Yo iba corriendo porque tenía que llegar lejos, por el estadio de baseball, a tomar el camión a Papalutla donde vivía con Hiro. Llevaba mi mochila azul, Brigitte, una amiga francesa decía que parecía un caracol.
Eran tiempos de aprender y de sanar, yo andaba a salto de mata, flaca por segunda o tercera vez en mi vida, pero eso no importaba al contrario. Doblé la esquina calle y la vi. No podía creer que fuera tan pequeñita, el caso es que estaba ahí, en la esquina de una iglesia. Todas las palabras se quedaron en el pecho, de tres zancadas me le puse enfrente solo para que mis ojos le contaran la historia de mi vida en tres segundos, de mirarnos como suelen hacerlo las mujeres, entonces vino el abrazo, largo, donde casi le rompo en dos el cuerpo, quise hablar pero no pude y la solté apenada, entonces ella me abrazó a mi. Nada se dijo pero se entendió todo.
Esa tarde en la esquina de la iglesia, la señora Lila Downs se llevó parte de mi historia, regalándome un cachito de la de ella. Cuando yo iba corriendo porque tenía que llegar lejos, por el estadio de baseball a tomar el camión a Papalutla, donde vivía con Hiro.
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