Para Zaida
I
Cuando Enedina llegó a trabajar en aquella casa se sintió contenta de inmediato, el quehacer era poco y cuidar de la Yuyi era agradable porque era una niña bonita, muy dulce, obediente; nunca hacía berrinches. Estaban todo el día juntas.
Su mamá, la señora Aurora, pasaba la mayor parte del tiempo en la cama, viendo tele y fumando un cigarrillo tras otro, especialmente desde que el señor Arturo no había regresado. Antes, él venía a la casa hasta dos veces por semana, siempre trayendo bolsas con provisiones, un bote de helado o un juguete para Yuyi y un ramo de flores para la seño Aurora. Yuyi se ponía feliz al verlo, adoraba a su papá; corría a abrazarlo en cuanto llegaba.
Mandaban a Yuyi a jugar a su cuarto y se encerraban desde temprano en la recámara; él salía de madrugada, según decía, al trabajo.
Una noche Enedina escuchó gritos y cosas que se rompían, se dio cuenta de que los señores tenían un pleito tremendo. De pronto la puerta de la recámara se abrió y el señor Arturo salió a toda prisa gritando:
–¡Te dije que alguna vez esto terminaría! ¡Nunca te oculté que estoy casado y tengo hijos! ¡Nunca!
El llanto de la señora Aurora se escuchó hasta el amanecer; después, todo fue silencio. –Posiblemente se quedó dormida–, pensó Enedina. Aquella noche por primera vez la niña se metió en su cama y la abrazó. La pobrecita estaba muy asustada.
Un lunes, Yuyi salió con Enedina a esperar el transporte escolar que la llevaría al kínder, pero aquella mañana no pasó. Después de esperar un buen rato, regresaron.
–Mami, el camión no pasó.
La señora Aurora hizo una llamada y con furia azotó el teléfono.
–¡El desgraciado ya no pagará el colegio! –exclamó.
A Yuyi la inscribieron en un kínder de gobierno que estaba a diez cuadras; la pequeña se cansaba mucho, así que Enedina la cargaba la mayor parte del trayecto. Además, la niña no quería separarse de Palemón, su pequeño oso. Enedina la consecuentaba llevándolo diario para que Yuyi lo viera al salir de la escuela.
No pasaron ni tres meses cuando tuvieron que abandonar la casa por falta del pago de la renta. Se mudaron a un lugar tan extraño como horrible. Era una casona antigua, enorme, habitada por varias familias. Las habitaciones estaban divididas por tablas mal clavadas, se podía escuchar y ver lo que sucedía en los cuartos de junto; en vez de puertas había cortinas de tela. Todos usaban el mismo baño; la cocina también era común. No había ninguna privacidad.
Yuyi no estaba inscrita en ninguna escuela. Ambas la pasaban encerradas. Enedina cuidaba mucho a la pequeña porque en uno de los cuartos habitaban unos tipos casi siempre drogados.
La señora Aurora salía temprano, regresando entrada la noche con unos cuantos pesos para la comida. No había podido encontrar un trabajo que les permitiera irse a un sitio mejor.
Enedina no había vuelto a ver un centavo de su sueldo, pero esto no la preocupaba tanto como el abandono de Yuyi por parte de su madre. Estaba desesperada por ver a la niña en esa situación.
Un día a Aurora le sonrió la suerte: se requerían extras para un programa de televisión que estaban grabando. Aurora era guapa y atrevida. Durante la grabación llamó la atención de uno de los empresarios y de inmediato iniciaron una relación. Las cosas empezaron a mejorar. Enedina recibió sus sueldos atrasados, pero no buscaban un nuevo alojamiento. Con frecuencia, la señora no aparecía durante varios días.
Un atardecer, al regresar, le pidió a Enedina que sirviera dos tazas de café porque necesitaba platicarle algunas cosas. Mientras preparaba el café, Enedina se imaginó todo menos lo que realmente Aurora le dijo.
–He encontrado un hombre que me ama. Me ha puesto un departamento con todas las comodidades en un lindo edificio.
A Enedina se le iluminó el rostro ¡Por fin saldrían de aquel espantoso lugar!
–Pero tengo un problema: la única condición es no tener ninguna relación con la niña. Necesito algún pariente que se haga cargo de Yuyi y no tengo a nadie… sólo a ti –le dijo Aurora–, mirándola fijamente, dando tiempo a que Enedina comprendiera. –Enedina: Llévate a Yuyi a vivir contigo a tu pueblo en Sinaloa. Yo te prometo enviarte suficiente dinero para que no les falte nada.
¿Y cómo cuándo sería eso? –había preguntado Enedina tartamudeando del asombro.
–¡Mañana mismo! –contestó Aurora en forma terminante.
Enedina quedó confusa. Jamás había imaginado algo así. Sentía temor, pero al mismo tiempo se sentía contenta porque adoraba a Yuyi; de algún modo la niña sería su hija porque su madre se la estaba regalando, así que aceptó.
Al día siguiente, Aurora las llevó a la terminal de autobuses. Se despidió de la pequeña con lágrimas en los ojos, abrazó a Enedina dándole las gracias y le entregó un sobre con dinero, pero no le dio ningún teléfono o dirección donde pudiera localizarla en caso necesario.
–Alquila un apartado de correos en el centro de Culiacán –le dijo.
II
El autobús arrancó, dejando atrás a Aurora que les decía adiós con la mano. Después de casi veinte horas de camino, llegaron a Culiacán. Enedina le compró un café con leche a Yuyi; la niña apenas lo probó. Esa misma mañana salieron rumbo a Achakame, la pequeña población en que Enedina había nacido. Llegaron directamente a casa de su madrina Lupe, ésta no le hizo ninguna pregunta dando por sentado que Yuyi era la hija de su ahijada.
Unos días después, se fue a la casa grande a buscar a su primo Eginardo. Él era amo y señor de todas las fincas cercanas, del pueblo y sus alrededores. También eran suyos todos los sembradíos y grandes extensiones de la sierra. La recibió enseguida de buena manera.
–Necesito trabajo, primo.
–Lo que necesites, prima, no faltaría más.
Enedina le explicó su situación y la de su pequeña hija. La niña, tímidamente, se escondía tras ella. Mientras hablaban, apareció el único hijo de Eginardo: un muchachito muy serio, de mirada penetrante, un par de años mayor que Yuyi. Se quedó viendo con detenimiento a la niña, quien le hizo una mueca y le dijo: “Pareces Chikkul”.
Eginardo soltó una carcajada; la niña le había dicho ratón a su hijo. Le hizo tanta gracia que a partir de ese día todos empezaron a llamarlo de esa forma. Con este sobrenombre sería conocido el resto de su vida.
El niño ni siquiera había parpadeado, simplemente siguió mirándola fijamente.
Enedina quedó extrañada cuando escuchó a Yuyi decir ratón en lengua yoreme.
Tal como ella lo esperaba, su primo Eginardo ordenó que le dieran un pequeño terreno y le construyeran una cabaña. Darle trabajo tampoco fue difícil: él sabía lo buena que era Enedina rayando la amapola y juntando su jugo; además de ser pequeña, era delgada, por lo que resultaba ideal para ese trabajo.
Eginardo pagaba muy bien a su gente durante todo el año. Cuando no se ocupaban de la amapola, los ponía a reparar los caminos, las viviendas, los corrales, la escuela, la iglesia o lo que hiciera falta.
Pocas cosas había para Enedina más hermosas que los campos de amapolas en floración… La flor duraba hasta tres semanas y daba miles de semillas.
Algunos se referían a la amapola como maíz bola o como goma; los menos le decían adormidera. Para sembrarla, la tierra tiene que aflojarse a mano; el terreno no permite el uso ni de tractor ni de yunta. La siembra es fácil, sólo se van dejando caer las semillas. A mediados de abril florecen.
Hubiera sido fantástico vivir con la Yuyi a la orilla del mar, pero la amapola crece en el clima fresco y húmedo de la sierra sinaloense, a más de mil metros de altura, en cañadas remotas con difícil acceso para esconderla de los soldados, quienes son enviados para destruir los sembradíos. Una vez que nace, se cultiva tres meses y durante un mes se le saca el látex. Las plantas crecen hasta metro y medio, muy juntas, por eso para rayarla se buscan personas pequeñas; en Achakame, como en todos los demás sembradíos, se da preferencia a los niños para hacer este trabajo.
Era finales de marzo, en quince días estarían floreciendo las amapolas. Durante tres semanas el paisaje se pondría bellísimo, con enormes extensiones de flores en su mayoría rojas, pero también con algunos manchones de amapolas blancas y de color rosado. La belleza de aquellos sembradíos era indescriptible.
Enedina se presentó al rayado, le dieron un par de cuchillas y unas latas para recoger la goma al día siguiente. Casi todos los niños del pueblo estaban en esta labor, pero los primeros días Enedina prefirió dejar a Yuyi con su madrina Lupe.
Cada día por la tarde debían llevar la goma a una especie de bodega con techo de lámina que llamaban la cocina, ahí la ponían a hervir para obtener la heroína.
Era la época más ocupada para Eginardo; se ponía de un humor negro, disciplinaba con dureza cualquier error por pequeño que fuera. Eran varios millones de dólares los que estaban en juego. Cada hectárea de amapola le daba 11 kilos de goma de opio.
Una de las tardes, al estar ya en la casa, Yuyi vio pasar una mariposa; la señaló con el dedo gritándole “¡Baseborí! ¡Baseborí”. Asombrada, Enedina miró a su madrina; esta le dijo que la niña decía muchas palabras en yoreme.
–La he visto platicar con los yoremes que trabajan con tu primo.
En efecto, había mucha gente de la tribu yoreme –el pueblo que respeta la tradición–. Eran personas muy trabajadoras, inteligentes y leales, de toda la confianza de Eginardo. Su mano derecha era justamente un indio yoreme con el sobre nombre de Góhi (coyote)
Pedro, el padre de Eginardo, había muerto joven; una mañana, mientras desayunaba, su corazón se detuvo. Había sido un hombre al que le gustaba pasar horas leyendo, especialmente historia. Su hermano era el encargado de todo el negocio familiar, quedándose con la mayor parte de las ganancias, pero a Pedro no le importaba: él sólo quería leer. Fue en sus lecturas donde encontró el nombre de Eginardo. Cuando vio que significaba “duro como el borde de una espada”, le gustó y así bautizó a su único hijo. Eginardo desde muy joven ayudaba a su tío, así que, cuando a éste lo mataron, no tuvo problema para hacerse cargo de todo.
El tiempo de que los niños regresaran a la escuela llegó. Yuyi estaba feliz. A Enedina le extrañó que, antes de una semana, la maestra la mandara llamar. Según le explicó, el nombre en la lista y el que la niña decía, no coincidían.
–Dile a la maestra tu nombre, mi amor.
–Tutuli –respondió.
Enedina quedó azorada; entonces, un indio yoreme se dio cuenta y se acercó explicando: –ese es el nombre de la niña, nosotros se lo pusimos porque ella aprende nuestra lengua. Tutuli, quiere decir “bonita”.
Días después, Enedina le dijo que el oso Palemón iba a buscar a Yuyi, no a Tutuli, pero la niña le dijo que Palemón también entendía yoreme.
Eginardo ansiaba que el Chikkul creciera para que lo ayudara y después poder dejarle por completo el negocio.
Tutuli aprendía con rapidez; en un par de meses leía y escribía. Antes de terminar el año escolar, su maestra la promovió al siguiente grado. También para la aritmética era buena.
Enedina iba una vez al mes a Culiacán a buscar el giro que Aurora les enviaba. Sólo llegaba el dinero, nunca una nota o una fotografía. Tutuli terminó la escuela mucho antes que los demás niños y Eginardo la envió a estudiar un par de años a Culiacán. Cuando regresó, empezó a pasar mucho tiempo en la casa grande junto a Góhi, ayudándole a llevar las cuentas y escribir algunos documentos. Muchas veces el mismo Eginardo le solicitaba ayuda.
Chikkul nunca había terminado la escuela. La maestra le había explicado a su padre que era mejor enseñarle a trabajar directamente, pero tampoco le interesaba aprender el proceso que requería la amapola.
Eginardo estaba encantado con Yuyi. Pensó que sería una gran idea casarla con su hijo: sentaría cabeza gracias a la cordura e inteligencia de la chica y él tendría nietos qué sentar en sus rodillas. Este sueño se había venido abajo cuando, una tarde que se encontraba sola en la oficina, Chikkul había intentado violarla y, al no lograrlo, le había dado de bofetadas, dejándole la cara lastimada.
Tenía varios meses molestándola cuando salía de la iglesia o iba a las compras con Enedina. No podía asomar la cabeza a la calle sin que él estuviera fastidiando. Chikkul simplemente estaba encaprichado en humillarla. Tenía una escolta de diez hombres que lo acompañaban todo el tiempo y sólo a él obedecían; quería demostrarles lo macho que era y cómo lo obedecían las viejas.
Góhi se dio cuenta de la desesperación de Tutuli, a quien cada día veía más desmejorada. Le preocupaba mucho. No podía darle su merecido al Chikkul, era hijo del patrón y eso lo hacía intocable. Sólo había una solución: Tutuli debía irse lejos de Achakame.
En cuanto las condiciones se dieron, Góhi habló largamente con ella; discutieron y planearon por días, sin prisa: solamente Enedina estaba enterada.
Por fin, un atardecer, después de bendecirla con el rito yoreme, le dijo:
–Cruza los sembradíos, sigue por la cañada. No te detengas. Habrá luna llena, podrás llegar muy lejos.
III
Tutuli empezó a caminar entre las amapolas, luego empezó a correr lo más rápido posible.
La joven volteaba de vez en cuando a ver cómo las amapolas iban quedando más y más atrás.
Cerca de la madrugada, de pronto, apareció ante ella una mujer yoreme. Le dio agua, un cesto con comida y le dijo que se recostara un rato a dormir; ella la cuidaría. Le curó los pies con unas hierbas, cubriéndola con una manta. Cuando la despertó, la muchacha se sentía mucho mejor. La mujer le dio instrucciones para seguir por la cañada y desapareció.
Esto mismo sucedió durante los cinco días que Tutuli tardó en cruzar aquel desfiladero. El quinto día fue un niño el que se acercó a ella.
–Sígueme –le dijo–, ya estamos en Durango.
La llevó a la orilla de un camino en donde estaba una camioneta esperándola. El hombre que manejaba no le dirigió la palabra. Pronto llegaron a una pista de aterrizaje, subiendo a una avioneta que de inmediato despegó.
En la casa grande, Góhi no se había separado de su trabajo. Días atrás Eginardo, con la voz entrecortada y sin más explicaciones, le había dicho:
–Ayúdala, usa la avioneta.
Chikkul estaba desesperado, furioso y más violento que nunca.
–Dónde está la zorra esa, no la encuentro.
–No lo sé, por aquí tiene días que no viene.
–No mientas, cabrón, si se la pasa aquí todo el día metiendo las narices en los asuntos de mi papá.
Góhi se limitó a mover la cabeza y siguió escribiendo.
Chikkul fue por cuarta vez a la casa de Enedina. Ella se encontraba en la cocina.
–¡Ya estuvo suave, ya se pasaron de pendejas! ¿Dónde está la putita?
–¿Qué te pasa, Chikkul? A mi casa no vengas con majaderías. Yuyi no ha venido a verme en varios días. Debe estar en la casa grande.
Chikkul revisó las habitaciones, pateó todo lo que encontró a su paso y se marchó. Sus hombres tenían vigilados todos los lugares donde podría estar escondida Yuyi. Ya había azotado a tres de ellos porque simplemente no encontraban ni una huella de la muchacha.
–Se la tragó la tierra, jefe –le dijo uno de ellos.
Chikkul se enojó tanto que casi le dispara a la cabeza.
Para entonces Yuyi se hallaba muy lejos. La avioneta aterrizó en una pista clandestina cerca de la frontera y una segunda avioneta la llevó a la Ciudad de México. A Yuyi la cabeza le daba vueltas, todo había sucedido muy rápido, estaba asustada y desorientada con respecto a lo que iba a pasar.
La subieron a otra camioneta que conducía por una zona de la ciudad muy sola, con calles sin asfaltar. El hombre la dejó en un departamento muy sencillo pero limpio, con todo lo necesario. Le entregó una maleta con ropa y otra con dinero.
–Tus instrucciones son no salir para nada hasta que una persona se ponga en contacto contigo, no importa cuánto tiempo pase. Después de eso, Tutuli, sigues con tu vida… pero siempre estaremos cerca, aunque no vuelvas a ver a ninguno de nosotros.
En ese momento se dio cuenta de que aquel hombre le había hablado en yoreme.
Pasaron dos meses. Siempre aparecía un paquete en la puerta con los víveres necesarios. Yuyi estaba desperada en aquel encierro, pero sabía que tenía que obedecer. Una tarde, de pronto, tocaron. Se sobresaltó, pero acudió a abrir. En la puerta había una mujer con la cabeza cubierta. Al quitarse el rebozo, Yuyi reconoció de inmediato aquel rostro. La mujer sacó de entre sus ropas a Palemón y se lo dio como cuando años atrás iba por ella al kínder.
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Muchas felicidades amiga Olgafreda, «Entre las amapolas» es un excelente escrito, Toda la lectura me mantuvo en suspenso , queriendo adivinar que seguiría, lo disfruté mucho. felicidades!!