Evocaciones de Sudcalifornia

La vida que se inventa

Todos tienen una vida - Miguel Angel Aviles

Todos inventan una vida antes de irse porque la propia no alcanza.

Somos presa del futuro que no fue y se anhela el sueño que esa madrugada, en la penumbra, te contó al oído.

Pero tenemos la oportunidad de la invención antes de ser la nada y volvernos polvo, el día menos deseado y para siempre.

Fantástico.

Porque eso otro no se sabe. Quiero decir, no se sabe cuándo llegará el día que nadie quiere, sobre todo, si a estas alturas del partido, ya nos hemos convencido de que, pese a todo —como la añoranza de un papá que no le falle el corazón o, esas noches convulsivas, o un caballo desbocado que pudo ser el susto más agradecido o lo que no se dice para no arruinar los días o, esos años fuera de casa— la vida es bella y vale la pena todo.

La recompensa es el hoy y el presente. Lo es porque estamos y están los frutos en un ahora insustituible: esa niña que es ya toda mujer y esa otra mujer que un día apareció en la tarde, y están aquí, convertidas en la cosecha más hermosa de lo que un día sembraste, sin darte cuenta, al jugar con ese balón en la calle o a estar bajo ese árbol retozando sobre la banqueta con todos los amigos o cuando “matabas” el tiempo observando el caminar de las nubes en esa travesía de un barco o en el camino donde unos ojos por la ventana sólo miraban un desierto y una tropa de árboles donde maduraba la nostalgia.

Por eso creo que todos inventan una vida antes de irse, aunque falten mil años para irte.

Queremos ser el pasado o esa realidad que no fue, por más que atesoremos el hoy y esta existencia en cada uno.

Preciso: queremos ser lo que hubiéramos deseado nomás de puro gusto sin renegar de lo que un día fuimos y aquí estamos para ser.

Pero la imaginación es ese otro cordón umbilical que no sé quién nos corta a los años de nacer y por eso, tarde que temprano, la vida se vuelve incompleta.

Bueno, se la cortan al que se deja.

Porque la realidad y la imaginación, son amores que se reconcilian a veces, según leí en una ocasión por ahi (sin acento en la i) y creo que ese remedo de filósofo tiene razón y si no la tiene, hoy se la doy.

Si alguien duda, haga el ejercicio que a continuación yo haré.

Dos puntos y aparte.

Supongamos que alguien nació un mes de marzo, que fue un chamaco introvertido, que ahora vive en un lugar que al principio no era el suyo y que hasta la fecha les cuenta miles de tonterías de esto y aquello, sin saber que de lo que cuenta es verdad y que es mentira, hasta que cada quien deduce, concluye o adivina o, sin más ni más, le da igual lo que ese escribano piense o lo que en su alrededor ocurra, en tanto él vive su mundo, en tanto no llegue la hora de hacer corte de caja y darse cuenta que pudiendo ser también imaginación, prefirió la realidad y ahora está ahí, dando vueltas en la cama sin poder dormir ni siquiera a duermevela.

Lo comprendo. A mí me pasó. Fue antes de saber que la realidad y la imaginación, son amores que se reconcilian a veces.

Fue cuando los niños saben poco de la vida y menos de la muerte.

Fue ese año que los grandes se fueron, si es que fueron porque si lo intentas, la imaginación va por ellos y los pone donde quieras:

A Germán, vestido de pachuco y leyendo el libreto de su siguiente película y buscando el episodio donde habría de encontrarse, de nuevo, algunos labios; a Pablo, en posición decúbito dorsal, pensando en el cubismo; a José Alfredo dando las gracias para que lo quisieran a él y a todas sus canciones; y a Ramón Avilés Mendoza, resistiéndose y dando la pelea, como El Santo, hasta su último respirar después de siete capítulos donde salía airoso contra la muerte.

Si hasta ahorita no han entendido, va otro ejemplo sin costo alguno: sí, yo fui esto y lo otro y el presente me pasó por encima o me subió en hombros como algunos sacaron a El Juli de la Plaza México.

Está bien. De acuerdo, es la realidad (o quién sabe).

Pero nada cuesta y mucho ayuda, sumar otras cosas que a su corazón estimulen y amanezca al día siguiente como si alguien te hubiera traído un regalo un día antes, o supieras que mañana hay mucho trabajo temprano o probarás tu comida favorita y saldrás a recorrer esas calles de la ciudad como recorrer la vida esta que aún afortunadamente tienes o la que te dé la gana inventar porque la propia ya no alcanza.

Eso que refiero puede ser la realidad.

La fantasía puede ser otra pero de eso también vivimos, sobre todo si además de esta que vivimos, también podemos inventar otra vida y nadie nos lleva a una ventanilla para decirnos que le debemos tanto y cobrarnos.

Yo soy este el que saben ustedes que soy.

Pero también puedo ser ese que un día se encontró con Renato Leduc en un camino y le prometí pagar la cuenta una tarde cuando nos viéramos en la Ciudad de México, un año antes de su muerte y brindar por Pancho Villa, por el tiempo, por María Félix, los intelectuales, por Leonora Carrington, o, sencillamente, por todo lo que fue.

También puedo ser ese que supo la noticia, en un consultorio médico, de que un tipo que tenía la edad que ahora tengo, falleció cuando se estrelló el Vuelo 11 de Avianca en 1983 cerca de Madrid, España. Wikipedia y hasta luego de más de treinta años, lamenta que no esté aquí para que escribiera sobre el momento político actual que vive México y que ya no sé si es una fantasía o una realidad o una parodia o tan sólo un humor involuntario de los que se ponen al frente como si lo en verdad lo dirigieran.

Pudiera extenderme por los siglos de los siglos amén pero qué caso tiene.

Pudiera decirles que yo conozco a Guillermo Sheridan, digamos pero no es cierto, brincos diera, para agradecerle por desenfundar antes su pistola y burlarse, con sus textos, de esos que se han querido burlar antes de nosotros.

Pudiera decirles que he tenido el privilegio de estrechar la mano y mi querencia para siempre de personas que jamás pensé que yo conocería en la vida pero es muy probable que no me crean.

Es probable, dije, sin asegurarlo. Como si mintiera o les estuviera diciendo la verdad.

Ni yo tengo la respuesta. Ya ven que la realidad y la imaginación, son amores que se reconcilian a veces. Nada más, a veces.


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Miguel Ángel Avilés Castro
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