Evocaciones de Sudcalifornia

Aprieta el gatillo Pepe y mátame

Aprieta el gatillo Pepe - Jesús Chávez

Cachitos VIP

Feo con ganas, pero con un corazón gigante. Así fue José Sánchez Cristino. Un periodista de verdad. Y aunque tuve la sospecha siempre de que era un pirata que desertó de un barco que pasó por San Carlos, la verdad que para escribir era bueno. Lo conocí, como reportero de policiaca del Diario Avante, chamba que me heredo, cuando se fue de La Paz, allá por 1978 a radicar al Valle de Santo Domingo, donde murió. En el Panteón de Ciudad Constitución, esta su tumba, abandonada, esperando el paso de los tiempos.

Nadie se acuerda de este hombre generoso, noble, sencillo y con un gran amor al periodismo y a sus semejantes. Pepe, como le llamé toda su vida olía la nota. Era de esos reporteros que daban el plus. Decir que era feo, es un cariño para mi amigo muerto. Pero su tez morena, demasiado morena, hacia juego con su impecable guayabera blanca. Su pantalón azul marino y sus zapatos de charol, lo hacían inconfundible. Y a esto le agregamos su pistola revolver, clavada en la cintura. Era una pistola vieja, negra como una maldición. Nunca la dejaba. Y otra duda me asaltaba, si era por sus pendientes que dejó por Guerrero, en la costa chica, de dónde provino. Él y sus misterios, yo me conformaba con ser su amigo.

Una vez, le visite en Constitución. No iba solo, me acompañaba mi amigo periodista Carlos Alva Brito, originario del DF. Lo encontramos, en una cantina. Y ahí, le presente a mi amigo Carlos. Pepe, no midió la prudencia. Y no extendió la mano, para el clásico “Mucho gusto” sino que sacó su pistola y se la puso en la cara a Carlos. Y me dijo; “Jesús, nunca me presentes chilangos” de la incredulidad, pasé al estupor. Y de ahí, al miedo. Vi la cara de Carlos como se transformaba, en ira. Y como le grito a Pepe. “Mira, solo dispárale. Y termínanos este asunto. Y ahí por varios minutos, estuvieron. Uno con la pistola. Y otro terco a que le disparara.


UN NUDO TENEBROSO

Como pude, desaté ese nudo tenebroso. Y me llevé a Carlos a otra cantina, lejos de Pepe. Y ahí se lo encargue al mesero, porque tuve que ir a Insurgentes a ver a mi noviecita. Al regreso, ya como a las ocho de la noche, pase por Carlos. Entre al antro y en el fondo, estaba abrazado, cantando con Pepe, canciones de José Alfredo. Ya somos amigos. Me dijeron, al unísono. Y lo fueron por mucho tiempo.

Otra vez viajamos a San Javier a sus fiestas. Y al pasar por el Piojillo, se le antojo matar un chivo que se cruzó por el camino. Lo agarro con fuerzas y con su cuchillo, le daba con ganas. El chivo ni se tibiaba. Y en eso pasa una viejecita, que iba a las fiestas. Se detiene al ver la escena. Y le dice; deme chanza a mí. Yo se lo mato. La viejecita, hizo unos movimientos. Y tras un quejido del cabrito, cae muerto. Sánchez Cristino, el valiente guerrero se empezó a marear con eso. Hay muchas anécdotas en mi memoria, de mi amigo. Un día, se las contare. Murió, tras una crisis de su diabetes, en el Seguro Social de Constitución. Fui a verlo, antes de su deceso. Estuvimos riendo hasta que nos llamaron la atención. Al despedirme me dio la impresión que ya no lo volvería a ver con vida. Se fue y en su ataúd, se le echó su pistola. Un arma, que a lo mejor nunca disparo.

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Jesús Chavez Jimenez
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