Evocaciones de Sudcalifornia

Navidades Maravillosas

Navidades Maravillosas…

Este fin de semana hubiera sido el escogido por mis padres para salir de vacaciones por navidad.

Ya estaríamos rumbo «al norti», ya todas en la combi preparada con camita, cortinas, hieleras con huevitos cocidos, burros de frijoles y el termo de café. Para esta hora, ya estaríamos llegando a Guadalajara y medio abriendo el ojo para escuchar la plática de mis papás.

Era un viaje largo y recuerdo que yo iba contando ciudades, ya pasamos Guadalajara, sigue Tepic, luego Mazatlán, Culiacán, Guasave y Tamazula.

Parábamos y nos esperaban mi papá caco y mi mamá Tere, la tía María y su peculiar peinado, los tíos Niñita y Juan, todos los plebes y el boby que yo creía era inmortal y años después me enteré que a cada perro de la casa le ponían por nombre «boby».

A comer: machaca, tortillas de harina, buñuelos, asaderas, coricos. A cortar: toronjas, naranjas y a jugar en la hamaca que siempre creí me tumbaría por gorda.

¿Cuándo sale el ferry? Pregunta obligada. El martes, contestaba mi amá y justo a las tres de la mañana del martes, ya con desayuno hecho, papá caco abría la reja de la casa y mi papá decía desde la ventana del chófer: «aquí nos vemos la semana que entra» mientras mamá Tere movía su mano para decirnos adiós.

Seguían los Mochis, Obregón y Guaymas, el ferry ya nos esperaba con la popa abierta para subir la combi y nosotros ya en la rampa para embarcar. ¡Ya se ve la isla mamá!, gritábamos y luego a lo lejos las lucecitas de Cachanía brillaban, el barco se detenía y entonces, allá se veía venir la lanchita del capitán de puerto, mi otro abuelo.

Llegábamos y el olor a Navidad del pueblo, pan del boleo, hot dogs de la iglesia; en la casa, allá en mesa México, la cocina olía a tamales, a chocolates y a amarige, el perfume de doña Lupita, la amada suegra de mi apá; olores hasta hoy imborrables de mi memoria.

Cuántos recuerdos vienen a mi mente, las tías y sus risas, el tío Emilio comiendo en la sala, mis hermanas prendiendo cuetes a escondidas con el Gordo y el Alfonso, el baile en la progreso con el Romeo, hijuesu pura felicida’.

Un viaje de ensueño, que duraba solo quince días y que se repitió año con año durante casi 20 años de mi vida hasta que me convertí en adulto y todo cambió.

Ahora, acá en casa, mis hijos y sobrinos esperan la navidad sin viaje, anhelan el pavo en casa de mi mamá, organizan el intercambio y mis padres buscan que la casa huela a navidad así como olía en casa de mis cuatro abuelos.

Se siente nostalgia. Ellos, mis abuelos, ya no están, ya ni siquiera hay combi, mucho menos ferry, ya todo cambió. Algunos tíos ya están en el cielo, los primos, bien viejos (perdón pero mírense jaja) ya cada uno con sus familias, y yo hoy aquí recordando lo increíble que fueron mis días de niña y juventud en esta época, llenos de paisajes, pláticas, risas, pleitos por espacio en la combi con mis tres maravillosas hermanitas, olores, amigos, familia…

Esto nunca lo olvidaré y estos quince días quisiera hacer que mis hijos no olvidaran jamás las vacaciones decembrinas y un día pudieran escribir su historia y entender que el pasado es también nuestro presente, es parte de nosotros, es lo que nos permite ser y que el futuro es la posibilidad de hacer las cosas de tal forma, que un día las podamos contar y volver a vivir para apagar aquellas no gratas, para olvidar lo que seguramente hubo pero ni siquiera recuerdo y encontrar felicidad ahí en su memoria.

¿Quisiera volver el tiempo …?

Quizá solo para volver a estrechar la mano de mi papá caco, escuchar a mi mamá Tere; ver al capitán venir en la lancha y abrazar a mi mamá Nina; pero nada más porque hoy me toca, nos toca hacer que nuestros plebes un día puedan escribir sobre sus navidades a nuestro lado; y ojalá, ojalá sean como las que yo viví:

Navidades Maravillosas.

¡Felices Vacaciones!

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Liliana Guadalupe Mejía Elizondo
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