Evocaciones de Sudcalifornia

Levantar la vista para ver hacia el frente

Levantar la mirada - Florentino Ortega

Dentro de algunos años, quizá sean muy pocos los que puedan despegar la mirada de una pantalla de celular o un iPad o una computadora.

Poco a poco, se irán reduciendo las actividades del ser humano que requieran levantar la vista para ver hacia el frente o a los lados.

Conducir un auto, conversar, ir a un concierto, leer un libro, serán quizá las últimas de las acciones que haremos en las que no necesitaremos, estar atados a través del cabo de vida del Bluetooth o del Wifi.

Los pocos espacios de independencia que nos dé la tecnología, los irá ocupando, sin embargo, como un cancer maligno, la dependencia a esos pequeños rectángulos luminosos, que nos alumbrarán los rostros cenizos en las altas horas de la madrugada, o que tendremos que mantener encendidos para que nos arrullen el sueño y la duermevela.

Por ejemplo, ya no necesitaremos arrellanarnos en un sillón, con los perros echados a un lado de nuestros pies, y sumergirnos en el oasis de la lectura, porque siempre habrá un dispositivo en cuyo interior, una asistente estará dispuesta a leérnoslo, con voz suave y acompasada.

Las grandes empresas tecnológicas estarán ofreciéndonos diversas actividades en un metaverso donde podremos estar sin estarlo, en conciertos, juegos, museos, con la única condición que nos mantengamos pegados a alguna pantalla luminosa.

El hecho de conducir un automóvil ya no nos obligará a dejar de ver nuestros celulares, porque sólo bastará introducirles la dirección deseada y los vehículos transitarán solos, independientes, como insectos inteligentes con nosotros adentro de sus panzas, pegados a las pantallas, viendo en ellas el paisaje que bien podríamos ver si tan solo levantáramos la vista.

Todo sucederá en orden y en silencio, pues andáremos en nuestros capullos automatizados sin hablar ni conversar, sin siquiera escuchar música ni sonido

alguno, pues todo habitará en los auriculares que traeremos metidos en las orejas durante las noches y los días, que para ese entonces, nos parecerá casi lo mismo.

Casi todo podremos ordenar con sólo oprimir un botón en esos aparatos, y quienes, por causa de fuerza mayor tuvieran que salir, andarán por las aceras, transportados por bandas eléctricas que los llevarán allá y acá, encorvados sobre sí mismos, con la vista fija en sus dispositivos, conversando con alguien que quizá, sea la misma persona que pasó al lado suyo sin darse cuenta.

Así, perderemos sin resistencia alguna, aquella condición que hace millones de año nos dio la naturaleza de erguirnos en dos pies y mirar que, adelante, había un mundo inmenso por descubrir.

Solo serán muy pocos, muy contados, los insurgentes, los insumisos, los renegados, que no se someterán del todo, y en un arrojo de divina rebeldía, continuarán haciendo las dos únicas cosas que no podrán realizar por ellos sus aparatos infernales en esa guerra perdida para siempre; y que serán, sin duda alguna, el hacer el amor a cualquier hora y el tomarse una hirviente taza de café negro en las mañanas. Quizá…

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Florentino Ortega
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