Evocaciones de Sudcalifornia

¡los huaraches!

Victor Octavio Castro - Autor

¡Qué tiempos aquellos!

¡Los huaraches José!, ¡los huaraches!

(Por razones que no viene al caso explicar, cambié los nombres de los personajes y omití el de los ranchos donde se escenificó esta anécdota que hoy comparto con ustedes).

Ese día llegamos temprano al rancho de mi amigo Nazario, atraídos por el alboroto del baile en el rancho del compa Chuy, la hija del compa Chuy cumplía quince años y habría fiesta en su honor; una vaquilla enterrada en tambos, cerveza, muchachas de buen ver y música en vivo; José, amigo de cacería de muchos años, se la daba de “gueno” pa’ los “chingazos” y de “galán”, y hasta eso que era bien correspondido; la quinceañera que todavía no bailaba su primer vals que traía varios pretendientes mordiendo polvo, ya le había dado el “si” para noviar; nos alistamos para ir a “ventanear” un rato y tomarnos unas cervezas escuchando a los Cota Torres; nos bañamos, perfumamos y ¡fierros! pal baile, José, confiado de que no batallaría por bailadora porque ya la tenía asegurada, no quiso ponerse zapatos y se quedó con los huaraches de horqueta que traía, así me “gúa” a ir, dijo.

Del rancho de Nazario al de Chuy hay más o menos 20 kilómetros de brecha muy mala; subimos una hielera llena de cerveza (pacifico que era las que rifaban en ese entonces) a la blazer a la que acaba de ponerle un stereo de cassette en lugar del de 8 track y ¡fierros! pa’ la quinceañera; cuando llegamos los Cota Torres no terminaban de “afinar” el “requinto” y cambiarle las cuerdas, mientras en el corredor de la casa todo era “bullicio”; la quinceañera luciendo un ajuar de marca comprado en la tienda de la “Monona” Aguiar y el compa Chuy, en el “atizadero” sacando la “tatema”; el ambiente era inmejorable.

Íbamos cinco en la blazer –un blazer chevolet modelo 1974–; José, el “Tule”, el Vidorria, Manuel y un servidor; acababa de poner un cassette de los “Tigres del Norte” cuando comenzaron a tocar los Cota Torres abriendo el baile con las “mañanitas” y el vals “Alejandra”, que se oían a toda madre. A José le dieron ganas de “apiarse” del carro y lo detuvimos hasta que hubiera más bailadores en el corredor, “espérate, no te desesperes” le dijo el Vidorria, mientras le bajaba el volumen al stereo para escuchar el vals “Alejandra”; la quinceañera, desde el corredor donde andaba bailando con su “chambelán”, no dejaba de voltear para donde estaba el José, el “coqueteo” era incesante; en una de esas, el José no se aguantó y se bajó de la blazer dispuesto a bailar con la quinceañera; cruzó por medio corredor creyéndose Rogelio Pozo cuando sorpresivamente, y antes de llegar donde estaba la quinceañera, le “cayó” un enjambre de “chingazos” por todos lados y en todas direcciones; el José no tuvo más remedio que correr pal carro seguido por unos quince chamacos que no dejaban de tirarle “chingazos”, José sólo se encorvó protegiéndose la cara, mientras los “chingazos” le rebotaban en el espinazo; se subió al carro mientras nosotros agarrábamos “cura” del José; no sé cómo estuvo que el “Tule” se dio cuenta que el José había llegado sin un huarache y le preguntó, ¿y el otro huarache?, “chingada madre, lo deje en el corredor, orita “gúa” ir por él”, dijo sobándose el espinazo, no vayas, déjalo allá el pinche huarache, le dijo el “Tule”, y cómo crees que lo “gúa” dejar, si está bueno, contestó el José.

Estando encaramados en el carro se acercó el compa Chuy para invitarlos a que pasáramos a cenar, ahorita vamos compa Chuy, le conteste, sin decirle nada de lo que había pasado, “vamos para para aprovechar y recoger el huarache”, terció el José; nos entretuvimos un rato subidos en el carro y el José desesperado por ir por el huarache; en una de esas se baja y hay va de nuevo, cruza por entre los bailadores y otra vez le “cai” un aguacero de “chingazos” que los recibe, como los malos boxeadores, con el espinazo, y hay viene de nuevo corriendo pal carro en busca de protección; el Manuel, al ver que el José que no se quitaba ni un “chingazo”, que todos los recibía con el espinazo, nos dice ¡qué tal, hay que abrirles a estos jijos de la chingada, a ver de cuántos nos toca!, y le responde el Vidorria, no tiene caso, es pura “morralla” (chamacos).

El José que no dejaba de sobarse el espinazo, le pregunta el Vidorria, te están “doliendo mijito”, de a madre, si eran como tres mil, le contesta, al tiempo en que todos soltamos la carcajada; “oyes y el huarache, ya no traes ni uno de los dos”, le pregunto el Manuel, vale madre Manuel, “al cabo que ni servían”, le respondió el José; en eso se acerca el compa Chuy con una azafata con seis platos de “tatema” con frijol, sopa fresca y un panguingui de tortillas de maíz; nos bajamos del carro y sobre el cofre cenamos al ritmo del corrido del “Cabo Fierro” entonada por los Cota Torres, cuando en eso comienzan a tocar “traigo la sangre caliente” –que el José la había mandado tocar sin que nos diéramos cuenta– éste suelta un grito ladino como los gallos cocoros cuando se le encaraman a las gallinas y le respinga Manuel, “ya pa’ que”. ¡Qué tal!.

Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a abcdario_@hotmail.com

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Victor Octavio García Castro
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