Le apodan El Gallo Claudio desde su adolescencia, cuando empezó a cambiar de voz y sus palabras se escuchaban en dos tonos, en dos inflexiones que parecía que al hablar, alguien, en coro ladino, le estaba haciendo segunda.
José Roberto Murillo Gastelum, alias El Gallo Claudio, no está esa tarde del 28 de enero cuando el barrio El Jito de la ciudad de Hermosillo es sitiado por la tropa. Han llegado al barrio al mando de la superioridad y la ostentación de la fuerza (bruta). Hasta pararse en los chuecos callejones entraron quemando llanta más de siete unidades de distintas corporaciones policíacas.
En la retaguardia, cercanas a la casa de la cultura y con las torretas encendidas, están dos patrullas en media calle impidiendo el paso de los carros que venían del norte. En la calle Revolución, la boca grande que apunta hacia los primeros callejones del Jito, están otras dos patrullas besándose de cofre a cofre e impidiendo que pasen los carros que vienen del sur.
El corazón del barrio se encuentra atestado de muchas más. Muchas.
La zona parece una gran discoteca a cielo abierto: las luces de las torretas destellan por doquier. Los radios sueltan voces etéreas en claves ensalzadas por sus interlocutores que parlan misteriosos entre sí.
En el corazón del Jito se cruzan gatos y perros espantados. Los vecinos se repliegan en las orillas de las bocacalles y otros, desde de sus casas de agrietado material y de lavaderos a medio caer, ven con asombro morboso a ese escuadrón vestido de negro y enmascarado que está a la espera de la señala de ataque.
En el corazón del Jito llora un niño y las mujeres se aconsejan y se van.
Allá en lo alto, como si de él fueran a descender, sobrevuela un helicóptero y en su puerta, donde les pega el aire fuerte, están dos hombres expectantes con armas largas en mano, en franca posición de tiro.
La puerta de la casa del Gallo Claudio es abierta con escasa delicadeza y los agentes entran, temerariamente, aventando todo lo que esté a su paso.
Es así como inicia la ejecución de la orden de cateo número 52/2010, librada por el Juzgado Sexto Federal Penal Especializado en Cateos, Arraigos e Intervención de Comunicaciones.
En la casa sólo están los hermanos Héctor Julio y Martín Murillo Noriega. El primero es el papá del Gallo Claudio, el segundo es su tío. Los agentes van por ellos hasta el patio donde estaban y le preguntan con voz tronante que si de quien era la casa.
A los dos los sacaron del domicilio y continuó el operativo. En esa casa vive desde hace muchos años don Héctor Julio. En el fondo, en un cuarto remozado por él mismo, habita El Gallo Claudio con su esposa y sus dos hijas. Esa tarde no está ninguno de los dos. José Roberto, El Gallo Claudio, anda para el centro de la ciudad, su esposa Raquel Mendoza anda en la costa de Hermosillo.
Los guardianes del orden ya andan empujando cada puerta, ya andan escudriñando cada mueble, ya andan husmeando cada huella. El cuarto del Gallo Claudio y la casa de su papá ya son un desbarajuste. Un cajón quedó allá, un colchón está en el borde la cama y los agentes, prestos, acarrean aparatos hacia fuera de la casa donde vive el Gallo Claudio.
La orden de cateo número 52/2010 va perdiendo rumbo. Como si encontraran una veta para su infalible indagatoria, los encapuchados de negro recogen uno, dos, tres, cuatro uniformes militares. Los elementos de la unidad Mixta de Atención al Narcomenudeo no cesan en su afán por dejar ese territorio a salvo del crimen y, por el marcado peligro que, según ellos, han de representar para la sociedad, acopian, según cuentan los afectados, unas botas, unas fotos del Gallo Claudio y de su hermano, un DVD, un X-Box, un Play station.
La prensa al día siguiente es parcial en el reporte: “El operativo realizado por efectivos de la Procuraduría General de la República en la colonia El Jito, en Hermosillo, concretó el arresto de tres presuntos distribuidores urbanos de enervantes y droga asegurada además de indumentaria tipo militar.”
El Gallo Claudio no se ve por ninguna parte. Su padre y su tío están ahora a merced de los uniformados. No obstante, nunca se los llevan detenidos. La lógica invita a pensar que nada se ha encontrado que pueda ameritar su aprehensión.
Además de las botas, un DVD, un X-Box, un Play station y los uniformes militares, nada se llevan que puedan ser materia que acredite esa tan perseguida distribución urbana de enervantes.
Don Héctor Julio y don Martín no son tomados prisioneros. Por eso la lógica otra vez impera: en esa casa-al momento del operativo-no se encontró ninguna droga (se testifica).
Pero el boletín refriteado días después en algunos medios, enjuicia diferente, tanto que parecería referirse a otros hechos: “Ahí aseguraron catorce envoltorios con mariguana con un peso total de 99 gramos, 8 envoltorios con cocaína, con un peso de 5 gramos 700 miligramos, una báscula gramera (y) un cartucho.”
“… una maleta con indumentaria tipo militar y documentación diversa a nombre de José Roberto Murillo Gastélum y Héctor Julio Murillo Noriega.”
En estos dos últimos datos, no mienten: en el cuadro del fondo del domicilio de Don Héctor, si había, si encontraron y se llevaron una maleta con indumentaria tipo militar y documentación diversa a nombre de José Roberto Murillo Gastélum y Héctor Julio Murillo Noriega.”
La maleta con indumentaria tipo militar que causó suspicacia en los agentes y una parte de los documentos pertenecen al Gallo Claudio. El resto de papeles pertenecen a su papá, que, por vivir ahí, es lógico-como lo hace cualquier ciudadano normal- que los tenga bajo su resguardo.
El 12 de enero de este año, José Roberto Murillo Gastelum, alias El Gallo Claudio volvió a Hermosillo, luego de permanecer destacamentado por casi cinco años en la localidad de San Quintín, municipio de Ocosingo, Chiapas como Cabo de sanidad. Es decir, El Gallo Claudio acababa de causar baja como militar y nada tiene de extraño que tuviera en su casa esos uniformes los cuales estaba por entregar en esta zona.
El Gallo Claudio, si el censo está actualizado, era uno de los 1233 habitantes que en promedio pueblan esa región Chiapaneca.
Pero la sangre llama y hubo de venirse a Hermosillo este año porque ya no quería extrañar más a la familia: la de origen. Aquí pretende ingresar al ISPE pero ha de volver a tramitar eso papeles que ya había correteado porque ahora están en poder de un representante de la ley, como parte de las delicadas evidencias halladas en la casa situada en la casa ubicada en el callejón Mina que reventaron los prácticos agentes.
Mientras ese empleo venía, El Gallo Claudio guardaba catorce mil pesos en su cuarto, como parte de la liquidación y fondo de ahorro cuando causó baja del ejército. Con ellos pretendía sobrellevarla él, su esposa, y sus dos hijos: el que venía en camino y otro que apenas tiene ocho meses de nacido. La tarde del 28 de enero, como le hiere esa fecha, porque ese dinero también desapareció.
El Gallo Claudio no sabe dónde quedó porque él andaba en el centro. Jura que no tiene ningún vínculo con los hechos que motivaron la orden de cateo. “Habla con el bueno”, le sugirieron en la Unidad Mixta de Atención al Narcomenudeo como si ese fuera el camino infalible que había que andar para su exoneración.
El Gallo Claudio piensa en voz alta y dice ahí mismo que presentará una denuncia. “¿Estás seguro?” lo inquiere su interlocutor, en una encubierta, ambigua advertencia para que la piense bien antes de dar ese paso.
Su papá, Don Héctor Julio, optó por otras instancias y fue a interponer una queja ante la CEDH. De la misma, hasta ahora, no se les ha informado ningún avance o si de plano el organismo declinó al respecto por razones de competencia. Piden, eso sí, que en este tema su presidente no recurra a la manía de declararse neutral como lo ha venido haciendo hasta ahora con otros temas.
El despliegue de un día antes no impide que “El Gallo Claudio” reanude sus ejercicios diarios y, como siempre, tal como lo llegó a hacer antes, tal como lo viene haciendo desde que llegó de Chiapas, va a correr rumbo a La Sauceda y de regreso es interceptado por unos llamativos agentes que siguen peinando el área. Le palpan todo el cuerpo, le preguntan dónde vive, le solicitan con singulares modales, que les dé su nombre: José Roberto Murillo Gastélum, responde El Gallo Claudio, sin ambages y les apunta hacia la casa donde vive. Los abordantes no repararan por dichas generales y el Gallo Claudio, sudoroso, sigue al trote su camino.
En insuperable coordinación, las autoridades de los tres niveles de gobierno han continuado haciendo su trabajo en pro de ponerle fin a esta enraizada delincuencia, todo con la firme idea regresarnos el sosiego. Los medios haciendo su labor, ponen su granito de arena en esta cruenta batalla y lo difunden: “Drogas, armas, cartuchos y personas detenidas resultaron en tres cateos realizados el viernes por la Policía Federal Ministerial en un operativo conjunto con agentes estatales y municipales en las colonias El Jito y Piedra Bola de Hermosillo.”
A la hora de atacar a estos temibles distribuidores urbanos la fuerza pública no escatima en equipo y material humano con tal de brindar seguridad y abatir este flagelo: “Después de casi dos semanas de un primer operativo contra el “narcomenudeo, decenas de policías de los tres niveles de gobierno en alrededor de 30 patrullas regresaron al barrio de El Jito en busca de drogas”.
Los resultados son insuperables. Además de un par de detenidos que, a decir de los lugareños ya andan libres, el arresto de otras dos personas que se encontraban con cigarrillos de marihuana, un arma de fuego, calibre 9×18 mm. con su respectivo cargador, dos pistolas calibre 22 y 16 cartuchos, lo confiscado en estos operativos puede considerarse como histórico:
Catorce envoltorios con mariguana con un peso total de 99 gramos, 8 envoltorios con cocaína, con un peso de 5 gramos 700 miligramos 3 gramos 900 miligramos de cocaína y 2 gramos 800 miligramos de mariguana. 16 envoltorios con 70 gramos 200 miligramos de cannabis, 28 envoltorios con metanfetamina que arrojó un peso de 2 gramos 300 miligramos y 2 bachas cigarrillos de marihuana que dejaron a medio fumar el par de individuos arrestados.
Vaya que esta guerra contra la maldad viene fuerte y parece no haber concesiones: el hampa del mundo tiembla y, huidiza ante tan duros golpes, ya piensa seriamente en abandonar este impúdico negocio.
* Del libro El Diario de Mi Ciudad. ISC. 2014.
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