Se lo dijeron bien clarito. «Al patrón le gusta la niña» y al escuchar estas palabras a Alma se le cayó la charola con los vasos y las cerveza que le habían pedido los dos hombres ensombrerados de lentes oscuros, que habían llegado a la lonchería sobre la carretera donde Alma trabajaba en el KM 7.05 sobre la carretera a Agua Escondida en Sinaloa. Estaban tomando desde temprano y no se dieron cuenta del impacto que le habían causado esas palabras dichas así, a bocajarro, porque continuaron su charla sin reparar en la mujer que se afanaba en recoger las botellas y en barrer los pedazos de vidrio que le sangraban los dedos, aunque ella no sentía nada, solo un sudor frío le perlaba la frente del miedo, mucho miedo, tanto que temblaba como una hoja, aunque estuvieran en pleno mayo, aquellos hablaban de una avioneta y de un tal gringo, que no había llegado. Se tomaron las cervezas, y cuando el más grande se levantó al baño, el más flaco de ellos, un pelirrojo chimuelo y cacarizo de ojos verdes, se acercó y le dijo a la mujer casi en un susurro. «Yo si fuera usted me iba de aquí, llévesela muy lejos, doña».
Aturdida y despeinada entró a su casita, derecho se fue a la estufa, abrió el horno y sacó el bote de crema, tomando el fajo de billetes, los contó tres veces, «Virgencita ayúdanos, no nos desampares» dijo, «Mi Paloma es apenitas una niña, solo tiene catorce años».
Al otro día, Alma Rosa García, fue con su comadre Rosa a encargarle su casa y sus plantas, a cambio del tanque de gas, su manguera y un árbol de mango que ya estaba floreando en una maceta, luego le dijo al «Chunique» hijo de Rosa que le regalaba sus gallinas y sus conejos, más tarde fue con su madrina, y sin mucho aspaviento, le regaló su plancha, su mesa, un reloj que no servía pero estaba bonito y dos sillas, llorando la abrazó muy fuerte, pero luego se compuso, pensando en que nadie debía saber porqué se iban, mucho menos a dónde y salió de la casa dando las gracias muchas veces, como cuando uno sabe que no volverá en mucho tiempo. Sin pensarlo mucho se bañó entre suspiros largos, se trenzó el cabello, hizo un itacate de tortillas, queso y frutas y cuando su hija apareció de la escuela, Alma le dijo,»cámbiate rápido mija, mete toda tu ropa en esta caja que esta noche nos largamos de aquí» huérfana de padre y obediente como era, Paloma no hizo preguntas, no quiso saber.
Desde chiquita Paloma era una niña hermosa, el pelo negro rizado le caía por la espalda, como una cortina negra de caracoles, tenía la mala suerte de haber nacido bella y de tener a los catorce el cuerpo de una mujer de veinte, su belleza tenia algo de salvaje, algo que a los hombres los volvía animales al verla, era de huesos largos, y ojos grandes, tenia un lunar redondo y perfecto en el pómulo derecho que le daba un aire de gitana, siempre caminaba erguida estirando la nariz, no hablaba mucho, sabedora tal vez, que su propia presencia era suficiente para parar un tren sin decir buenas tardes. Su madre no la dejaba que fuera a la loncheria porque Alma sabía que su hija era un tizón caminando que incendiaba el lugar donde pisaba. Era sobre todo una mujer de catorce años.
Salieron del pueblo a las 9 de la noche. Todo el camino lo pasó Alma entre llantos y rezos, no pegó el ojo en todo el trayecto abrazando a su Paloma que dormía recargada en su mamá, ajena a su angustia como un ciervo que baja al río a beber agua.
Llegaron a Magdalena a casa de una prima, a la semana ya estaba trabajando, en otro restaurant, al mes y medio rentaron un cuartito a una señora viuda, cerca deTequila, Paloma iba a terminar la secundaria y después iba a estudiar enfermería mientras su belleza seguía creciendo acelerada porque hay cosas que son así desde un principio y no tienen mayor destino que cumplirse. Por un tiempo la vida fue un poquito dulce para ellas.
Un año y medio después, Alma palideció al ver entrar en el restaurant a una figura conocida, llegó pidiendo una cerveza, y al verla el hombre se acerco con una mano en el codo y la otra en los bigotes, Alma estaba a punto del desmayo, «Como le va, mi doña?» le dijo con el tono cantado de los culichis, mientras dos lagrimas como diamantes, se le asomaban por las mejillas a la mujer que no sabía, si correr, o gritar o morirse ahí mismo. Después de tomarse su cerveza el pelirrojo se despidió, susurrándole a Alma en el oído: «No se preocupe mi doña, al patrón lo agarraron los gringos en Tijuana, le echaron 50 años, de modo que va a estar muy cabrón que vuelva a las andadas, así que tiene 50 años pa dormir tranquila» dijo, encendiendo un cigarro, y agarrando su sombrero y con un «salúdeme a la Paloma» se fue por donde vino. Alma Rosa nunca más lo volvió a ver.
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