Ramona, muy joven salió del Rancho La Muela, ubicado entre La Paz y Todos Santos, entre 1915 y 1920. La fecha se pierde en la tradición oral familiar, como el teléfono descompuesto.
Viajó a la CDMX como trabajadora doméstica de una familia «pudiente» y en la capital conoció a Vicente Castro, del que poco se sabe y se casó con él, quizá en 1921 cuando gobernaba el país, Álvaro Obregón.
Allá nacieron sus dos hijas, Pilar y Antonia; en 1922 y 1924 respectivamente.
Sin embargo, Vicente le salió una «bala»; vivía de noche como vampiro tercermundista. Vago el chamaco.
Eso sí, la ropa y la comida, debían estar listas en su hora y en su sitio.
Ramona, solo esperaba una señal.
Y la señal llegó en forma de telegrama: «Papá grave. Solicita tu presencia».
Cuando Vicente puso un pie en la banqueta, Ramona armó su fardo y emprendió valiente huida hacia la estación del ferrocarril con destino a Guadalajara, con una hija en cada brazo.
En Guadalajara enrumbó hacia Manzanillo, y en ese puerto, se embarcó en una chalupa de vapor y cabotaje, que la puso en la Bahía de La Paz.
Cumplió con las exequias de su padre, y posteriormente, radicó en La Paz, para criar a sus hijas, vendiendo tortillas y comida.
¿Cuándo volvió a México?
¡Nunca!
Ramona se había emancipado; una decisión impensable en esa época.
Vivió alrededor de 90 años, con 12 nietos y algunos bisnietos.
Le fascinaba el beisbol -escuchado por la radio- de la Liga Invernal del Pacífico y jugar con sus nietos al «Conquián» con la baraja española.
Mi querida y ejemplar abuela; orgullosamente sudcaliforniana…
PD. De Vicente -mi abuelo- nadie sabe, nadie supo…
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