Mi madre tuvo un pretendiente, porque si digo que fue un novio, capaz que me mete un pellizco. El tipo era un fifí, que manejaba un Ferrari, siempre le decimos en broma, (te hubieras casado con el del Ferrari) y más cuando sabemos que el abuelo traía un Crossley descapotable, que él siempre presume y mi madre siempre dice que era «una lata de sardinas». Siempre trajeado, estirado, oloroso y con zapatos lustrosos iba por ella a la casa de mis abuelos, el gusto le duró poco, a la tercera o cuarta visita, no volvió más. «Peeero, porqué?» le pregunté a mi madre, cuando me lo confió.
Ah! pues, una noche tu abuelo (el inefable Don Panchito) lo recibió en la sala, le dijo que me esperara y prendió su cigarro, cuando yo llegué, tu abuelo trataba de conversar con Don Ferrari, pero él estaba muy ocupado, quitándose con el pulgar y el índice los pedacitos de ceniza de sus pantalones, que le llegaban del cigarro de tu abuelo. En ese momento lo despedí, le dije que lo sentía mucho pero que hasta ahí llegaba mi «amistad» con él, que le deseaba bien y que se fuera por donde vino. «Ay! mamá ¿y sólo por eso? Pues por supuesto, hay gente que se descubre en un sólo gesto y yo tenía un Ferrari en la puerta pero también tenía ojos en la cara.
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