Cuando era niña, dos veces al año viajaba en compañía de mis padres y hermanas a visitar a mis abuelos. Nos subíamos a la combi y viajábamos por carretera rumbo al norte hasta llegar a Guaymas, Sonora. Algún día contaré ese trayecto. Llegando a Guaymas muy de madrugada, mi papá formaba la combi para subirla al ferry y nosotras esperábamos abrieran las puertas del barco para abordar.
Si era verano, todo era hermoso y las ocho horas navegando eran para mis papás dormir y descansar de días de manejar con cuatro niñas y un perro a su lado mientras nosotras corríamos por todo el barco que ya para cuando yo tenía quince años era como nuestra casa y conocíamos todos los rincones.
Pero si era invierno, nadie descansaba y tampoco disfrutaba. El mar de Cortés es digamos un poco violento en esa época del año y las olas pegan fuerte, el barco se mueve para arriba y para abajo o bien se ladea hacia la izquierda y derecha sin importar los pasajeros que provocamos un lugar muy «singular y oloroso» al sentir ese movimiento e inevitablemente marearnos hasta vomitar, bueno ni el perro se salvaba.
Ahí mis padres no descansaban y nosotras «muy expertas» hacíamos de todo para evitar el mareo. Desde las ventanas se veían las olas pegar en el barco, el viento tan fuerte impedía salir y solo espuma del mar se veía por cualquier lado.
Las ocho horas de travesía se convertían en doce y la oración era «que pare un poco el viento» para que mi abuelo, el Capitán de puerto de Santa Rosalía, nuestro destino, pudiera atracar el barco porque si el viento del norte no paraba, eso era imposible y tendríamos que estar fuera del puerto hasta que pudiéramos entrar para descender.
Muchos muchos años viví tan fascinante experiencia, sentí los mareos más feos de mi vida, ví las olas envolver el barco y pegar con furia en las ventanas, escuché gente asustada y vomitando por todos los pasillos y niños asustados con papás que rogaban ya llegar.
Mis padres, mucho más experimentados en tal viaje nos decían, distraíganse, todo va a estar bien. Nos metían al camarote y jugábamos de todo, mi mamá nos decía es «un norte» no pasa nada, nos enseñaba a caminar para no caernos, «bien abiertas las piernas» decía, bajen las escaleras al revés bien agarradas para no caerse, concéntrense en otra cosa, no en el movimiento y piensen que al llegar nos espera «navidad» es decir todo lo más hermoso que cualquier niño pueda imaginar, chocolates gringos, tortillas de harina, dátiles, «chus» y todo lo que mi mamánina meses atrás había preparado para nosotras, ropa nueva, juguetes, paseos, fiestas, primos, tíos, amigos, el pueblo entero para divertirnos y pasar las navidades más hermosas de nuestras vidas.
Sin embargo el viento asustaba, el ruido de transbordador era diferente y sentir el golpe del oleaje me asustaba y la verdad muchísimo aunque ahora que lo recuerdo no hubo ni una sola vez que no llegáramos a puerto y bajáramos corriendo por la rampa en donde al final estaban mi abuela y mi tía, esa de quien tanto les he hablado, para abrazarnos y besarnos con un amor inexplicable.
Así es ahora mi vida, tiempos de verano, de sol caliente y mares en calma, pero a la vez tiempos de invierno, azotan las olas, ruge el viento y me tumba por abiertas que tenga las piernas, me avienta de un lado para otro y entonces hoy recordé aquellos días e hice conciente que la seguridad que mis padres nos daban, saber que estábamos con ellos y verlos tranquilos ayudaba a pasar el mal rato, estar segura a su lado y tener la certeza, porque mi edad me ayudaba a tener la convicción de que llegaríamos, es lo que ahora me dice que por fuerte que sea la tormenta, llegaré a puerto y encontraré la paz.
Dios es mi capitán, Él va conmigo en el viaje y entonces, como cuando niña, tengo la esperanza de que llegaré a Santa Rosalía y pasaré unos días hermosos para después regresar, quizá haya otra vez «borreguitos blancos» en el mar y el regreso será agitado, pero ya se que llegaré y todo estará bien.
Aunque dura la tormenta se desate alrededor, aunque el cielo esté sombrío no me invadirá el temor, porque al amparo de la Roca, salva estoy.
Y te prometo, a tí que me lees, como decía mi mamá en aquellos días, te prometo que va a pasar y vamos a llegar y todo estará bien, no importa lo fuerte de la tormenta llegará la paz, las noches de paz y amor.
- Navidades Maravillosas - 19/12/2022
- Llegar a puerto - 14/10/2022
Liliana :
Siempre tus escritos son cautivadores.
Escribe más y comparte más.
Muchas Bendiciones .
Lili siempre me has regalado un consejo, un momento de alegría con las ocurrencias, y hemos pasado por muchos momentos llenos de todo, te admiro por tu sabiduría pero sobretodo por ser una mujer completamente fortalecida en la fé .
Te leo y me transportó y eso solo lo puede lograr un excelente escritor y TÚ lo eres GRACIAS por todo lo que aportas a mí vida y ahora a mis hijos !!!!
Muy buena para escribir querida prima, grandes experiencias de vida que nos compartes y nos haces estar en ese lugar imaginando lo bello que es.
Te quiero mucho y sigue con tu espiritu aventurero y tu amor por la escritura.