Las imeldas y otros relatos
Cuando Enedina llegó a trabajar en aquella casa se sintió contenta de inmediato
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Cuando Enedina llegó a trabajar en aquella casa se sintió contenta de inmediato
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Cuando José Trinidad Cipriano Salazar nació, la niña Elena tenía casi un año y ya entre ambos había enormes diferencias. A Cipriano lo tenían al fondo del patio, en un diminuto cuarto de madera, acostadito en la misma cama vieja en que su madre dormía; lo tapaban con una burda cobija de lana y nada lo protegía de los feroces mosquitos. En cambio la niña Elena, desde que nació, tenía una tibia recámara, una hermosa cuna de mimbre con cortinas de organdí y moños rosas, una ventana que daba al parque y una nana que la tomaba en brazos al menor ruido que la pequeña hiciera.
Tampoco comió pastel Leer más »
Los güeribos de pie sobre el arroyo seco.
Los zalates que brotan de las piedras.
El aroma del orégano y el dulzor del dátil.
¡Llegamos tarde al casorio! Justo cuando los novios: el Nato y la Lupita, estaban saliendo de la iglesia de San José…
Vicenta tomó la cabeza del hombre poniéndola en su regazo. Empezó a darle de beber tal como lo había estado haciendo durante los últimos cuatro días
Shouganai (Lo inevitable) Leer más »
Rememorar lo vivido con él durante poco más de veinte años, no era tarea fácil. Beatriz, cerró la puerta, descolgó el teléfono
Los malos recuerdos Leer más »
Vendió todo y con Victoria en brazos se embarcó rumbo al sur. Durante la travesía no cruzó palabra con nadie. Parada en la cubierta, apretaba a Victoria en sus brazos y percibía el olor a sudor y a mar que despedía la pequeña
Yenecami: «El color que no puedes ver» (Fragmento) Leer más »
Después de una noche de mareo debido al movimiento del ferry y con un trozo de Rosca de Reyes amenazando salirse de mi estómago, llegó el amanecer de aquel 6 de enero de 1978 y lo hizo, reflejando el azul hermosísimo del mar que nos rodeaba. En los costados del barco los delfines nadaban como si estuvieran escoltándonos.