Evocaciones de Sudcalifornia

Los bailes en mi tierra (Caduaño)

Los bailes en mi tierra Caduano - Victor Octavio Garcia Castro

A mi buen amigo Saúl Magdaleno, que este 25 de noviembre festeja su cumpleaños. ¡Felicidades Saúl!

Recuerdo que días después del magnicidio de John F. Kennedy, –en noviembre de 1963–, hubo baile en mi tierra (Caduaño); en ese entonces no había luz eléctrica ni agua potable y la cerveza la enfriaban en tinas con hielo que llevaban de San José del Cabo, los bailes eran cada venida del obispo, tendría cinco o seis años. El baile se había anunciado mucho antes del suceso trágico en Dallas, Texas, hecho que conocimos a través de un radio de bulbo RC Víctor de 9 bandas de los Castro, cuya resonancia se escuchaba varios metros a la redonda; la “Pichucha” (Jesús F. Castro Ruiz) maestra decana de los tiempos de Jesús “Chucho” Castro, era la organizadora; con anticipación confesionaba los “distintivos” –listones de tela de colores– que le prendían con un alfiler en el brazo al bailador para identificarlo que había pagado, cinco o seis faroles y lámparas de bombilla alimentadas con petróleo, eran con los que se “aluzaba” el baile.

José Amador QEPD y su esposa, Antonia Castro (Toña), se instalaban provisionalmente en la cocina de la escuela donde preparaban los desayunos escolares para preparar y vender cena en la noche del baile, en ese tiempo se acostumbrada que a las diez u once de la noche, la “Pichucha” se paraba en medio del baile y gritaba; “a cenar las bailadoras” y el bailador tenía que apechugar con la cena de la bailadora, normalmente la cena consistía en menudo, tamales, gallina o guajolote guisado con sopa fresca, café y aguas naturales.

El baile se celebraba en lo que llamábamos el “teatro” de la escuela –en ese tiempo no había cancha– donde todos los lunes se le rendían honores a la bandera con declamaciones, entonación del himno nacional y el riguroso saludo a la bandera; evento muy modesto pero significativo que nos inculcó el amor a la patria y el respeto a los símbolos patrios; en esa época aún no ingresaba a primaria y tomaba clases de kínder que daba e improvisaba mi tía Enedina García Cota (QEPD), como Dios le daba a entender, pero contábamos con todos los derechos de los alumnos de primaria –había hasta tercer año de primaria que impartía una sola maestra, la legendaria “Pïchucha”–, lo que nos permitía tomar los desayunos escolares a la par con los estudiantes regulares; frijoles sancochados, tortillas de harina y un vaso de chocolate caliente.

Cuando se anunciaba un baile era un acontecimiento largamente esperado; era de las escasas ocasiones que veíamos policías salvaguardando la seguridad del baile, siempre mandaban dos o tres policías de Santiago para que apoyaran al subdelegado, Alfredo “Yeyo” Castro, que siempre traía un cinto como carrillera y un revólver 44 magnum de 6 tiros fajado a media pierna, recuerdo a Santiago Meza, Melquiades Fiol y Antolín Cota, muy respetados y queridos en ese entonces por la gente, de suerte que ante el mínimo conato de pleito siempre salía a relucir la policía que con su sola presencia los desactivaban, aunque el morbo que despertaban los bailes en ese entonces era de que se “robaran” una muchacha casadera o se armaran pleitos durante el baile al estilo “peleador callejero” de Charles Bronson.

En esa ocasión no fue la excepción; Tomás Amador, del rancho El Mezquite, se hizo de palabras con Jesús Rosas, de Miraflores, liándose a golpes cuando el baile estaba más y mejor; Tomás Amador alto y correoso y Jesús Rosas chaparro y fornido, ambos cuerudos, ofrecerían uno de los espectáculos de “peleas callejeras” que mejor recuerdo de mi tierna adolescencia, el desenlace de aquel enfrentamiento se disputaría en distintos bailes que se celebraron tanto en Caduaño como en Miraflores o donde se encontraban se retaban mutuamente sin que ninguno de los dos se acobardara, al contrario sacaban lo mejor de sí mismo; su valentía, orgullo y gallardía, valores que se han perdido; enfrentamientos a puño limpio en el que jamás se escuchaba algún madrazo o grosería más que los golpes en seco donde se estrellaban los puños y las patadas. Quién fue el vencedor, es una de las grandes interrogantes que no me he contestado en 55 años, no así la prestancia, valentía y el orgullo de Tomás Amador y Jesús Rosas, dos extraordinarios cabeños que pusieron en alto con sobrada gallardía sus nombres y apellidos. Descansen en Paz. ¡Qué tal!.

Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a victoroctaviobcs@hotmail.com

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