo órdenes superiores, sor MK fue trasladada a Lugano, Italia. Cuenta que cierto día se sintió indispuesta y se fue a descansar al claustro, dormitaba cuando sintió una presencia: era una dama vestida de blanco a quien no pudo verle la cara pero que le habló, le dijo que se incorporara, que caminara libremente, que ya no tendría molestias. La madre MK se había encomendado a Elizabeth de Hasselbach –una monja sueca, que falleció la primera mitad del siglo pasado- para que intercediera en su curación. En efecto, se incorporó, pudo caminar sin muletas, sin dolor; pudo flexionar y extender sus rodillas sin ninguna molestia. No lo podía creer. No lo podían creer. Las brigidinas sorprendidas daban las gracias a dios y a Elizabeth de Hasselbach. Todo parecía indicar que se había curado.
Se hicieron estudios radiológicos, búsquedas intencionadas con tomografías, cultivos, hasta una biopsia artroscópica, todos los estudios indicaban normalidad. Como si nunca las articulaciones hubieran enfermado, por lo tanto fue considerado un milagro por las monjas brigidinas que, en sus esfuerzos por llevar a Elizabeth de Hasselbach al santoral, el caso de la religiosa se tendría que someter a una serie de pruebas muy estrictas que exige el Vaticano para santificar o beatificar. Los juicios eclesiásticos se llevaron a cabo con testimonios de médicos y personas cercanas a Sor MK.
En 1992 le correspondió al Dr. Mondragón asistir a un juicio en el Vaticano donde mostró la condición de la religiosa antes del “milagro”. El Dr. Mondragón, escéptico como cualquier científico, analizó sus notas médicas, los estudios radiológicos, cultivos y biopsias, los mostró a las autoridades vaticanas y en ésta ocasión se llegó a la conclusión que no se podía considerar un milagro, sin embargo, el caso quedó abierto en espera de otras pruebas.
A finales del 92, fue llamado de nuevo a la Santa Sede. Se habían acumulado una serie de estudios con imágenes modernas que serían comparadas, de nuevo, con las imágenes que tenía en su expediente personal el Dr. Mondragón. El caso fue tan claro, la evolución atípica del fenómeno, los cambios que se podían ver, incluso, sin ser médico, de mejoría que se podía constatar de manera práctica. La monja estaba curada, sin molestias, podía caminar libremente con ambas rodillas funcionales.
Sin tomar partido, el Dr. Mondragón explicó, mostró sus anotaciones, las imágenes, todo ordenado y fechado, sus conclusiones basadas en una serie de consultas y entrevistas con colegas eminentes, bibliografía abundante, en fin, un trabajo exhaustivo en busca de explicaciones –más que apoyar el “milagro”- pero ante la evidencia, ante lo atípico, lo raro, lo extraordinario, al final, fue admitido por la curia como un milagro y al Dr. Miguel Mondragón, por su labor en el esclarecimiento, exposición e investigación, se le otorgó, en 1992, la Orden de Comendador.
Termina su exposición el Dr. Mondragón “Este evento permite reflexionar sobre los alcances limitados de la ciencia y el poder irrestricto de la fe que por ahora resulta inexplicable bajo las perspectivas tradicionales de la medicina”.
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