Evocaciones de Sudcalifornia

Desnudo en la playa.

Aníbal Angulo2

Cuento

Una mujer desnuda en la playa le puede echar a perder el día a uno. Resulta que con el entusiasmo por ir a ver la playa, acumulado después de un mes en la ciudad de México, mi esposa y mi hijo fuimos a la playa del Tecolote debidamente pertrechados con toallas y trajes de baño –aunque nunca me meto al agua- por si mi hijo quería mojarse los pies. El lugar estaba casi vacío y pensamos que no había servicio de restaurante, lo que complicaría las cosas y nos obligaría a buscar otro lugar aunque no fuera tan tranquilo. Afortunadamente mi esposa se bajó del auto y le preguntó si había servicio de comida, a una muchacha delgadita que se movía con rapidez por las instalaciones, y me señaló con un ademán que sí podíamos quedarnos. Las palapas no tenían sillas y la muchacha nos pregunto “van a querer afuera o adentro” la pregunta me pareció absurda, pero no, he visto paceños que van a comer a un lugar junto al mar y se sientan a ver la televisión dando la espalda a la playa. A mi siempre me ha parecido una estupidez, pero cada quién su vida. La mesera regresó con un menú y las sillas que dispuso alrededor de la palapa y dijo, con un tono entre burlón y apenado “creen que andan en Los Cabos” y volteó hacia el frente para señalarnos una pareja acostada en la arena a unos metros de la orilla. Hasta ese momento me di cuenta que la muchacha rubia tenía el torso desnudo y tomaba el sol con la tranquilidad de una bebe recién nacida. La pareja y el comentario de la mesera me tomaron por sorpresa y solo acaté a decir “que a gusto, verdad” para aparentar ser muy “cool”pero la verdad, lo que menos se espera uno es llegar al Tecolote y ver un par de senos al aire. La pareja de extranjeros-puedo jurar por mi madre que todosanteños no eran- nos quedó entre nosotros y la orilla del mar, así que, si alguien me veía ver el mar podría pensar que en realidad estaba viendo la turista con los senos descubiertos. Y esto me molestó un poco. Uno no va a la playa para que lo sorprendan viéndole los senos desnudos a las turistas. Y recordé, años atrás una situación aún más embarazosa. Habíamos ido a Holanda a realizar unos reportajes de turismo y moda para la revista Claudia, y después de terminar una sesión de fotos frente a un molino antiguo de viento, la coordinadora de modas le indicó a las modelos que podían cambiarse de ropa para trasladarse a otra locación-los pueblos de Holanda parecen salidos de cuentos de hadas y hasta la fecha permanecen tal cual- y que podían hacerlo dentro del transporte que rentamos. Era una especie de camioneta con el techo alto y los asientos, como bancas, colocados a los costados de tal manera que al sentarnos quedábamos unos frente a otros. Uno de los principales problemas de la fotografía de modas es mantener la ropa planchada durante los traslados largos en los que ocupan mucho espacio y es imposible conectar una plancha. Una de las modelos –una francesa que se la pasaba por toda Europa en desfiles de moda -queriendo ayudar y para no complicar el problema de las arrugas de los vestidos al sentarse, dijo que ella se iba desnuda hasta la otra locación y se sentó como dios la trajo al mundo. Yo, ajeno a lo que pasaba dentro de la camioneta terminé de acomodar las cámaras en sus estuches y me senté en el único lugar vacío, que resultó ser el de enfrente de la modelo desnuda. Intenté cambiar de lugar pero todo era un revoltijo de zapatos, sombreros, accesorios y todo lo que uno se puede imaginar servirá para la foto. Que hacía. Si le veía a la cara todo el viaje podría pensar que me la quería ligar, si bajaba la vista hasta los senos -aquí entre nos muy bonitos-podría incomodarla, mirar más abajo sería peor. Intente fijar la mirada en el piso de la camioneta pero empezé a marearme, sentí náuseas. No me quedó otra que ver –durante todo el viaje de hora y media- sobre mi hombro derecho por una ventanita que estaba detrás de mí, el paisaje Holandés. Me dio una” tortícolis” de tales dimensiones, que durante toda la noche no pude dormir por el trapo caliente que me ponían en el cuello. Al día siguiente la modelo me veía con cierta indiferencia, como pensando “lástima que sea gay”.

El Tecolote es una de nuestras playas preferidas, salvo cuando, para que la gente no se aburra, ponen música grupera a todo volumen. La muchacha del torso desnudo se incorporó y dejó ver unos senos firmes y bronceados, caminó hacia el mar y de un brinco desapareció bajo el agua. Yo había llevado para leer “el recetario del Padre Jerónimo: primer libro de cocina de América” para ojearlo y descubrir algún extraño guiso, nomás de mamón, para sorprender a un amigo muy buena onda pero que se cree el mejor cocinero del mundo. Desde el año pasado lo compré en Culturas Populares y no lo había abierto. La turista emergió del mar con una silueta espléndida y no tuve más remedio que verla. Tener ese cuerpo enfrente y continuar leyendo sería sospechoso. Cualquiera que me viera diría ¿que estará leyendo ese guey? La muchacha me recordó mi primera foto de desnudo que hice por el 60, y curiosamente fue en esta misma playa, cuando llegar hasta aquí era toda una aventura, y no había nada ni nadie. Al caer la tarde –diría cualquier escritor que se respete- la mesera trajo la cuenta y antes de regresarnos, nomás, nomás por no dejar, eche una última mirada.


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Virgilio Murillo Perpuli
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